los demás. Leí una vez de un cristiano completamente paralítico que descubrió que su único talento consistía en orar. Y por supuesto, oró; por las misiones extranjeras. Cuando la noticia de este hecho se difundió, muchos miles de dólares llegaron a las diversas sociedades misioneras en su nombre. Si usted puede leer este libro, dispone de muchos más talentos que él.
Todo lo que tenemos podemos usarlo fielmente para Cristo y para el bien de los demás. Al hacerlo, nos estaremos preparando, por su gracia, para su Venida.
La separación de las ovejas de los cabritos. La cuarta parábola de Cristo acerca de la preparación tal vez sea la más conocida. En esta, el Hijo del hombre llega en su gloria rodeado de todos sus ángeles. Sentado en su Trono, reúne a toda la humanidad frente a él, y la separa tal como los aldeanos del Medio Oriente siguen separando actualmente las ovejas de los cabritos. En el relato, a las ovejas les toca el lado derecho y a los cabritos, el izquierdo.
“Entonces dirá el Rey a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme’ ” (Mat. 25:34-36).
Los justos se asombrarán ante su encomio, y le preguntarán cuándo pudieron haberle prodigado esas bondades. Y el Rey les contestará así: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (vers. 40).
A continuación, como todos lo sabemos muy bien, el Rey se dirige a los “cabritos” y les ordena que se vayan, porque cuando lo vieron padeciendo necesidad, y hambre y prisión, no lo ayudaron (vers. 45).
La moraleja evidente de este relato final es que nuestra admisión en el Reino de los cielos depende de la clase de vecinos que vayamos a ser allá. Y la prueba de ello es la siguiente: ¿Qué clase de vecinos hemos sido aquí?
“Si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso” (1 Juan 4:20). Este versículo se grabó indeleblemente en mi memoria cuando era niño. Mis dos hermanos y yo a menudo nos dedicábamos a lo que se denomina diplomáticamente “rivalidad fraternal”. Mamá probaba de todo lo que sabía para detenernos. Nos estábamos portando bastante mal cierto día cuando, por centésima vez, probó de nuevo. Una ventanita en el muro de la pieza daba hacia el este. Mamá nos preguntó: “¿Cómo se sentirían, muchachos, si en medio de una pelea miraran hacia el cielo y vieran que se acerca una nube, con Jesús sobre ella?” Logró llamar nuestra atención. Y entonces citó 1 Juan 4:20: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve”.
Hace mucho tiempo que mamá falleció; pero todos nosotros, con más edad ahora que la que ella tenía entonces, recordamos ese momento vívidamente.
Tenía razón, ¿no es cierto? Y las Escrituras también tienen razón. No podemos amar a Dios a menos que amemos a la gente. Incluso las donaciones que damos en la iglesia no llegan por medio de un cohete hasta el Trono de Dios; se las usa para beneficiar a la gente aquí, en la Tierra. Manifestamos nuestro amor a Dios si tratamos bien a sus hijos, no importa de qué raza, situación económica o relativa bondad o maldad sean.
Las cuatro parábolas de Cristo relativas a nuestra preparación nos enseñan que a fin de estar listos para el Reino de los cielos, debemos ser fieles aquí, en la Tierra. Debemos usar nuestros talentos, sean pocos o muchos, al máximo de nuestras posibilidades, para servir a los demás. Debemos tratar a toda clase de gente como si se tratara de Cristo mismo. Y debemos caminar individualmente con Dios.
Serán especialmente felices las familias que en conjunto se preparen de este modo.
