Gustavo Jordán Astaburuaga

Los almirantes Blanco y Cochrane


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ya se ha adelantado. Concepto homologable al de base naval, con los requisitos de ser “un puerto abrigado y fortificado, estratégicamente situado respecto de una zona de interés. En él los buques surtos debían estar a cubierto de ataques enemigos y poder recibir el apoyo logístico necesario”. Aunque en la práctica, se les consideró más que una mera base naval, siendo también departamentos marítimos, con sus respectivas líneas costeras de responsabilidad, cuyo comandante tenía variadas responsabilidades.18

      Al momento de la invasión francesa a España, los principales apostaderos navales en América eran Montevideo, el Callao, Valparaíso, San Blas de California, Puerto Cabello, Cartagena de Indias, Veracruz y La Habana. En el Pacífico se contaba, además, con el astillero de Guayaquil, el puerto de Talcahuano, la plaza fuerte de Valdivia y el puerto de Ancud, que adquirirían relevancia y protagonismo en las operaciones navales que se relatarán en los capítulos siguientes. Se trataba, como puede notarse, de un “entramado organizado”, al decir del autor Jesús García Bernal, que podía garantizar el despliegue de las fuerzas navales españolas en todo el litoral Atlántico y Pacífico; “sin embargo, estos efectivos irán disminuyendo en la medida en que los convoyes, armas y pertrechos van dejando de llegar y los insurgentes van consolidando sus conquistas”.19

      Esta última referencia alude también a las diversas etapas de las operaciones bélicas, en las que, en la medida en que los patriotas iban haciendo progresos y conquistando territorios, diversas plazas y apostaderos navales se iban perdiendo para los españoles. Así, por ejemplo, Valparaíso se perdió en febrero de 1817, días después de la victoria patriota en Chacabuco y, en contraste, el Callao fue la última plaza española en capitular en América, en 1826.

      El hecho de que los apostaderos dependiesen del Virrey respectivo y también del Ministerio de Marina, fue causa de diversos roces, como sucedió particularmente en el Callao. A partir de 1805, los apostaderos americanos debieron arreglárselas con sus propios recursos, siendo en el caso específico del Callao, responsabilidad del Virrey del Perú. Por ser estas autoridades fundamentalmente jefes militares, las decisiones que aplicarían obedecerían a criterios estratégicos fundamentalmente terrestres, ya que carecían de una visión marítima, la que, por otro lado, difícilmente se les podía exigir: “la mentalidad continental imperante dio preferencia a la defensa de costas, desaprovechando los beneficios de la movilidad de las fuerzas navales para dar seguridad al dispositivo”.20

      Esto se vería claramente en la práctica. Si bien el Virrey Abascal pudo organizar exitosamente las sucesivas expediciones de 1813-14 que terminaron por aplastar el primer intento separatista chileno, conocido como la “Patria Vieja”, su sucesor a partir de 1816, Joaquín de la Pezuela, tuvo una mentalidad totalmente defensiva y de escasa iniciativa en lo naval. Además, fue común a ambos gobernantes el querer asegurar sus bases principales –Callao, Valdivia, Chiloé–, que, que eran puntos de apoyo a las actividades navales.

      En el caso de Pezuela podemos afirmar que estaba casi totalmente fuera de su imaginación, que los patriotas chilenos hubiesen podido ser capaces de crear la Escuadra Nacional en un corto lapso, después de la batalla de Maipú del 5 de abril 1818.

      Volviendo al Apostadero Naval del Callao, éste había ganado progresiva relevancia en paralelo a la reconstrucción de este puerto tras el terremoto de 1746, y a principios del siglo XIX seguía siendo una sólida plaza fuerte y la base naval más importante en el Pacífico.21 Contaba con capacidades que le daban el carácter de una sólida posición estratégica. A lo que cabe añadir que era un fiel reflejo del papel que jugó el Virreinato del Perú en su conjunto durante las Guerras por la Independencia de América, de ser el más fiel y sólido bastión de la causa española.

