a la gerencia, pero que castigaría al malo ubicándolo entre los “hipócritas”, en un lugar donde habrá “llanto y el rechinar de dientes” (Mat. 24:45-51).
En otras palabras, la preparación para la venida de Cristo implica fidelidad en el desempeño de los deberes diarios. Un mayordomo llevó a cabo su tarea con responsabilidad. El otro perdió el tiempo y el dinero, y finalmente se sintió frustrado con la misma gente con la que tenía que trabajar.
¿Por qué quedó el segundo mayordomo fuera del Reino de Dios? Evidentemente, porque el Señor se interesa demasiado por nuestra eterna felicidad como para dejar que la estropeen unos cuantos déspotas vividores. Esto significa también, probablemente, que no quiere poblar el cielo con padres pendencieros ni con cónyuges testarudos, que pierden horas interminables mirando televisión, y que después se insultan a rabiar porque el trabajo pendiente no está hecho. Parte de nuestra preparación para la eternidad consiste en aprender, por la gracia de Dios, a administrar nuestro tiempo sabiamente y a ser amables con la gente.
Las jóvenes que se durmieron. La segunda parábola de Cristo acerca de la preparación gira en torno de una boda. En una típica boda de los tiempos bíblicos, el novio viajaba, probablemente en una carreta tirada por bueyes, hacia la casa de la novia para cumplir con el primer paso del casamiento; entonces la llevaba a su casa, para la fiesta de bodas. Jóvenes solteras, generalmente adolescentes, esperaban cerca de la casa de la novia para dar la bienvenida al novio y compartir la alegría del momento. Cuando las ceremonias se llevaban a cabo de noche, las niñas llevaban lámparas alimentadas con aceite de oliva.
He observado que en Medio Oriente se practica hasta el día de hoy una costumbre semejante. Las lámparas que se usan hoy son modernas; pero tengo una lámpara que procede de los tiempos bíblicos. Descubrí que una carga de aceite dura seis horas, y que la llama no se apaga cuando se camina con ella.
En la historia de Cristo, diez damitas jóvenes se reunieron junto a la casa de la novia cierta noche, para esperar al novio. Calculando que todo sucedería normalmente, las cinco “necias” no se molestaron en llevar un frasco extra de aceite. Las cinco “prudentes”, por el contrario, reconocieron francamente que su amigo el novio bien podría no llegar a tiempo. Sabían que, por tradición, se esperaba que ayudaran a iluminar la fiesta tanto dentro como fuera de la casa. Por eso las “prudentes” llevaron aceite extra.
El novio se demoró; y mientras las diez jovencitas cabecearon, sus luces casi se apagaron. Cuando se despertaron a medianoche al oír el ruido del carro tirado por bueyes que venía acercándose, las prudentes en seguida pusieron más combustible en sus lámparas. Las necias, en cambio, pidieron a sus amigas que se lo proporcionaran. Pero incluso las prudentes tenían solo aceite suficiente para que sus lámparas iluminaran durante la procesión y la fiesta. Mientras las necias iban a la ciudad a despertar a los comerciantes, el novio llegó. “Las que estaban preparadas” entraron con él para la fiesta, “y se cerró la puerta”. “Velad, pues”, terminó diciendo Jesús, “porque no sabéis ni el día ni la hora” (Mat. 25:1-13).
El tema de este relato es que, a fin de estar listos para la Segunda Venida, debemos estarlo individualmente. No basta que nuestro esposo, esposa o madre estén listos. No basta tampoco pertenecer meramente a una iglesia, aunque en ella se hable mucho acerca de la Segunda Venida. Todas las jóvenes que se durmieron creían que el novio estaba por venir, y todas en cierto modo se prepararon. Pero las únicas que realmente estuvieron listas fueron aquellas cuya preparación individual era adecuada.
Podemos suponer que los niños pequeños llegarán al Reino de los cielos como resultado de la fe de sus padres. Al referirse a los hijos de sus seguidores, Jesús dijo: “Dejad a los niños y no les impidáis que vengan a mí, porque de los que son como estos es el Reino de los cielos” (Mat. 19:14). Pero a medida que nuestros hijos crecen, necesitamos asegurarnos de que se desarrollen en Cristo y que desenvuelvan su propia espiritualidad. Tan pronto como sea posible, deben aprender a leer las Escrituras y a orar solos, como también en el culto familiar. Cuando llegue el momento en que se tengan que valer por si mismos, tendrán “aceite extra” para sus lámparas.
