algo tremendo…
[Hace una pausa y toma agua]
(E): ¿Y cuánto tiempo después pasó hasta que decidiste divorciarte?
(PP): Fue un proceso lento. Siempre es lento, hagas o no “el trámite”, me refiero al tema de “los papeles”... porque es un proceso, no un trámite. Al principio él quería “aire” y se fue a vivir a un departamento que canjeamos por un terreno que teníamos en Barrio Roca. De a poco se fue llevando cosas que necesitaba y en el ínterin decidió cambiarse de carrera, dejar la Geología y estudiar Derecho. Consideraba que era una forma de ascender en la carrera judicial, cosa que me parecía una buena idea. Recuerdo largas charlas de esa época donde él empezó a tener mayor entusiasmo… Yo era optimista, pensaba que todo podía mejorar... Creo que los dos estábamos inmaduros para lo que habíamos afrontado...
Así pasaron casi dos años... Me sentía sola pero también aliviada, me encontré libre de decidir, empecé a tener el control de mi economía, me compré un plan de “autoahorro”5, porque hasta entonces me manejaba en un Fiat 600 que estaba ya muy achacoso, que me dejaba “tirada” en todas partes… Aquí en la Patagonia, las distancias son largas y hay pocos medios de transporte urbano, solo micros, taxis o remises. La Universidad, por ejemplo, está ubicada a cuatro kilómetros de distancia del centro de la ciudad y a veces tenía que ir dos o tres veces por día... Teníamos un auto cero kilómetro que habíamos comprado juntos también con un plan, pero se lo llevó él...
(E): Me imagino que no te faltarían candidatos, eras joven, linda... [RISAS]
(PP): Yo cuidaba mucho los aspectos de “lo público” y “lo “privado”. Había candidatos revoloteando por ahí..., nada serio; nada interesante. Yo pensaba que íbamos a volver a estar juntos, que esto era por un tiempo…, un tiempo que él necesitaba para pensar, para pensarse y redescubrirse mejor. ¡Yo tenía mucho para aprender! Prácticamente no tenía vida social; no salía. Fantaseaba con que si salía de noche, me encontraría con mis alumnos o con los procesados que atendía en la oficina de la Defensoría. Comodoro Rivadavia era un pueblo para entonces, yo no quería estar en la vidriera, necesitaba justamente lo contrario... En esa época empecé a pintar, a refugiarme en el arte. Me iba a pintar a la playa... Tengo varias marinas de esa época… Pintaba mientras escuchaba música. Estaba de moda Patricia Sosa, me acuerdo..., el tema “Luz de mi vida...” Pffff... qué manera de cantar y llorar... [RISAS]. Esa fue mi primer “regreso al arte”, conectar conmigo misma de neuvo; un viaje hacia mi interior. Disfrutaba pasar las siestas tomando sol, sola, en la terraza del edificio... ¡Eso también me gustaba mucho! Y los fines de semana, que mi hijoo estaba con el padre…, disfrutaba de hacer limpieza profunda, ordenar placares, planchar...; lavar el auto, hacer “Apple strudel” y Pasta Frola...
Así pasaron casi dos años..., y un día alguien me contó que una compañera de la universidad de ER..., se quedaba a dormir en el departamento, y mi hijo, que para esa época tenía cuatro años, inocente él, me dijo que no sabía por qué esa compañera del papá tenía una bata y un cepillo de dientes en el baño de su departamento. Al otro día era mi cumpleaños. Cumplía treinta y tres años. No pude dormir en toda la noche… Me levanté y fuí a trabajar… Una vez más controlé mis emociones. Cuando volví al departamento, me llevaron una cédula de notificación de un juicio iniciado por el Banco Hipotecario por falta de pago de cuotas de la casa… A él ya lo habían notificado, querían que firmara el traslado de dominio de la casa de Rada Tilly al Banco... En un acuerdo verbal que hicimos, esa casa, que estaba aún sin terminar, quedaba para él, y en el término de dos años, él finalizaba las obras y se iba a vivir ahí dejándonos el departamento a mí y a mi hijo. Parte de aquel acuerdo fue también para que él pudiera terminar la casa; yo no le reclamaba la cuota alimentaria para nuestro hijo y me hacía cargo de pagar el alquiler del departamento en el que vivía, etc. Me sentí estafada.
