Gustavo Jordán Astaburuaga

Los almirantes Blanco y Cochrane


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de tropas, y que arribó al Callao el 30 de septiembre. Constituía un importante refuerzo para la Armada española en el Pacífico, pero, por vueltas del destino, su nombre terminaría por ser icónico para la historia naval chilena.

      CAPÍTULO II

      Blanco Encalada: Marino, Militar y Estadista

      Aún vivía cuando su nombre ya comenzaba a ser epónimo, y después de su muerte a avanzada edad, en 1876, esta condición se consagró, llevando el nombre de Blanco Encalada calles o plazas a lo largo de la geografía nacional, y una sucesión de buques a lo largo de la historia de la Armada. Por supuesto, los monumentos no faltarían. Un recuerdo que se ha mantenido hasta hoy en tales nombres, aunque el personaje tras este nombre se haya ido desvaneciendo lentamente de la memoria colectiva, conforme han ido pasando las generaciones.

      Ya en pleno siglo XXI, vivimos en una época en que es forzoso explicar quién fue, a diferencia de otros próceres que han permanecido en el recuerdo común. No fue un héroe popular, como Manuel Rodríguez o Arturo Prat; fue uno de los próceres de la época fundacional de la República, pero no despierta las pasiones y controversias que aún pueden provocar O’Higgins, Carrera o Portales. Y ello, pese a ser contemporáneo de todos ellos y tener una estatura que casi los alcanzaba.

      Tuvo una vida rica en vivencias y servicios, viviendo, por cierto, varios momentos de triunfo, pero también conoció la derrota, el fracaso y la crítica. Su vida no puede ser reducida a un momento estelar, como suele hacerse con el abordaje de Prat, y sus momentos controvertidos no se alcanzan a cubrir por el rayo de una muerte, como sucedió con los asesinatos de Manuel Rodríguez o Diego Portales. Enfrentó muchas veces el peligro, pero falleció en su hogar; fue militar, pero no abandonó esta vida combatiendo. Eso sí, enfrentó a la muerte de manera decidida, como un caballero que acude puntual a una cita.

      Precisamente el sentido de la caballerosidad de Manuel Blanco Encalada le jugó en contra en más de una oportunidad, al igual que el haber vivido tanto, acaso más de lo que él mismo hubiese querido. Era muy joven cuando llegó a ocupar altos cargos que lo situaron en la cúspide de la política, la milicia y la sociedad nacionales, pero el haber fallecido a los 86 años, teniendo una vida pública hasta una edad muy avanzada para la época, le significó importantes logros y honores, pero también cometer errores y sufrir cuestionamientos. Eso sí, a la larga se fue decantando como una figura patriarcal, de esas que se sitúan por sobre la contingencia e imponen una mezcla de aprecio y respeto cívico.

      Porque no podía sino imponer a las generaciones que le fueron contemporáneas, una mezcla de sentimientos positivos quien había sido Almirante, General, veterano de la Independencia, Presidente de la República, Intendente de un progresista Valparaíso, diplomático y un pensador preocupado del porvenir del país. Para decirlo de la forma más simple y resumida, el Almirante Blanco Encalada fue uno de los fundadores de la República.

      Cabe citar al primero de sus biógrafos, Benjamín Vicuña Mackenna, quien dos días después de su fallecimiento, publicaba un bosquejo de su vida, donde resumía:

      “Fue en las vicisitudes de su vida todo lo que un ciudadano podía alcanzar en sus tiempos. Fue General de tierra con una graduación creada exclusivamente para él y que ya no existe en la carrera militar de la República; tuvo en la mar el primer puesto; fue senador, magistrado civil y local; General en Jefe en cinco o seis ocasiones de su vida, ligada íntimamente a la de la Nación; ocupó, por último, la Presidencia de la República, y tuvo todavía otro honor mayor que ese, el de renunciarla”.34

      Como marino, Blanco Encalada conoció, en el período en que fue Guardiamarina y oficial en Cádiz, la tradición naval española heredada del siglo XVIII, de marinos de gran profesionalismo y cultura, hijos de la época de la Ilustración, como lo habían sido los oficiales y científicos que habían visitado las costas americanas en dicha centuria. Es decir, este adolescente, que en no muchos años más sería el Comandante en Jefe de la primera Escuadra que tuvo Chile, estuvo inmerso en una Armada hispana que vivía sus últimos años de esplendor antes de entrar en la época de declive que la caracterizó durante los años napoleónicos y posteriores, descrita en el capítulo anterior.

