Julio Rilo

Los irreductibles II


Скачать книгу

      —No se preocupe, caballero, para eso le ponemos en contacto con el servicio de información financiera, no cuelgue, por favor.

      —¿Qué? No. ¡No! ¡Que no quiero información, quiero que me devuelvan mi dinero! —Pero ya era inútil, Zuleyma lo había vuelto a poner en espera y ante la imagen de la pantalla (un dibujo de un florido prado con flores del mismo color que el logo corporativo del banco, algo que se suponía que tenía que ser relajante), Kino solo pudo articular una frase—: Hijos de puta…

      Y así, mientras las primeras notas de un riff rockero con mucho blues empezaban a sonar como sucesión a la canción de los Porretas, a Kino le entró la risa. Le entró la risa porque era como si su lista de reproducción escogiese automáticamente la canción que más se ajustase a su situación.

      La canción que empezaba a sonar en aquel momento era Por detrás, de Platero y tú.

       II

      Kino se preparó para el frío que salía de la Caverna cada vez que se abría la puerta, pero tampoco se sorprendió tanto al notar menos frío del que hacía en la calle aquel viernes de finales de enero. Allí abajo hacía frío, sí, pero no era tan cortante y seco como el de fuera, y allí abajo por suerte no corría el viento. De todas maneras, a él tampoco le molestaba el frío. Lo soportaba mejor que el calor, ya que lo único que hay que hacer para sobrellevar el frío es abrigarse más.

      Cuando entró, se sorprendió de que aquel día Isidoro le acompañara adentro, y puso un par de muecas cómicas exagerando su conmoción al verlo caminando a su lado, consiguiendo que a Spiegel le diera la risa cuando los vio a los dos por fin. Raúl estaba a su lado, con la misma cara agria de siempre, e Isidoro se dirigió hacia él.

      —Aquí tiene, señor Lázaro —dijo el asistente disimulando su frío. Lo que le entregó fue una tablet transparente.

      —Muchas gracias, Isidoro.

      —¿Algo más, señor?

      —No, Isidoro. Por hoy ya está bien, si quieres puedes irte a casa.

      —Gracias, señor Lázaro, pero creo que me quedaré un rato más a revisar las hojas de envíos de los audios de Oslo.

      —No corre prisa, tranquilo.

      —No es molestia, señor.

      —Como quieras —terminó concediendo Raúl con una sonrisa—. Gracias, Isidoro. Te veo luego en el despacho.

      —Hasta luego, señor Lázaro.

      Y con una breve inclinación de cabeza se fue sin decir nada más, ni siquiera para contestar a Kino quien, con voz pomposa, también se había despedido de él. En cuanto su hermano abrió la boca, la sonrisa desapareció de la cara de Raúl, y esta volvió a estar igual de agria que hacía un rato.

      —Qué bien enseñado lo tienes, da gusto —dijo Kino para pinchar.

      —Pues sí, da gusto trabajar con él. —A Kino no se le escapó el énfasis que su hermano hizo en la palabra «él»—. Y no lo tengo enseñado, venía aprendido de casa. Procuro rodearme de gente preparada y con la que se pueda trabajar.

      —Vaya, gracias. Creo que es lo más bonito que me dices en años.

      —Sí, bueno… he dicho que intento rodearme de gente así, no que lo consiga siempre —contestó Raúl, dejando asomar un atisbo de sonrisa en una de las comisuras de sus labios.

      Se acercó caminando hasta donde estaba Kino con la tablet transparente y la accionó, con lo que empezaron a aparecer las imágenes de un menú en la superficie vítrea. Pulsó varios botones y la tablet empezó a proyectar los menús hacia arriba en forma de hologramas.

      —Pon tu HSB aquí —le dijo Raúl señalando un círculo holográfico que flotaba sobre la pantalla y entre los dos. Kino obedeció extrañado por la petición, y después de un par de segundos con el brazo suspendido encima de la tablet, el círculo se volvió de color verde y se oyó un sonido como de una campanita—. Ya está. Con esto tienes acceso tanto a los niveles inferiores de la torre como a la Caverna.

      —Anda. ¿Ya no me va a tener que acompañar Isidoro todos los días? —Raúl negó con la cabeza—. Vaya, qué decepción se va a llevar. ¿No crees que vas a conseguir que se sienta inútil?

      —Seguro que se sabe mantener ocupado —intervino Spiegel para prevenir un nuevo pique entre los dos hermanos.

      —Bueno, pues ya no soy un visitante, sino un fijo. Es oficial.

      —Qué remedio… —dijo Raúl entre dientes—. Oye, Kino, hay otra cosa sobre la que te quería hablar.

      —Dime.

      —¿Has hablado con alguien de este proyecto?

      —¿Quieres decir además de los directivos de Sony con los que me voy de copas todos los jueves? —Raúl no contestó—. No, no se lo he dicho a nadie. Aunque la verdad es que, ahora que lo dices, sí que me han preguntado.

      —¿Cuando yo pregunte que quién ha preguntado me vas a decir «el que tengo aquí colgado»? —preguntó Raúl cansinamente.

      —No —contestó Kino con una sonrisa y apuntándose mentalmente aquella treta para más adelante—, no, lo digo en serio. Me han preguntado que si tenemos un proyecto nuevo en Industrias Lázaro.

      —¿Y tú qué les dijiste?

      —Pues que yo no trabajaba aquí.

      —Bien.

      —Aunque no coló. Sabía que venía aquí todos los viernes.

      —Mierda. Pero… ¿de quién me estás hablando?

      —Del Jefe. Bueno, el jefe en 5 Minutos, Agustín Ortega.

      —¿Ortega? —preguntó extrañado Raúl—. Qué raro… ¿Y qué le dijiste?

      —Pues nada. Le contesté con evasivas, pero al final me terminó pillando al ver mis reacciones cuando empezamos a hablar de temas de confidencialidad.

      —Umm, o sea, que le confirmaste lo que ya sabía.

      —Pues, supongo.

      —Vale, no pasa nada. Ortega no tiene ni idea.

      —¿De qué?

      —De nada. Es una persona bastante básica, y lo único que le importa es conseguir beneficio.

      —¿Está en la Junta de Accionistas?

      —Sí, pero solo de adorno. Siempre he tenido la sospecha de que las acciones suscritas a él pertenecen en realidad a alguien más. Es decir, que quien le controla intenta conseguir más control sobre Industrias Lázaro por medio de él.

      —¿En qué te basas para decir eso?

      —Conozco a Ortega. Mucha ambición, pero poca visión. En la Junta de antes de Navidades, gracias a nuestro brillante departamento de contabilidad, fuimos capaces de apaciguar a los tiburones como él que exigían dividendos al presentarles nuestras Cuentas Anuales, por lo que me intriga que muestre interés ahora en nuestro proyecto estrella cuando sus beneficios ya están asegurados. Además, el grupo «Hush» no dispone de un patrimonio lo suficientemente grande como para cubrir su cuota de acciones.

      —Vale, entiendo… No sabía que os anduvieseis con estos rollos de espionaje y sospecha. ¿Hay alguien de quien sospeches que controla a Ortega, alguien que ponga la pasta?

      —Algún que otro nombre, pero nada tan seguro como para decantarme. De todas maneras, te tengo que pedir que te andes con cuidado con quién hablas y de qué.

      —Descuida.

      Raúl hizo una pequeña pausa, ya que la contestación de su hermano pequeño le había descuadrado. Por el tono en que la dijo más que