Gustavo Jordán Astaburuaga

Los almirantes Blanco y Cochrane


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lo que solía cumplirse durante el trayecto, como se verá más adelante.

      En 1816 el sufrido Ministro de Marina Vásquez de Figueroa levantaba una verdadera “acta de defunción” de esta fuerza al exponer: “la Armada dispone de 21 cascos de navíos, 16 fragatas y algunos buques menores y digo cascos, porque a duras penas se mantienen en el agua y carecen de aparejos y pertrechos”. Y continuaba: “es preferible que los barcos no salgan a la mar, porque los comandantes y oficiales comprometen sus experiencias profesionales ante la nación, porque piensan que navegan en barcos en perfectas condiciones”.7

      Si la anterior ha sido llamada un acta de defunción, lo señalado por el Director General de la Armada en 1818 puede considerarse una verdadera lápida: “la Armada no existe; sólo la memoria de lo que fue; de 70 navíos apenas queda uno en la lista porque necesitaban todos carenas, de modo que es lo mismo que hacerlos nuevos”.8 Un plan para reconstruir la flota fue elaborado por el mencionado Ministro Vásquez de Figueroa, consistente en adquirir 20 navíos, 20 fragatas, 26 bergantines y 18 goletas, el que quedó en nada. Más aún, durante el resto del reinado de Fernando VII, la situación de la Armada hispana siguió empeorando.9

      A mayor abundamiento y a manera de recapitulación de este dramático proceso de declive, entre 1795 y 1825 España perdió 22 navíos en combate, 10 por accidentes en la mar, 8 fueron transferidos a Francia y 39 dados de baja por su mal estado; es decir, que en treinta y dos años un total de 79 navíos desaparecieron de inventario naval de la Marina Española. Proceso análogo puede decirse de las fragatas, lo que se acentuaba por el escaso número de nuevas construcciones de buques de esta clase. De manera que para finales de 1825 (hacia el final de las campañas por la Independencia de Chile) solo figuraban en servicio activo seis navíos de línea, siete fragatas y nueve corbetas.10

      Un contraste ciertamente chocante, lastimoso, con el estado de la Marina española a la muerte del rey Carlos III en 1788 cuando, en uno de los mejores momentos de su historia, los estados de esta fuerza podían arrojar las cifras de 76 navíos, 50 fragatas, 49 corbetas, 20 bergantines y unas 140 unidades menores, buques en general modernos y de excelente factura.11

      Para los efectos de lo que nos interesa en esta obra, podemos acotar que aquí está la razón de la escasísima presencia de navíos de línea en los teatros de las operaciones navales de la Independencia americana, en las que los patriotas pudieron desplegar solo escuadras ligeras, compuestas fundamentalmente de goletas, bergantines, corbetas y, en menor medida, fragatas. Solo un navío patriota, el chileno San Martín, se alineó en las filas independentistas. Por lo tanto, una división de tres o cuatro navíos de línea españoles, con su correspondiente escolta de fragatas y corbetas, fuerza relativamente reducida para estándares europeos de la época, pudo haber hecho la diferencia decisiva. Pero aún ese esfuerzo estaba más allá de las posibilidades de la castigada y exhausta Armada española.

      ¿Qué medidas rápidas podía tomar España para reconstruir, al menos parcialmente, su poder naval? La situación de los astilleros, ya descrita, imposibilitaba una reanudación rápida y eficaz de las construcciones navales, por lo cual se consideró que la mejor solución, aunque fuese un paliativo, fue la adquisición de buques a Francia en 1817 (tres corbetas, una goleta y un bergantín goleta) y a Rusia (cinco navíos y tres fragatas), a fines del mismo año.

      En el caso de estos últimos, el término adquisición en verdad fue un eufemismo que encubría un negociado de escandalosa corrupción, que se puede adivinar ya a partir del hecho que España no se tomó la molestia de enviar ninguna comisión de expertos para verificar el real estado de las nuevas adquisiciones. De manera que los beneficiados fueron, en este orden, los agentes que llevaron las negociaciones, la corona rusa y, a la larga… la naciente Marina de Chile, por una ironía del destino, como se verá en capítulos siguientes.12

