Patricia Suárez

Segunda chance


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seguido en la vida –dejar la seguridad de una vida burguesa, por decir así, o una vida normal–, Damián no le caía bien. Tal vez era precisamente porque seguía sus mismos pasos y sabía cuánto un artista de teatro independiente debe esforzarse para poner un plato de comida todos los días sobre la mesa. Probablemente, en el fondo de su corazón, el padre de Dalia esperaba para ella un mejor partido, un hombre con una profesión que le asegurara un próspero porvenir. La cuestión es que ni el padre de Dalia ni los de Damián estuvieron en el casamiento, en el Registro Civil de la calle Uruguay, una de las más antiguas y concurridas, que latía en el corazón de Buenos Aires.

      Acudieron en calidad de testigos don Lirio Cappeletti y Romina Reyes, la esposa de Pedro, el hermano de Dalia. Por suerte, Pedro no veía con malos ojos el casamiento de su hermana; también él estaba reñido con su padre, y en este caso no era porque Pedro siguiera los pasos de su progenitor sino justamente por todo lo contrario; Pedro Ruiz estudiaba Administración de Empresas.

      El vestido de bodas fue un problema, hasta que una de sus compañeras de teatro en el club Brisas del Sud le propuso arreglar el vestuario de Bodas de sangre. La obra terminaba con ella, la Novia, con su vestido blanco manchado de la sangre de sus heridas, y Gracielita Martínez le propuso coser y agregar unos velos rosados en la zona en la que estaban las manchas, para que Dalia se luciera a la hora de dar el sí. Gracielita Martínez no le guardaba ningún rencor por lo sucedido en las audiciones para Bodas de sangre; o no le guardaba rencor porque era una persona bondadosa, o porque no se había enterado aún de la tramoya que había hecho Dalia para quedarse con el protagónico. Romina, antes de entrar al despacho del juez que los casaría, repartió entre los concurrentes –todos los compañeros actores, y los de la sección policiales del programa de noticias, que le habían tomado cariño a la pareja– bolsitas con arroz para arrojarles después a los recién casados, como es costumbre. Damián había comprado unas alianzas finas como un hilo, y estaba seguro de que nos les durarían demasiado, por más que el oro fuera de dieciocho quilates y el metal más noble y querido por los hombres desde que el mundo era mundo. El dinero no le había alcanzado para algo mejor: pagaban dos alquileres –el del apartamento y el del teatro– y todavía no tenían alumnos en cantidad suficiente como para ponerse al día con las deudas contraídas con el carpintero que elaboró el escenario, o con la empresa de iluminación en donde compraron los reflectores, por ejemplo. Es más, el dinero de las alianzas se lo había prestado Augusto Ricciardi (hijo), que estaba sentado en segunda fila, y quien había pagado, como regalo, el opíparo festejo que vino después: pizza libre para todos en un tradicional local de la avenida Corrientes.

      El discurso del juez fue corto y dio comienzo a la ceremonia leyendo el acta.

      –Estamos aquí para unir en matrimonio a Damián y Dalia. En primer lugar, voy a proceder a dar lectura al acta matrimonial: Siendo las doce horas del día 21 de septiembre de 1998, comparecen quienes acreditan ser Damián Aarón Gorsky y Dalia Catalina Ruiz, con el objeto de contraer matrimonio civil en virtud de autorización recaída en el expediente número 230.860.

      Ambos asintieron y oyeron un sollozo que provenía de la derecha: era Romina, que estaba emocionada. El juez carraspeó y continuó:

      –Los esposos se comprometen a desarrollar un proyecto de vida en común basado en la cooperación, la convivencia y el deber moral de fidelidad. Deben prestarse asistencia mutua.

      A continuación, hizo pasar a Dalia y a Damián para firmar el acta de matrimonio y pronunció las palabras más caras para ellos dos:

      –Damián Aarón Gorsky, ¿acepta por esposa a Dalia Catalina Ruiz?

      –Sí, acepto.

      –Bien. