Julio Rilo

Los irreductibles II


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jamás podría ver funcionar su último invento. Durante meses estuvieron buscando alternativas para no tener que llamar a Kino, pero al estar tanto tiempo dando vueltas en círculo y sin hacer ningún avance, finalmente Raúl tuvo que ceder ante la insistencia de Spiegel y se puso en contacto con su hermano, una vez que su padre ya estaba enterrado. Debería haberlo hecho antes, y lo sabía. Pero hacía años que no podía ni ver a Kino.

      Por suerte, por aquellos días ya se le estaba empezando a pasar. Los avances que habían hecho en el último mes eran más de lo que él esperaba conseguir en un principio, y hacía que valiera la pena el tener que verle una vez a la semana. De hecho, la predisposición que Kino acababa de mostrar en la Caverna a ayudarle le había sorprendido de una manera muy grata. ¿Sería posible que las cosas entre ellos pudieran cambiar? Y lo más importante, ¿sería verdad que Kino era realmente necesario para el avance del proyecto?

      Cuando su padre se lo dijo, Raúl se enfadó e inmediatamente achacó semejante petición por parte de Ricardo al deseo de un padre anciano de reconciliarse con el hijo pródigo. Pero ahora, que aún era tan pronto y ya empezaban a poder trasladar los datos a archivos con audio y vídeo de manera que más adelante los podría revisitar cualquiera, estaba dispuesto a admitir que Kino estaba haciendo un buen trabajo. De haberlo sabido, Raúl no habría desperdiciado tanto tiempo buscando lo que él erróneamente había llamado en su día «una solución más viable».

      Además, fue gracias a su hermano que acababa de confirmar la profecía de su padre, ya que fue Kino quien le confirmó sus peores sospechas: por ahí había alguien que ya sabía de la existencia de la AF01.

      Era una sensación que había tenido desde poco después de contactar con Kino al principio, pero que se manifestó de manera evidente por primera vez en la última Junta de Accionistas de diciembre. Al poco de empezar y antes siquiera de meterse en materia propiamente dicha, fueron varios de los asistentes los que preguntaron a Raúl acerca de las novedades que pensaba lanzar Industrias Lázaro la próxima temporada. A lo que él respondió comenzando con los pitch de todas las senseries que estaban programadas para el 2040, así como todas las que tenían pensado empezar a producir para la próxima temporada basándose en los modelos estadísticos de las preferencias de los usuarios.

      Pero aquello no fue suficiente para aplacar la curiosidad de los accionistas más representativos, y le siguieron preguntando si no tenía alguna novedad en la que estuviesen trabajando. Ahí Raúl se olió algo raro, pero no perdió la compostura, y empezó a hablar de estrategias de marketing y de nuevas líneas de accesorios electrónicos y apps para las HSB y las mind-mallows. Pero aquello tampoco fue suficiente.

      Los accionistas siguieron presionando a Raúl, pero este se mantuvo firme y no soltó prenda, llegando incluso a hacerse el tonto. Desde aquel día a Raúl le costaba conciliar el sueño, pues hasta entonces nunca había llegado a pensar seriamente que lo que su padre le había dicho que pasaría llegase a ocurrir realmente.

      Pero tampoco cedió ante el pánico. Se dijo a sí mismo que ese tipo de actitud era normal en ese tipo de juntas, y que el motivo por el que estaban más agresivos de lo habitual era porque la empresa no pasaba precisamente por su mejor momento. Pero que Agustín Ortega le preguntase directamente a Kino… eso no se podía obviar. De alguna manera, alguien sabía algo. Y había que averiguar cómo había sido eso posible.

      Hubiese sido algo muy extraño que el director de una revista como 5 Minutos supiese algo sobre un proyecto secreto de una empresa como Industrias Lázaro, aunque siempre hubiese estado presente la pequeña y remota posibilidad de que pretendiesen hacer algún trabajo periodístico de verdad con investigación y todo. Aunque fuese uno al año.

