Gustavo Jordán Astaburuaga

Los almirantes Blanco y Cochrane


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para el cultivo del germen revolucionario que ambos llevaban.

      Siendo ya un oficial naval hecho y derecho, una vez más operaron los contactos del tío Manuel, para recibir un destino que le significara volver a América, como era su deseo. Ahora fue transbordado al Apostadero Naval del Callao, para lo cual se embarcó en la fragata Flora rumbo a Buenos Aires, donde pudo abrazar a su madre y hermanas, para luego atravesar la pampa y el macizo Andino, rumbo a Chile, antes de seguir al Perú.

      Llegaba por primera vez a Santiago, y, por lo tanto, conocía el lugar donde había nacido su madre y pudo también conocer a su otro tío materno, Martín, quien también fue una influencia importante para él. Permaneció en la capital chilena algunos meses. No deja de llamar la atención el hecho que, a la larga, Blanco Encalada haya optado por la nacionalidad chilena, pese a que no conoció esta tierra antes de los 18 años. El historiador Rodrigo Fuenzalida lo explica con una razón que hemos anticipado:

      “El hecho que el niño Manuel no haya virtualmente conocido a su padre, por cuya memoria siempre tuvo extrema veneración, hizo que sus más tiernos afectos los vaciase hacia su madre, a cuya vida se consagró por entero”.47

      Su principal biógrafo complementa este juicio al señalar que, dado el cosmopolitismo que rodeó su cuna, pudo adoptar como patria a la nación que le ofreciese más porvenir; “sin embargo, no titubeó en aceptar como suya la patria de su madre, a la que sirvió como el más amante de sus hijos”.48 Esto se evidencia en su epistolario, del que cabe citar, por ejemplo, su carta del 25 de junio de 1809, donde describe en gratos términos la ciudad de Santiago, que acababa de conocer.49

      El Alférez de Fragata Blanco Encalada llegó al Callao a ponerse a las órdenes del Comandante General de Marina, Joaquín de Molina, su primo hermano y en ese destino lo sorprendió el comienzo de los movimientos revolucionarios en América, en 1810. Diversos autores como los ya citados, están de acuerdo en que, al parecer, para ese entonces las simpatías del joven oficial ya se estaban inclinando por el bando que buscaba la emancipación, aun cuando este proceso se fuese decantando de forma paulatina. Al menos hay un hecho concreto: su tío materno ya mencionado, Martín Calvo de Encalada era simpatizante de este movimiento en Chile, fue miembro de la Junta de Gobierno de 1811, integró el mismo año el primer Congreso, y luego estuvo a cargo de la autoridad ejecutiva provisoria. Ambos mantuvieron un activo intercambio epistolar sobre los acontecimientos en curso.

      El hecho es que el Virrey Abascal decidió enviar a Blanco Encalada de vuelta a la Península, entonces en plena guerra entre los ejércitos español, británico y portugués más las guerrillas locales, contra el invasor francés. Pese al buen desempeño del joven Alférez de Fragata, esta orden parecía, más que un destino auténtico, un castigo por sus supuestas ideas subversivas, al enviarlo directamente a la guerra, o bien, una forma de deshacerse de un oficial que podría traerle complicaciones. La historia comenzaba a acelerarse en América; la vida de Blanco Encalada, también.

      Al retornar a España se le encomendó el mando de una cañonera como parte de las defensas de Cádiz, pero esta nueva destinación duró poco y, una vez más, influencias mediante, el joven oficial naval pudo arreglárselas para regresar a América, en 1811. Esta vez su destino era Montevideo, a las órdenes del General Francisco Javier de Elío, uno de los jefes destacados que habían hecho frente a las invasiones inglesas al Río de la Plata, y que en ese momento era titular de dicho virreinato; de hecho, pasaría a la historia como el último Virrey. Sus nuevos superiores no tardaron en compartir las mismas sospechas que había tenido Abascal en Perú, y para corroborarlas, se envió a Blanco a cumplir tareas de guerra contra las sitiadas fuerzas patriotas de Buenos Aires, las que este oficial rehusó cumplir alegando relaciones de familia con los revolucionarios platenses. En efecto, se le ordenaba atacar a la ciudad donde había nacido, cosa que su hermano Ventura no duda en calificar de “barbarie”, en sus recuerdos.50