Respuestas a sus preguntas
1 ¿Tuvieron que huir los cristianos en sábado o en invierno? En Mateo 24:20, Jesús aconsejó a sus seguidores que oraran para que su huida de Jerusalén no ocurriera ni en sábado ni en invierno. Sus oraciones recibieron respuesta. Cestio Calo se retiró de Jerusalén en noviembre del año 66 d.C. (véase las páginas 26 y 27), un mes en que el clima no es generalmente duro en esa parte del mundo. Los cristianos, entonces, no tuvieron necesidad de huir en invierno.La preocupación de Cristo por el sábado es aleccionadora. Nos indica que sabía que el sábado seguiría en vigencia en el año 66 d.C., más de treinta años después de su muerte. Jesús no puso a un lado los Diez Mandamientos. Dijo en el Sermón del Monte: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una jota o un ápice de la Ley sin que todo suceda” (Mat. 5:17, 18).
2 ¿Qué quiso decir Jesús cuando declaró: “No pasará esta generación”? Después de dar su breve lista de señales de su segunda venida, Jesús dijo: “Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mat. 24:34, 35).
El Señor quería que su declaración fuera tomada seriamente. Solo tres veces durante su ministerio se refirió a que los cielos y la tierra podrían “pasar”. En dos de ellas lo hizo para poner énfasis, por la vía del contraste, en la perdurabilidad de los Diez Mandamientos. (Véase la pregunta 1, arriba, y Lucas 16:17). La tercera ocasión es esta, de Mateo 24, cuando lo hizo para recalcar la estabilidad de su predicción relativa a “esta generación”.
Son casi innumerables las interpretaciones que los comentaristas han dado a esta expresión. Tal vez podríamos clasificarlas en dos grupos: 1) que una generación es un período, y 2) que una generación es una clase de gente.
Una generación como un período. En el primer grupo, las palabras de Cristo de Mateo 24:34 se entienden en el sentido de que el lapso que comenzaría con la aparición de las señales sería tan corto, que la gente que las viviera viviría realmente para ver a Jesús cuando regresara. Del mismo modo, una predicción que Cristo hizo en Mateo 23:36 y en la que emplea la expresión “esta generación” con relación a la caída de Jerusalén, se interpreta en el sentido de que el período que debía mediar entre esa predicción y su cumplimiento sería tan corto, que la gente que vivía cuando Jesús anunció ese fatídico acontecimiento lo experimentaría en vida.
Una generación como una clase de gente. Aunque parezca sorprendente, hay varios ejemplos en las Escrituras de que una generación es una clase de gente. Las Escrituras dicen: “Tal es la raza (generación, RVR 1960) de los que le buscan” (Sal. 24:6) y “la raza (generación, RVR) de los hombres rectos” (Sal. 112:2). Cada una de estas generaciones se refiere a una clase de gente buena. Por otra parte, en Lucas 16:8 Jesús hace la observación de que los pecadores son más “astutos” al tratar “con los de su generación”, es decir, con los de su misma clase pecadora, que los santos. En otro lugar, Jesús habla de una “generación malvada y adúltera” (Mat. 12:39), de una “generación” que no se arrepentiría (12:41), y de una “generación” que no querría escucharlo (12:42).
Conclusión. De las dos interpretaciones, la segunda parece ser la más probable; además, parece ser más razonable. Solo transcurrieron 39 años entre la predicción de Cristo en el año 31 d.C. y la caída de Jerusalén en el año 70 d.C.; sin embargo, si tomamos en cuenta la elevada mortalidad que prevalecía en aquellos días, muy pocos adultos responsables que hayan escuchado esta profecía debieron de haber vivido lo suficiente como para ver su cumplimiento. Más difícil aún sería ubicar a alguien que esté todavía vivo de entre aquellos que vieron las señales astronómicas de la segunda venida que ocurrieron durante los siglos XVIII y XIX. (Véase Apocalipsis 6 y 7.)
Es mejor decir que en Mateo 23:36 y 24:34 y 35 Jesús empleó la expresión “esta generación” para referirse a una clase de gente que resistiría y rechazaría su mensaje. No tiene sentido albergar la esperanza de que el mundo vaya a mejorar con el transcurso del tiempo, porque la mayoría de la gente continuará siendo rebelde a Dios hasta la segunda venida de Jesús. Esta clase de gente rebelde persistiría