      Habría pasado por alto las preguntas de la Junta de no ser por la reunión a la que fue el 24 de diciembre al Ayuntamiento. Más que reunión aquello fue una fiesta, y más que Nochebuena aquello parecía Sodoma y Gomorra, pues tal era la altura moral de los máximos dirigentes políticos de la capital y de los empresarios de más peso, que casualmente solían ser los unos cercanos amigos de los otros. Raúl detestaba aquel tipo de convenciones de puteros cocainómanos, y le encabronaba mucho que por culpa de tener que hacer presencia en actos sociales como aquel le privasen de pasar unas vacaciones con su familia. Pero algo pasó durante aquella fiesta que lo sacó de su mala leche.

      Mientras calculaba cuántos meses hacía que no iba a visitar a su madre, se le acercó el presidente de la Red de Transportes Nacional, Sergio Heredia. Y en medio de un intento incoherente de conversación etílica, se le escapó que tenía muchas ganas de ver cuál era aquel nuevo proyecto secreto en el que estaban trabajando.

      Eso fue suficiente para que Raúl se quedara con la mosca detrás de la oreja de ahí en adelante, y por eso también fue que ya llevaba unas semanas pensando en si investigar algo por su cuenta o no. Finalmente decidió que no le valía la pena intentar sonsacarles información a aquellos que pretendían sacárselo a él, ya que los alertaría. Pero lo que se dio cuenta de que podía hacer para confirmar sus sospechas, y que finalmente hizo, fue preguntar a Spiegel y Kino si alguien se les había aproximado buscando información. Por suerte, Spiegel era una persona muy antisocial y muy pocas veces hablaba de trabajo fuera de su puesto, y menos aún con desconocidos. Pero por medio de su hermano fue que se terminaron confirmando sus temores.

      Lo de la Junta podría haber sido algo normal, lo de la fiesta de Nochebuena podría haber sido un borracho intentando crear conversación, pero también lo de Agustín Ortega preguntando después de no haber abierto la boca en la Junta ya era demasiado. Demasiadas coincidencias, mucha gente aparentemente inconexa preguntando por lo mismo, preguntando por algo que se suponía que ni siquiera debían de conocer. Allí pasaba algo, y Raúl tenía la intención de averiguar el qué.

      Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Raúl salió de él caminando lentamente y con las manos en los bolsillos. Su mirada, fija en la moqueta del suelo, no reparó en su asistente hasta que estuvo a muy poca distancia de su mesita. Fue ahí cuando vio que Isidoro intentaba tímidamente llamar su atención pero sin atreverse a distraerlo de su ensimismamiento.

      —¿Ocurre algo, Isidoro?

      —Disculpe, señor Lázaro. Me ha llegado un recado para usted.

      —¿De quién?

      —Del señor Sampere.

      —No me digas… —dijo Raúl alzando las cejas sorprendido.

      Y así, de repente, en su cabeza se dibujó la conexión que aclaraba todos los problemas que lo atribulaban y en los que venía pensando.

      —¿Cuál es el recado, Isidoro?

      —Me ha solicitado que le comunique cuándo tiene usted un hueco en su agenda. Al señor Sampere le interesa reunirse con usted, señor Lázaro.

      —Vaya, vaya. Por casualidad no te habrá dicho para qué, ¿verdad?

      —No, señor Lázaro.

      «Por supuesto que no —pensó Raúl—, pero tampoco hacía falta mucha imaginación para adivinar el motivo».

      —Muy bien —dijo Raúl—, revisa mi agenda y la primera tarde de la semana que viene en la que no tenga algún compromiso ineludible quiero verlo. A ver si es posible.

      —De acuerdo, señor Lázaro. ¿Tiene alguna idea de por qué pretende reunirse con usted el ministro del Interior?

      —Pues sí, Isidoro —contestó Raúl con una sonrisa—, lo cierto es que me hago una idea. Aunque me gustaría más oírlo de su propia boca, la verdad.

      ____________

       III

      —Tuve mucho tiempo en las casi veinte horas que duró el viaje en tren desde Ferrol hasta Madrid para pensar en todo lo que estaba dejando atrás. Puede que no fuera mucho, pero a mí me dolió. No