      Con ello, Elío vio confirmadas sus sospechas, y su decisión fue enviar a Blanco, una vez más, a la Península. Este fue un punto de quiebre, quizá uno de los más decisivos en su vida, ya que en ese momento decidió inclinarse definitivamente por la causa patriota, y lo concretó con una acción de rebeldía: la fuga para cambiarse abiertamente de bando. Ya estamos a mediados de 1812. Si se piensa en aquella coyuntura, en que los conflictos de la emancipación americana estaban aún muy lejos de decidirse, se podrá apreciar lo arriesgado de su decisión: “sacrificando así una carrera brillante, llena de honores, sus bienes de fortuna y todo lo que se puede ambicionar en la vida”.51

      Su capacidad para cultivar buenas relaciones una vez más lo ayudó, puesto que dos damas de la sociedad montevideana primero le advirtieron de la decisión de mandarlo de vuelta a la Península y luego le proporcionaron los medios para escapar. La huida fue simple, vistiendo uniforme y fingiendo un paseo al crepúsculo por los extramuros de Montevideo, pero le esperaba una larga travesía en solitario por Uruguay y Paraguay, antes de llegar a un campamento del Ejército patriota de las Provincias Unidas y luego ser enviado a Buenos Aires.

      Pudo haberse integrado a las filas de la milicia de las Provincias Unidas, pero ¿por qué llegó finalmente a Chile? La razón se halla, una vez más, en la familia materna y, más concretamente, en la influencia de su tío Martín Calvo de Encalada, varias veces mencionado. Cuando ejercía como autoridad, en 1811, había despachado para su sobrino el nombramiento de Capitán de artillería en 1812, de manera que si cruzaba la Cordillera no lo aguardaban solamente sus lazos familiares, sino también un puesto en el nuevo Ejército que organizaba el General José Miguel Carrera.

      Así, en un acto que, en definitiva, marcaría su opción de hacerse chileno, el oficial de marina Manuel Blanco Encalada partía en febrero de 1813 para asumir un mando de fuerza terrestre, llegando en marzo a Santiago. Justo a tiempo: el 26 de dicho mes había desembarcado en San Vicente una expedición española enviada desde el Perú, al mando del Almirante Antonio Pareja.

      Soldado de la Patria Vieja

      Al incorporarse a las filas patriotas y ver nuevamente a José Miguel Carrera, a quien había conocido en España, ahora convertido en Gobernante y General en Jefe, asumió el grado de Capitán de artillería que le esperaba, tomando el mando accidental de esta arma. Su primera tarea fue organizar la primera Maestranza de Artillería con que contó Chile, precursora de la actual repartición Fábricas y Maestranzas del Ejército (FAMAE). En concreto, su labor era de apoyo a la naciente arma que era su especialidad, en la reparación y confección de armamento y municiones, contando con la asistencia de Pedro Pascual, un fundidor de la Casa de Moneda. Señala uno de sus biógrafos:

      “Muchas veces se vio al ilustre militar, en mangas de camisa y con delantal, como a un jefe de taller dirigiendo a sus obreros, vigilando las fundiciones, trabajando cual un simple artesano”.52

      Su ascenso fue rápido, probablemente debido a las circunstancias del naciente Ejército, con un surgimiento lleno de precariedad y carencias, incluyendo el de la escasez de oficiales calificados. De modo que en agosto de 1813 fue ascendido a Mayor y para 1814 ya figura como Teniente Coronel de artillería y, dejando encaminada una maestranza, se dio a Blanco un mando de tropa en campaña.

      Las circunstancias no eran fáciles. Tras el desgaste de ambos bandos en la Campaña de 1813, los españoles habían visto revitalizado su esfuerzo de guerra por el arribo de una expedición al mando del Brigadier Gabino Gaínza, que había avanzado desde Arauco hacia el norte y conquistado Talca después de una denodada, aunque inútil resistencia patriota, el 4 de marzo de 1814. Entonces, cuando aún no cumplía los 24 años se le confirió a Blanco Encalada el mando de una división expedicionaria que debía reconquistar Talca. Esta era una abigarrada fuerza de unos 600 infantes, 60 artilleros con cuatro piezas y unos 700 milicianos de caballería, constituida “casi en su totalidad por el peor elemento humano que cabe imaginar”,53 y si bien estaba bien vestida, armada y equipada, estaba integrada en su mayoría por gente de escasa o ninguna instrucción militar y disciplina, y con mandos subalternos incompetentes.

      Debía hacer frente a una fuerza española que, en apariencia, no era mejor, y, además, tenía inferioridad numérica. Se trataba de una guerrilla al mando de Ángel Calvo, ex oficial patriota que se había cambiado de bando, y que destacó por su astucia, como lo probaría en