      La Armada Española en el Pacífico Sur, 1808-1817

      Desde un principio los medios navales con que contaba el Apostadero del Callao fueron insuficientes para controlar el litoral que tenían bajo su jurisdicción, pero al comenzar la oleada de juntas separatistas después de los sucesos de 1808 en España, los españoles poseían el control absoluto de las comunicaciones marítimas, pese a que el plan teórico de disponer de dos navíos y tres fragatas con base en dicha base naval fue imposible de concretar después de 1805.22

      Las principales tareas cumplidas en este período por los buques españoles dependientes del Apostadero Naval del Callao fueron de apoyo a las operaciones terrestres contra la insurgencia (principalmente transporte de tropas), auxiliar al Apostadero de Montevideo y, como ya se ha anticipado, el apoyo a las diferentes bases navales y el envío de las contribuciones económicas a España.23 Durante el período del Virrey Abascal, la Comandancia de Marina del Callao estuvo a cargo del Capitán de Navío Pascual de Vivero, hasta 1816.

      Un ejemplo de la crónica escasez de buques lo tenemos en las fuerzas existentes en el Callao a comienzos de 1810: las corbetas Castor y Peruana, el bergantín Alavés, cinco lanchas cañoneras y dos botes de fuerza. Pues bien, tras cumplir diversas comisiones, los buques principales fueron siendo dejados en estado de desarme por economías. Con la perspectiva de los mandos de aquella época, no faltaban razones para tomar tales medidas, puesto que la supremacía naval española solo tuvo un desafío de cierta importancia hacia abril de 1813, y este vino desde Chile.

      En efecto, la expedición del Almirante Pareja ya había desembarcado y estaban por comenzar las hostilidades contra las fuerzas del General Carrera, cuando este último, enterado de que además había un corsario realista, la fragata Warren, amenazando la costa de Valparaíso, instruyó medidas al respecto. En cumplimiento de ello el Gobernador de Valparaíso, Francisco de la Lastra y De la Sota dispuso apresuradamente el arriendo de la fragata Perla y la compra del bergantín Potrillo; para completar su armamento, y se requisó el que tenía una fragata mercante portuguesa surta en dicho puerto. Las tripulaciones fueron completadas con igual premura.

      El 2 de mayo de 1813, al divisarse la Warren frente a la bahía, la precipitadamente constituida flotilla patriota zarpó en su cacería, y el enfrentamiento que siguió fue insólito: en síntesis, la Perla se cambió de bando y, junto con la Warren, comenzó a atacar al Potrillo hasta lograr su captura. Después se supo que las tripulaciones de ambos buques habían sido sobornadas, por lo cual este efímero intento por crear el primer poder naval chileno apenas si alcanzó a ser una amenaza para los españoles.24

      En suma, lo único que pudieron sacar en limpio los patriotas de este fiasco fue una lección para el futuro: aunque resultasen triunfantes en las campañas terrestres, ello sería inútil si no se lograba dominar el mar. Un principio que el General O’Higgins haría suyo. Pero como precedente, el historiador naval Carlos López Urrutia rescata del olvido un manifiesto emitido por el Gobernador de la Lastra a propósito de la requisición de cañones de la citada fragata portuguesa, donde por primera vez se puede encontrar en Chile “una política naval de mérito”. Declaraba dicho manifiesto que el objetivo de tal requisición había sido “el de equipar una Escuadra que pase a resguardar los mares chilenos de los refuerzos que el Virrey pretende enviar a Pareja, proteger el comercio al mantener los puertos chilenos abiertos a neutrales, cortar las comunicaciones realistas del sur de Chile con Lima y por fin impedir la retirada de Pareja una vez que éste haya sido derrotado”.25

      La suerte de las armas, que progresivamente favoreció a los españoles, quienes pudieron seguir enviando nuevas expediciones del Callao a Chile sin amenaza alguna, dio, para desgracia de los patriotas, la razón a las ideas expresadas en dicho manifiesto.

      Volviendo a la Armada española en el Pacífico, para el 31 de enero de 1814, las fuerzas disponibles en el Apostadero del Callao eran las corbetas Castor y Peruana, ambas en desarme, al igual que cuatro lanchas cañoneras y dos botes de fuerza. Es decir, una situación no muy distinta a la de 1810, de no ser por el añadido de la corbeta Sebastiana, venida de Europa vía Montevideo, y del capturado bergantín Potrillo, estos últimos en comisión en la costa de Arauco.26

      En el mes de abril de 1814 se recibió el importante refuerzo desde España, el navío Asia, que había llegado al Pacífico escoltando una expedición al mando del General Mariano Osorio, parte de cuya fuerza llevaría a cabo la reconquista de Chile, meses después.

      Sin embargo, este refuerzo sería pasajero puesto que, pacificado dicho territorio y cumplidas algunas