(E): ¿Y qué hiciste?
(PP): Hablé con él y le dije que quería iniciar el trámite de divorcio y la división de bienes. Lo más difícil fue conseguir un abogado que me quisiera representar..., porque siendo él funcionario..., nadie quería litigar en su contra…
(E): ¿Entonces...?
(PP): Con la ayuda de muchas personas que me ofrecieron y aportaron desde lo económico hasta asesoramiento y contención emocional, recuperé la casa..., que en ese momento era una mejora, una estructura de concreto cerca de la playa. La terminé y también hice el trámite de divorcio.
(E): ¿Y tu familia?
(PP): Mi padre nunca lo aceptó. A los pocos días tuvo un nuevo A.C.V. ... y por mucho tiempo sentí que la noticia del divorcio le había “reventado la cabeza”. Mi madre, siguió dándole a ER tratamiento de “hijo”, preparándole la comida, planchándole la ropa, lo llamaba por teléfono cuando hacía pan casero para que lo pasara a buscar por su casa… Toda esa amorosidad duró hasta que se confirmó que él tenía una novia... Ese fue el momento que pasó del amor al odio, para siempre.
Para la familia de mi madre, yo era: “la peor de todas”; la primera en separarme, la intolerante, la rebelde e inmadura que no había sabido sostener, entiéndase “aguantar” ese matrimonio.
(E): ¿Y quién te sostenía?
(PP): Las amigas que aún conservo: Marina, Mabel, Laura..., y mi analista de aquel entonces, que también se llama Laura.
(E): El relato hasta aquí tiene que ver con el divorcio, con problemas de ese primer matrimonio…¿Qué otro u otros temas que se tratan en el Ministerio de la Defensa Pública te atravesaron en el ámbito de tu vida personal, de tu vida como artista?
(PP): A partir del año 2000, la política institucional del Ministerio de la Defensa, tuvo un giro. Desde la Defensoría General, que funciona en la ciudad de Rawson, se estableció como “Programa Eje” el Acceso a la Justicia y la Defensa de los llamados “Nuevos Derechos” en el marco de un Programa Macro de “Derechos Humanos”, se puso especial énfasis en cuestiones de discapacidad y de vulneración del derecho a la salud... Al mismo tiempo, la enfermedad de mi padre fue avanzando... Un día empezó a decir que no veía… Lo llevé a la oculista que lo trataba quien, con mucho tacto me dijo: “...acá hay algo más, hay que consultar con un neurólogo”. Esa entrevista fue tremenda. Fue uno de los días más oscuros de mi vida... [Toma agua, respira profundo...] Le hicieron una tomografía, había tenido varios A.C.V. Tenía isquemias en la zona frontal, como se dice en la jerga “psi”, estaba “frontalizado”. El diagnóstico era: Mal de Alzheimer, y cursaba con demencia... fue tremendo. De repente él lloraba y al minuto se reía. Repetía una y mil veces que le ayudaramos a darse vuelta cuando estaba acostado en la cama, cosa que era muy difícil porque mi padre medía más de un metro noventa y en ese momento pesaba casi cien kilos... Ayudarlo “a darse vuelta en la cama” era un verdadero esfuerzo físico y también emocional, porque la demanda era constante. Algo realmente agotador. Gritaba día y noche. Se puso agresivo con mi madre, escupía la comida, se cayó varias veces en el baño, golpeándose contra los artefactos. Todo era caótico… Había que tomar una determinación… Una mañana, la médica me dijo: “Tu papá ya no es más “tu papá”... No podrá tomar más decisiones por sí mismo, su enfermedad cursa con demencia…” Mi hermano estaba de vacaciones y mi madre no quería que lo llamara para contarle lo que estaba sucediendo; no quería interrumpir su descanso ni que lo “molestáramos” con estas cosas. A ella no le gustaba la idea de internarlo, pero la venció el cansancio. Su físico no resistió más y estaba agotada