      Recapitulando, un autor español ya citado nos corrobora que el golpe fatal para el poder naval español se debió, no a la sucesión de derrotas navales de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, sino que al desgaste de la Guerra Peninsular de 1808-1814: “no fue la derrota en San Vicente, ni en Finisterre, ni siquiera el cataclismo de Trafalgar la causa del hundimiento de la Marina; lo fue la Guerra de la Independencia”.13 Y lo que era relevante para el futuro inmediato, la solución no podía ser rápida; por el contrario, “el proceso de reconstrucción será lento y penoso a consecuencia, sobre todo, del retraso en la industrialización del país”.14

      La Situación Naval Española en América

      Aun cuando para 1814 España, liberada ya del yugo napoleónico, podía acometer con más concentración la reconquista de América, la situación era de “casi total inexistencia de fuerzas navales”, como lo señala el citado autor Cervera Pery.15 Además, había que tener en cuenta que, tanto en el Gobierno como en la sociedad española, preferirían la atención y fortalecimiento del Ejército en desmedro de la Armada. Para esta última, el Ministerio de Hacienda era invariablemente cicatero al momento de decidir sobre los recursos a otorgarle.

      Y ya que hablamos de la autoridad económica, esta prefería mantener una situación que, a esas alturas, con diversos focos rebeldes en plena actividad bélica a lo largo del continente americano, era completamente irreal. No solo se negaban recursos extraordinarios a la supresión de dichos focos, sino que se seguía esperando que las posesiones ultramarinas continuaran contribuyendo con su cuota anual de recursos enviados a España, como si nada hubiera pasado:

      “La guerra con América no impidió seguir considerando a ésta como fuente de ingresos para la Real Hacienda y los virreyes y gobernadores que tenían asignado el mantenimiento de los apostaderos e instalaciones navales preferían enviar a España el producto de sus escasas recaudaciones, y una vez ingresadas en las arcas fiscales, los caudales precedentes de América ya no revertían en los gastos de su pacificación”.16

      Esta situación también explica la ausencia de refuerzos provenientes de España destinados a sofocar las rebeliones separatistas, siendo la gran excepción del período aquí estudiado, la llamada “Expedición Pacificadora”, ya mencionada, que desembarcó en Venezuela. Estos casi 10.000 hombres fueron transportados en 65 transportes más una escolta. Fuera del indudable aporte a la causa española que significó, y el consiguiente retroceso de los patriotas y la prolongación de la guerra en los frentes del norte del continente, la presencia naval española en esa región fue escasa. Y aun así bastó, al menos por el momento.

      La casi total ausencia de fuerzas navales patriotas en Nueva España, Venezuela y Nueva Granada, así como la escasa capacidad de éstos de improvisarlas (salvo fuerzas muy ligeras), hizo que la gran mayoría de las operaciones navales españolas en estas zonas se limitaran al apoyo de los ejércitos de tierra o a bloquear puertos en manos insurgentes. La actividad de los corsarios separatistas en dichos teatros de operaciones fue escasa; solo a partir de 1816 los venezolanos pudieron organizar una Escuadra ligera, bajo el liderazgo de los Almirantes Padilla y Brión.

      En el teatro de operaciones del Río de la Plata, los españoles disponían de fuerzas navales de alguna importancia, si bien sus condiciones operativas no eran óptimas, pero a la vez, los patriotas de las Provincias Unidas tuvieron la capacidad de armar una Escuadra ligera en una fase relativamente temprana de la guerra continental. Tras algunos primeros enfrentamientos, el choque decisivo fue la batalla naval de Montevideo del 14 al 17 de mayo de 1814, donde el Almirante patriota Guillermo Brown obtuvo una importante victoria de consecuencias duraderas. No solo Montevideo cayó en manos patriotas y los patriotas obtuvieron el dominio del mar: “fue, sin duda, un suceso importante, pues permitió la intensificación de las operaciones navales y la creación de una flota capaz de operar en el Pacífico, donde se encontraba el grueso del potencial español y, sobre todo, posibilitó –con las espaldas cubiertas– las campañas sudamericanas del General San Martín”.17

      Dicho en otras palabras, esta victoria naval fue uno de los factores que posibilitó que se pudiesen formar con el tiempo, la tranquilidad y los recursos suficientes el Ejército de los Andes, con la consiguiente liberación de Chile, en 1817, y poco después, el surgimiento de un poder naval chileno.

      Los Apostaderos Navales. El Callao

      El sistema de apostaderos, elemento fundamental para mantener