      Como joven oficial, ya en plena lucha por la Independencia americana, Blanco también tuvo contacto cercano e intenso con la oficialidad británica que vino a participar en este conflicto, y queda campo abierto a la especulación la amalgama de influencias que debió complementar su formación naval. Nos atrevemos a aventurar que prevaleció en él un cierto sello hispano, que no fue obstáculo para que la Marina que él había contribuido a crear, recibiera y se empapara de la idiosincrasia anglosajona.

      La fortuna o desgracia que significó para él –no lo sabemos– su larga vida, también le permitió presenciar cambios revolucionarios en el arte de la guerra naval. Sus años juveniles coinciden con el mayor auge de la navegación a vela, cuyos máximos exponentes en lo militar eran el navío de línea y la fragata, con diseños que alcanzaron grados de máxima perfección; poco después, en los años de las campañas por la emancipación, ya se conocía la navegación a vapor como una tecnología viable, que se expandió en los años de madurez de don Manuel. Su ancianidad coincide con el nacimiento de los acorazados y el desarrollo de sus primeras generaciones; detalle significativo es que hubiese fallecido justamente cuando Chile adquiría sus primeros buques de este tipo, y más elocuente aún que, con motivo del deceso, se hubiese bautizado a uno de ellos como Blanco Encalada.

      Cabe destacar que Blanco logró al menos entenderse medianamente con el Almirante Cochrane, un oficial más veterano, formado en una tradición muy diferente, y en una coyuntura de claro contraste: a diferencia de lo que comenzaba a suceder con la Armada española, Cochrane perteneció a una de las generaciones más brillantes de la Royal Navy, cuya trayectoria ascendente había tenido un hito clave en Trafalgar.

      Blanco Encalada es recordado ante todo como un Almirante, lo cual ha opacado sus otras facetas, en especial la de Oficial del Ejército, en circunstancias que, así como fue el primer Comandante en Jefe de la Escuadra, fue también uno de los primeros oficiales artilleros con que contó el Ejército de Chile. Ello, en una época en que esta arma se había consolidado en su importancia gracias al aumento de la eficacia del poder de fuego en el campo de batalla, en gran parte por el uso que le había sabido dar uno de sus más destacados especialistas de todos los tiempos: Napoleón Bonaparte.

      No solo eso. También le fue conferido el grado de Mariscal de Campo, único en la historia militar de Chile, y comandó una importante expedición, la que hizo la primera campaña de la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana de 1836-39. Su resultado, en el tratado de Paucarpata, rechazado por el Gobierno de Chile, sin duda es uno de los puntos controvertidos de su biografía, que además contribuyó a oscurecer aquella faceta de militar terrestre. Pese a que este episodio aún puede discutirse, que debe considerarse que él hizo lo que pudo con los medios disponibles y que, en el proceso respectivo resultó absuelto, lo cierto es que de aquella coyuntura bélica quien es claramente recordado es el General Manuel Bulnes y su campaña, que culminó en la victoria de Yungay.

      Nacido en Buenos Aires, hijo de un funcionario español oriundo de Galicia y de una dama chilena, Blanco fue por lo tanto un criollo, típico hijo de la ecúmene hispana, y, como cualquier combatiente de las guerras de la emancipación, luchó por lo que se consideraba la causa americana. Apunta uno de sus biógrafos que: “español por sangre y educación, fue americano de sentimientos”, observando también que: “obró siempre como un europeo frente a la vida criolla, discerniendo con igual claridad sobre asuntos militares, gubernativos y diplomáticos”.35

      A la hora de escoger, se hizo chileno, y cabe especular si acaso un elemento que pesó fue la expresión del gran amor que sentía por su madre. Por eso mismo, aprovecharemos aquí la oportunidad de destacar su aporte a Chile no solo como guerrero, sino también en tiempos de paz, y adelantaremos un aspecto que nos es especialmente cercano: el de Intendente de Valparaíso, justamente en los años en que la ciudad - puerto dejaba atrás su imagen criolla, heredada de tiempos coloniales, para comenzar a adquirir una apariencia más cosmopolita.

      En vista de todo lo expuesto, otro hecho que llama la atención es que