Gustavo Jordán Astaburuaga

Los almirantes Blanco y Cochrane


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      Fragata chilena Lautaro, al mando del Comandante George O’Brien, atacando a los buques españoles que bloquean Valparaíso, 27 de marzo de 1818. Reproducción de una ilustración de la época de autor desconocido, de origen probablemente inglés, conservada en el Museo Marítimo Nacional de Valparaíso. Archivo Histórico de la Armada, Repositorio Digital.

      En el bando opuesto, el Comandante Coig de la Esmeralda afirma, como ya se ha dicho, que la fragata chilena estaba “presentando 200 hombres de abordaje”, aunque sin precisar si todos ellos pasaron efectivamente a su buque. Solo añade enseguida que: “en este caso, yo tuve que retirarme bajo cubierta, viendo que lo había verificado la gente de batería, del alcázar, castillo y maniobra, después de haber hecho sólo una descarga; no teniendo ya con qué resistir al enemigo, que había saltado sobre cubierta, empecé a hacer fuego de trabuco y pistolas por la boca de escotilla”.74 Más adelante en ese mismo parte asegura que los asaltantes ascendían a sesenta.

      Lo que sí parece estar claro es que la rapidez del asalto influyó más que el número de asaltantes. Cambiando nuevamente el relato al bando patriota, el Capitán y futuro General Miller destaca la eficacia de sus hombres:

      “Los soldados de marina sostuvieron un vivo fuego desde el castillo de proa de la Lautaro, que causó una pérdida considerable a la tripulación de la Esmeralda, la cual sorprendida y aterrada al ver ya abordada la fragata huyó al entrepuente, y los que habían entrado en ella arriaron la bandera”.75

      Por su parte, el Teniente Turner corrobora el arrío de la bandera, y asegura que “con todo esto, nuestros pocos marineros fueron bastantes para hacer arriar en la fragata española la bandera, con que había insultado nuestras costas”. Tanto así que en seguida, advirtiendo que el bergantín Pezuela intentaba escapar, y como viese que la bandera de la Esmeralda estaba arriada, se contentó con enviar un bote con 18 hombres a reforzar los 25 que la habían abordado, y se dirigió sobre el bergantín, “que no pudiendo resistir nuestros fuegos arrió también inmediatamente su pabellón”.76

      Sin duda que esta acción fue un exceso de confianza que traicionó el criterio de quien estaba en ese momento al mando de la Lautaro. En vez de consolidar la presa que parecía capturada, pecó de ambicioso al querer capturar los dos buques bloqueadores sin estar absolutamente seguro de la situación a bordo de la Esmeralda, ni de la suerte que corrían sus hombres y su Comandante O’Brien. Y Miller acota: “desgraciadamente a nadie se le ocurrió impedir el que se separasen los dos buques amarrándolos, o inutilizar la fragata apresada cortando las cuerdas de la rueda del timón y arriando las vergas de gavia: un golpe de mar separó las dos fragatas”.77 Entonces vino el momento fatal: Turner se disponía a capturar el Pezuela, cuando vio que la enseña española era nuevamente izada a bordo de la Esmeralda; al advertir, además, que aún no llegaba junto a esta el bote con los refuerzos para la partida de abordaje, debió volver sobre la fragata enemiga.

      ¿Qué sucedía a bordo de ésta, entretanto? ¿Cuál era la suerte de George O’Brien? Sucedía que los españoles habían recobrado bríos, siendo determinante la energía del Comandante Coig. Retoma éste su relato:

      “Yo con mis oficiales de todas clases, comenzamos a arengar a la gente, que se hallaba toda reunida en la batería, para que tomase las armas que habían quedado en la cámara, con intención de defender las escotillas y de desalojar a los enemigos; entonces, aquellos reanimados del terror que al principio les había sobrecogido, por un accidente tan imprevisto, llenos de mayor valor y entusiasmo, empezaron a causarles daños con los tiros y armas que acertaban por las escotillas y claros del combés, en cuya situación permanecimos cerca de tres cuartos de hora”.78

      De ser relativamente exacto este lapso, se trataría de un combate extremadamente encarnizado y cruento, aún para los estándares de lo que solían ser estos combates por abordaje en la época, que en la práctica pasaban a ser de enfrentamientos navales a virtuales “melées” de infantería con arma blanca, sobre la superficie del buque abordado. Sea 25 o 60 el número de atacantes chilenos, lo cierto es que pronto se vieron en inferioridad numérica ante los españoles que, reorganizados, tenían también la ventaja de dispararles desde las escotillas; en estas circunstancias fue que cayó el Comandante O’Brien, que al ser mortalmente herido habría gritado: “¡No la abandonéis, muchachos, la fragata es nuestra!”. Tal vez poco antes o poco después de su muerte, los españoles izaron nuevamente su bandera.

