Gustavo Jordán Astaburuaga

Los almirantes Blanco y Cochrane


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por los españoles que hacían esperar su victoria final, y le planteaba a Blanco que, si persistía en la lucha, le señalase lugar donde podrían batirse sus fuerzas. Esta pretendida invitación a un lance de honor despertó en el joven Teniente Coronel su tan arraigado sentido de caballerosidad, y que por primera vez le jugaría una mala pasada; no sería la última. Esta era una época en que surgía un nuevo tipo de guerra, la de guerrillas, que había nacido en la cruel Guerra Peninsular contra Napoleón y se había expandido a América con sus nuevas reglas, que podían ser despiadadas y muy alejadas del sentido del honor propio del siglo XVIII.

      Blanco respondió aceptando el desafío, eligió un descampado cercano a Quechereguas, allí formó a su división en línea de batalla y quedó esperando un día entero… El reto de Ángel Calvo era solo un ardid para ganar tiempo, a la espera de refuerzos, preparar la defensa de Talca y de paso contar y sopesar el poderío de la fuerza enemiga. Ante la no comparecencia de los españoles, Blanco avanzó con su división hasta Talca, el 29 de marzo, donde entretanto estos habían tenido tiempo de atrincherarse; debía tomar la difícil resolución de atacar o no, azuzado por sus subalternos, y lidiar con la mezcla de ansiedad por entrar en acción e indisciplina que reinaba en su tropa.

      Antes de decidir qué hacer nuevamente cometió el error de entrar en contacto con Ángel Calvo, y nuevamente recibió como respuesta una falsa afirmación por parte de este, de contar con fuerzas superiores. Al menos el tiempo gastado le sirvió a Blanco para recibir la noticia de que se acercaban refuerzos enemigos para atacarlo en campo abierto; así, ante el peligro de ser cogido entre dos fuegos mientras tomaba por asalto la ciudad, finalmente optó por retirarse. Entonces se produjo el desastre.

      Para ello bastó que tres piezas de artillería enemigas saliesen del atrincheramiento de Talca y comenzasen a hacer fuego. Relata el propio Blanco: “siendo suficiente haber muerto dos hombres para que la Compañía Cívica se empezase a desorganizar vergonzosamente”, y aunque con gran esfuerzo pudo formar de nuevo a su fuerza esta se hallaba, “ya tan cortada toda la gente que aun el ruido de nuestro cañón les hacía echarse en tierra, hasta que no pudiendo mantenerlos en formación, se pusieron en una vergonzosa fuga, observando que algunos oficiales fueron los primeros que dieron el ejemplo”.54

      La artillería fue la última en resistir, pero su personal también se retiró, y el propio Blanco pudo escapar milagrosamente. Los españoles capturaron 300 prisioneros, y los cañones, municiones, víveres y la mayor parte de los fusiles pasaron a su poder.55

      Llegado a San Fernando y luego a Rancagua, a duras penas pudo volver a reunir a algunos soldados dispersos, y en su parte oficial pidió él mismo que se le formase un Consejo de Guerra. Este desafortunado bautismo de fuego en la lucha por la causa patriota hirió profundamente al joven oficial de artillería. Aunque la principal causa de la derrota había sido la indisciplina y falta de preparación militar de la fuerza a su mando, su ingenuidad en la conducción de las operaciones solo había contribuido a un resultado inevitable.

      Lo concreto es que no se le formuló cargo alguno, y si bien cayó “en cierta desgracia”,56 como afirma Vicuña Mackenna, lo cierto es que volvió a su puesto de Jefe de las Maestranzas y Parque de Artillería. Allí siguió sirviendo hasta el Desastre de Rancagua del 1 y 2 de octubre de 1814, tras lo cual intentó huir como muchos patriotas, pero no alcanzó a entrar en la ciudad de Los Andes cuando fue capturado por una partida de caballería enemiga.

      Llevado a Valparaíso, fue despojado de sus insignias militares por orden del General Mariano Osorio, cuya decisión inicial fue fusilarlo, debido a que estaba al tanto de su deserción en Montevideo. Para suerte de este, dos oficiales del Regimiento de Talavera lo conocían desde su época de servicio en la Península, e influyeron en el General Osorio, de carácter por lo demás bondadoso, quien le conmutó la pena máxima por el destierro a la isla de Juan Fernández. No por ello éste fue un castigo menor: probaría ser una dura pena, que se prolongaría por más de dos años.