La parábola de los talentos. La tercera historia introdujo un nuevo término en el idioma castellano. Hoy, talento es la habilidad que se tiene para hacer algo especial. En los tiempos bíblicos, un talento era un peso de unos 34 kilos; más tarde llegó a representar el valor de ese peso en plata, bronce u oro. En los días de Cristo era una enorme suma, equivalente, tal vez, al salario de un trabajador ordinario por el espacio de quince años.
En esta tercera parábola relativa a la preparación, “un hombre [...] al irse de viaje”, confió cinco talentos a uno de sus servidores, dos a otro y uno al tercero. Y se fue. En su ausencia, el que tenía cinco talentos aprovechó esa enorme riqueza para duplicarla. El que tenía dos talentos hizo lo mismo. Pero el que recibió un solo talento se puso a refunfuñar por lo injusto que había sido su patrón, al darle a él tanto menos que a los otros. Se imaginó que todo lo que pudiera ganar con ese dinero no sería apreciado por el dueño, y en un arranque de mal genio y conmiseración propia cavó un pozo y sepultó el talento en él, para guardarlo.
Cuando el patrón regresó “al cabo de mucho tiempo”, los dos primeros servidores presentaron sus informes alegremente y fueron calurosamente felicitados. “¡Bien, siervo bueno y fiel!”, dijo el patrón a cada uno; “has sido fiel en lo poco, te pondré al frente de lo mucho; entra en el gozo de tu señor”.
El tercer servidor, en cambio, le devolvió de mala manera el único talento al patrón, y en consecuencia se vio descrito como “siervo malo y perezoso”. Tal como el mayordomo malo de la primera historia, también fue enviado a un lugar donde “será el llanto y el rechinar de dientes (Mat. 25:14-30).
El tema de esta historia es similar al de la primera: mientras esperamos a que el Señor vuelva del cielo, ¡seamos fieles en la Tierra! No nos limitemos a soñar con el más allá; hagamos bien la tarea que tenemos ahora entre manos.
Pero esta tercera parábola tiene, además, un significado propio característico. El patrón dio a cada servidor su responsabilidad. Hay una promesa implícita aquí, en el sentido de que podemos duplicar lo que Dios nos da inicialmente. Hay una indicación positiva también de que no es tan importante qué talento poseamos, sino lo que hagamos con él. El servidor fiel que tenía dos talentos recibió la misma recompensa que el hombre fiel con cinco.
El Reino de los cielos no será poblado con haraganes rezongones que no dan a sus patrones un grano más de esfuerzo que el que corresponde a su paga. En forma pintoresca, Pablo nos exhorta a trabajar “no porque os vean, como quien busca agradar a los hombres; sino con sencillez de corazón, temiendo al Señor. Todo cuanto hagáis”, prosigue diciendo, “hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, conscientes de que el Señor os dará la herencia en recompensa. El Amo a quien servís es Cristo” (Col. 3:22-24).
Nuestro trabajo de todos los días puede ser arreglar autcs, imprimir libros, levantar casas o preparar comidas, pero la forma en que lo hacemos nos hace a nosotros. Hay más carácter que ladrillos en una casa bien construida. Hay más cristianismo que harina en una fragante hogaza de pan, horneada con dedicación, pensando en la salud de la familia.
Si queremos que nuestros hijos estén preparados para la venida del Señor, vamos a animarlos a contraer hábitos de trabajo. Por etapas apropiadas a sus edades, vamos a enseñarles a guardar sus juguetes, tender sus camas, ayudar a lavar los platos, cortar el césped y pintar la casa. Probablemente, van a ser lentos al principio, y terriblemente torpes, además; pero se les puede enseñar a trabajar “de corazón, como para el Señor”. Al poner las sábanas en su sitio cada mañana, estarán haciendo algo más que camas. Al preparar las comidas y tenerlas a tiempo, estarán preparando algo más que alimento.
La diferencia no está en la cantidad de talentos que se posea, puesto que el hombre que recibió un talento habría recibido la misma recompensa que el que tenía dos o el que tenía cinco talentos, si hubiera duplicado lo que recibió. No hay duda de que esto es así; y cada uno de nosotros tiene, por lo menos, un talento. La persona que está en una silla de ruedas cree que nosotros