      O’Brien con su sacrificio había sentado un precedente. En efecto, en estricto rigor había desobedecido las instrucciones ya mencionadas, que le ordenaban permanecer con la partida de abordaje de reserva y, por el contrario, había encabezado el asalto de la primera partida, que debía encabezar el Teniente Turner quien, como hemos visto, quedó al mando de la Lautaro. Se sabía ya de su carácter impetuoso que al parecer le había costado su carrera en la Royal Navy, pero al mismo tiempo no debe dejar de reconocerse su gran valor, que tuvo la virtud de alentar a los suyos y desconcertar al enemigo en los primeros momentos.

      Por lo demás, pese al desacato de su acto, era práctica común que los comandantes encabezasen abordajes, como lo había hecho el propio Cochrane en la captura de la fragata española Gamo y lo haría en la captura de la misma fragata Esmeralda, posteriormente, en el Callao, el 5 de noviembre de 1820. Otro tanto haría el Comandante Prat en 1879 en Iquique, en uno de los últimos combates con abordaje de la historia naval. En épocas posteriores, George O’Brien, primer héroe naval chileno, ha pasado a un relativo olvido, salvo en círculos de estudiosos, y asimismo, su nombre ha sido dado a algunas unidades de la Armada; no puede decirse necesariamente que con su inmolación sentara escuela, aunque sí dejó un precedente para el futuro.

      Volvamos al Teniente Turner, que ahora se veía por la fuerza de los hechos como Comandante de la Lautaro, pero cuya situación pasaba a ser de triunfante a angustiosa. Su informe prosigue así:

       “Volví luego sobre la fragata, advirtiendo, que aún no había llegado a ella el bote enviado con el refuerzo, y después de muchas diligencias inútiles para abordarla por segunda vez conseguí poner el bauprés de la Lautaro sobre su popa; pero la muerte del Comandante O’Brien, y el haberse acabado las municiones que llevaron los 25 abordados primeros, fueron las causas de no haber servido este abordaje para otra cosa, que de recoger a bordo a estos valientes marineros. En este estado resolví hacer algunas descargas a la fragata antes de emprender nuevo abordaje y sostuve con ellos un vivo fuego con las miras de proa, haciéndole inmenso daño”.79

      Siguiendo el contrapunto, el reporte de Luis Coig calza con el de su enemigo, y ambos se complementan. En efecto, el Comandante español señala que este segundo abordaje fue por la aleta de estribor o de sotavento, en el momento en que la marinería chilena había empezado a replegarse, “sobre el alcázar los que se hallaban en el castillo o pasamanos, huyendo del estrago que les causaban nuestros fuegos, decididos todos a penetrarnos a un tiempo por las escotillas, de suerte que, arrollándolos sobre el coronamiento de popa, tan lejos de verificarlo, trataron de reembarcarse los que restaban con vida, de los cuales la mayor parte cayeron al mar”.80

      El Comandante de la Esmeralda también coincide con el parte del Teniente Turner, al reconocer que la artillería de la Lautaro le había puesto en apuros:

      “Luego que me vi sobre cubierta, traté de apagar el fuego que se había prendido en la obra muerta de la aleta de babor, del alcázar, del jardín y de mi cámara, ocurriendo al mismo tiempo al castillo a dar disposiciones para largar toda vela posible, con el fin de separarme del buque enemigo, para remediar mis averías y ponerme en estado de batirme nuevamente; y aunque tenía cortados muchos cabos principales, como drizas, brazas y escotines, logré en breve, por la actividad de mi gente, marear gavias mayores y juanetes, quedando a la hora libre de sus fuegos, pues no había cesado de batirme a metralla con sus miras, que eran de grueso calibre, y algunas veces con la batería”.81

      Por su parte, el Teniente Turner, afirma que los daños fueron notables: “una gran parte del costado la tenía ya reducida a esqueleto; la proa casi deshecha y la cámara incendiada”; pero entonces, señala, que el bergantín Pezuela enarboló de nuevo su