      En noviembre de 1814, el ahora ex jefe de artillería del fenecido Ejército de la Patria Vieja partía, junto a otros patriotas connotados como José Antonio de Rojas, Francisco de la Lastra, Ignacio de la Carrera, Juan y Mariano Egaña, José Santiago Portales, Mateo Arnaldo Hoevel y su propio tío, Martín Calvo de Encalada, a la isla - prisión, a bordo de la corbeta Sebastiana. Era el más joven de los 42 desterrados. Él mismo prestaría testimonio de aquellos largos meses, en que los patriotas intentaban olvidar su situación improvisando tertulias o conversaciones, donde los más versados en determinados temas los exponían ante sus compañeros.57

      Del Cautiverio a la Nueva Marina

      Poco después de la batalla de Chacabuco del 12 de febrero de 1817, y con la parte central y norte de Chile recuperada por los patriotas, se pudo realizar el rescate de los cautivos de Juan Fernández por parte del bergantín Águila, primer buque de la nueva Marina. Esto se verificó el 24 de marzo, y tras el regreso al continente, se le otorgó a Blanco Encalada el grado de Sargento Mayor y se le confió la organización de una batería de artillería volante (a caballo) del reconstruido Ejército de Chile.

      La llegada de una nueva expedición española, al mando una vez más del General Mariano Osorio, en enero de 1818, implicó el inicio de una nueva campaña, que en su inicio replicó a la de 1814, con un repliegue patriota hacia el norte. En esas circunstancias, la artillería de Blanco debió cubrir la retirada del Ejército hacia Talca en dificultosas condiciones; obstaculizada y luego abandonada por la caballería que la acompañaba, se las arregló para hacer fuego, pudiendo contener un ataque de la caballería enemiga.

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      Bajorrelieve de la batalla de Maipú que forma parte del monumento a Manuel Blanco Encalada en Valparaíso.

      Fotografía de Juan Chaura Fredes.

      En las afueras de dicha ciudad, en el llano de Cancha Rayada, las fuerzas patriotas fueron sorpresivamente atacadas por el Ejército español, la noche del 19 de marzo. El resultado fue una derrota patriota de envergadura, que implicó no la destrucción del Ejército, pero sí su dispersión y la pérdida de gran parte de sus pertrechos. Una excepción fue la artillería que, bajo el mando ya más experimentado del Mayor Blanco Encalada, pudo conservar su orden y todas sus valiosas piezas, aunque no sin un duro esfuerzo. Así lo relata el propio Blanco:

      “En la noche me puse a la cabeza de la división de Las Heras, verificando nuestra retirada hasta Quechereguas. Desde este punto quedé entregado a mí mismo, pues la infantería continuó su marcha que me era imposible seguir, arrastrando doce piezas con caballos y sin comer cerca de 48 horas y teniendo que pasar el Lontué en el cual empleé más de doce horas de fatiga, haciendo yo y mis oficiales hasta las veces de soldados y esperando por momentos ser alcanzados y sableados por la caballería enemiga que debíamos suponer en nuestra persecución”.58

      Como resultado, se pudo salvar no solo la artillería, sino también la división del General Juan Gregorio de Las Heras, la que, a su vez, fue el eje para la recomposición del Ejército patriota, que pudo esperar en buena forma a los españoles para la siguiente batalla, en las afueras de Santiago. En este sentido lo destacó más tarde el General San Martín, al referirse de un modo más amplio a dicha división después de la sorpresa: “nuestra derecha no había sido incomodada suficientemente y el Coronel Las Heras tuvo la gloria de conducir y retirar en buen orden los cuerpos de infantería y artillería que la componían. Éste era el solo apoyo que nos quedaba a mi llegada a Chimbarongo”.59

      Probablemente para el Mayor Blanco Encalada, el mal recuerdo que le había dejado Talca en 1814 había quedado en buena parte redimido.

      Una quincena más tarde, ambos ejércitos se enfrentaban nuevamente en los llanos de Maipú, el 5 de abril, momento en que la artillería de Blanco seguía integrando la división de Las Heras, y le tocó abrir los fuegos, a las 11:30 horas, para forzar el inicio de la acción. Una vez iniciada esta, sus piezas apoyaron a su división disparando por encima de los batallones patriotas en avance con especial habilidad, si se considera la poca precisión de los