Patricia Pinto

Patricia Pinto, artista


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que te sentaste, figurativamente hablando, en la silla del requirente?

      (PP): Así es...

      (E): ¿Y cómo fue aquel embarazo?

      (PP): Difícil. Tuve que hacer mucho reposo por problemas de “presión arterial”, bueno de “presión en general”. [Se hace un silencio] En agosto, cuando estaba cursando el octavo mes de embarazo y después de una ridícula discusión con el padre de ER, referida a un comentario suyo: “...me gustaría que ese bebé sea varón, para continuar el apellido”, y yo –estúpida de mí– le daba explicaciones y le respondía que había un cincuenta por ciento de posibilidades de que fuera varón y un cincuenta por ciento de posibilidades de que fuera una niña y que nosotros no queríamos saber hasta el momento del nacimiento todo aquello... La discusión se tornó muy tensa y él se puso violento. Me gritó. Golpeaba los puños sobre la mesa…, y lo último que me acuerdo fue que me dijo que yo no quería que fuera varón... porque no valoraba la tradición familiar y el peso que tenía “su apellido”. Perdí entonces el conocimiento. Tuve un pico de presión y a partir de ahí hice reposo absoluto hasta que nació mi hijo… Fue una situación horrible. El machismo y la violencia… El tema, con mayúsculas de la oficina en la que trabajo era y sigue siendo “la violencia intrafamiliar”, algo que por lo general siempre tiene su origen en una comunicación disfuncional; el lenguaje que se vuelve inútil. La violencia nace con las palabras... “dichas” o “no dichas”.

      (E): ¿Y cómo siguieron adelante?

      (PP): Sus padres interferían en forma permanente en nuestro matrimonio y no solo en lo cotidiano, también en muchas decisiones, por ejemplo en nuestras fechas de vacaciones y demás cuestiones domésticas. Siempre teníamos que coordinar cuándo nos tomábamos vacaciones, porque nosotros colaborábamos en las tareas del campo de la familia. Ellos administraban una estancia y si había que hacer trabajos con la hacienda, en la señalada y esquila de las ovejas, eso siempre era prioridad. También nos prestaban una casa, hasta que lográramos construir la nuestra. Vivíamos detrás de la casa de sus padres, compartíamos casi todo, hasta el número de teléfono. El eje de conversación y luego de discusiones en general pasaba por lo económico: si bien la idea era ayudarnos, esa supuesta ayuda se tornaba en miles de obstáculos… Yo me sentía controlada en todo. No lográbamos tener autonomía, de ningún tipo. Entonces, un accidente, un hecho fortuito si los hubo, aceleró aquel “trámite”; lo que creí sería el tránsito a la “independencia”, así entre comillas. [Toma agua]

      La casita en la que vivíamos estaba en el casco céntrico de la ciudad. Es, creo que aún existe, una de las primeras casas que se construyeron en Comodoro Rivadavia. Como te contaba, era parte del acervo hereditario de esa familia. La habíamos reciclado toda, en realidad la pusimos habitable porque cuando llegamos estaba muy destruida, llena de suciedad y hasta estaba invadida por las ratas… Todo estaba en muy mal estado; los desagües, la instalación eléctrica... todo un desastre. Con mucho yeso, lija, pintura y vestida con cortinas que hice y bordé personalmente, con una linda alfombra tapizando el piso de los cuartos y el baño renovado, ¡quedó preciosa! Pero… todo era: ¡puro maquillaje!

      Una mañana, cuando nuestro bebé tenía veinte días, justo en el momento que yo lo amamantaba, se produjo una vibración fuerte, algo que, creo, fue producto de un vehículo pesado que pasó por la calle, y se cayó el cielorraso del living. quedamos los dos semi–sepultados…, ahogados por el polvillo del cemento portland… Me golpee la cabeza y los pedazos de techo me rasparon los hombros, el antebrazo, las muñecas... Me encontraba en pleno puerperio, me habían hecho además muchos puntos por un desgarro al momento del parto...

      Estaba realmente todo muy sensible en mí.

      Al momento del desmoronamiento, solo atiné a proteger a mi hijo, abrazándolo y cubriéndolo con mi cuerpo. Salí de entre los escombros como pude y en ese momento, llena de tierra y dolorida por los golpes, lo primero que pensé fue que esto que sucedía era el “salvoconducto” para irnos de ese lugar. No quería vivir más ahí.

      

      (E): Los problemas habitacionales, de vivienda ¿son motivo de consulta en la oficina en la que trabajás?

      (PP): Sí, y no sólo por la necesidad de viviendas que hay históricamente en la zona, sino por los conflictos que esto genera en el ámbito intrafamiliar, que terminan casi siempre en violencia. No es solo una cuestión de pobreza o indigencia, es una cuestión de ausencia del Estado...; es una cuestión de “pobreza en la respuesta”, algo que afecta a personas de todas las clases sociales.

      (E): Y..., ¿Cómo resolvieron el problema habitacional?

      (PP): Nos fuimos. Buscamos otra casa y la alquilamos. Si bien la plata no nos sobraba, podíamos pagar un alquiler, era cuestión de tomar la decisión y de convencer a ER de que alquilar no era “tirar la plata” como me decía. Yo pensaba todo lo contrario, creía que en ese momento era una inversión para el bienestar y futuro de nuestro matrimonio.

      

      (E): Y tus padres, ¿les brindaban ayuda?

      (E): ¿Este es otro trámite que se trata, de lo que se ocupan, en la Defensoría Pública?

      (PP): Sí, pero recién después del año 2002, cuando en la Oficina se profundizó y se puso el énfasis en la orientación y acompañamiento en cuestiones vinculadas a Derechos Económicos, Sociales y Culturales, digamos en los Derechos Humanos… En aquella época, en los ochenta, todavía no. Yo les ayudé a mis padres a hacer todos los trámites para esa Pensión, y como mi padre tenía una discapacidad visual importante, que en el relato familiar se decía había sido producto de una operación que le hicieron porque nació con el labio leporino..., logramos obtener esa pensión por discapacidad. Era imposible jubilarlo porque le faltaban muchos años de aportes. Mi madre no había hecho tampoco nunca esos aportes, se dedicaba a las tareas domésticas, era “ama de casa” y tejía a máquina para afuera. Trabajo con el que aportaba sus ganancias colaborando con la economía familiar, economía absolutamente debilitada desde que mi padre tuvo su primer A.C.V., y luego vino otro, y otro…, hasta que terminó todo aquello en un Alzheimer. Dolorosa enfermedad que padeció durante largos trece años.

      

      (E): Y con tantas cosas, ¿cómo continuó ese primer matrimonio tuyo, los años siguientes?

      (PP): Yo estaba a punto de recibirme, me faltaban sólo algunas materias para terminar la Licenciatura en Ciencias de la Educación y estaba ya en la mitad de la carrera de Psicología Social. Me llamaron para ofrecerme horas cátedra en la Universidad y en el Instituto de Formación Docente. Había empezado la Reforma Educativa, allá por los años noventa... El país vivía un momento de mucha inestabilidad y el hecho de que yo trabajara muchas horas fuera de casa, trajo otros conflictos e inconvenientes…

      (E): ¿Cuáles?

      (PP): Por ejemplo, yo no manejaba el dinero. Él (ER) cobraba mis cheques y administraba las cuentas así como todos los asuntos económicos. Por las características de su trabajo, tenía disponibilidad para salir de la oficina en horarios bancarios, mientras que yo, no… Si yo quería usar la tarjeta de crédito para comprarme algo, antes tenía que preguntarle si podía o no usarla...