Mervyn Maxwell

Apocalipsis


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Decir que la cristiandad medieval obró mal equivale a lanzar una clarinada de alarma. ¿Cómo podían los cristianos actuar de esa manera, sin apostatar o dejar la fe primero?

      Esta misma apostasía está predicha en el Sermón Profético. Jesús dijo: “Muchos se escandalizarán” (“Muchos tropezarán”, RVR; “Muchos perderán su fe”, Dios habla hoy; “Muchos abandonarán su fe”, versión popular inglesa, Mateo 24:10). Unos 25 años después de este sermón, el apóstol Pablo, al referirse a la misma tragedia, escribió a los dirigentes cristianos de Éfeso: “Yo sé que, después de mi partida, se introducirán entre vosotros lobos crueles que no perdonarán al rebaño; y también que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas, para arrastrar a los discípulos [los miembros de la iglesia] detrás de sí” (Hech. 20:29, 30).

      “Que nadie os engañe de ninguna manera”, dice Pablo a algunos nuevos cristianos de Tesalónica que anhelaban el regreso de Jesús. (Estas palabras son un claro eco de la advertencia de Cristo en Mateo 24.) “Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el hombre impío [“el hombre de pecado”, Reina-Valera 1960], el hijo de perdición, el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios. ¿No os acordáis que ya os dije esto cuando estuve entre vosotros?” (2 Tes. 2:3-5).

      El “misterio de la impiedad” ya estaba obrando, sigue diciendo el apóstol, al referirse a las condiciones que prevalecían a mediados del siglo primero “Tan solo”, explica Pablo, “conque sea quitado de en medio el que ahora le retiene, entonces se manifestará el Impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la manifestación de su venida” (2 Tes. 2:7, 8).

      Pablo pone énfasis en que el hombre impío no aparecería hasta un poco después de sus días; pero una vez que apareciera, perduraría hasta la segunda venida de Cristo.

      Parece poco amable, y hasta anticristiano, sugerir que la Iglesia Romana cumplió esta profecía. Pero Pablo estaba hablando de una “apostasía”, de una “rebelión”. Las apostasías y las rebeliones se producen dentro de las filas de la iglesia, no fuera de ellas. En el primer tomo, en las páginas 123 y 124, vimos que varios papas y sus admiradores verdaderamente pretendieron que los papas eran en cierto modo divinos; pretensiones que nunca fueron repudiadas. En las páginas 127 a 134 del tomo citado, vimos cómo, tal vez con las mejores intenciones, la Iglesia de Roma se ha opuesto a la Ley de Dios. Y no ha cambiado de actitud al respecto.

      Notables cristianos manifiestan su preocupación. En la cúspide de la Edad Media, algunos eruditos dirigentes cristianos se manifestaron profundamente preocupados por la apostasía de la iglesia. Con verdadero riesgo de sus vidas, manifestaron la perturbadora convicción de que el hombre impío, la abominación desoladora, había aparecido en sus propios días. Llegaron a la conclusión de que la iglesia (o su dogma, o a lo menos sus dirigentes terrenales) era “el hombre impío” de 2 Tesalonicenses 2 y la “abominación” de Mateo 24.

      Trágicamente, la abominación desoladora acerca de la cual hablaron Jesús y Daniel, fue ciertamente tanto la Roma pagana como la cristiana.

       IV. La tribulación predicha y usted

      Al hablar de las trágicas muertes de Huss y Oldcastle, nos acordamos de que Jesús, en su Sermón profético, predijo que sus seguidores sufrirían tribulación. “Entonces os entregarán a la tortura y os matarán, y seréis odiados de todas las naciones por causa de mi nombre” (Mat. 24:9).

      No fue la única referencia que formuló esa tarde acerca de la tribulación. En los versículos 21 y 22 aludió a una “tribulación tan grande”, que no tendría parangón ni en el pasado ni en el futuro; tan tremenda, que “si aquellos días no se hubiesen abreviado, no se salvaría nadie”.

      La palabra tribulación proviene de un término griego que significa “dificultad, angustia y sufrimiento”. Además de las referencias de Cristo a ese término en el Sermón Profético, las Escrituras contienen varias predicciones más acerca de períodos de notable angustia. (Véase el diagrama de la página 34.)

      La primera tribulación mencionada en el Sermón Profético debía comenzar muy pronto, durante la vida de los discípulos. “Entonces os entregarán a la tortura”, les anunció Jesús. Y esa situación debía continuar, más o menos, permanentemente. Cuando Jesús añadió: “Y seréis odiados de todas las naciones por causa de mi nombre”, estaba lanzando una mirada a través de la historia hasta el fin del tiempo, mientras el evangelio se diseminaba de una nación a otra. Algunas personas provenientes de todas las naciones iban a aceptar el evangelio y se iban a convertir en sus seguidores. Trágicamente, sabía que algunos otros de todas las naciones no solamente lo iban a rechazar, sino además iban a perseguir a los que lo aceptaran.

      La otra tribulación que Jesús mencionó, que no tendría parangón ni antes ni después (vers. 21 y 22), se cumplió durante los 1.260 días-años de Daniel 7:25 (véase el tomo 1, páginas 122 y 123), como parte de la terrible característica de prueba, dificultad y angustia que demasiado a menudo marcó la carrera de la cristiandad romana. (Véase el diagrama de página 34.)

      Otra tribulación, o “tiempo de angustia”, también sin paralelo fue predicha en Daniel 12:1 y 2. Ocurrirá cuando surja “el gran Príncipe”, Miguel. “En aquel tiempo se salvará tu pueblo”, le dijo Gabriel a Daniel: “todos aquellos que se encuentren inscritos en el Libro. Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra”, añadió, “se despertarán, unos para la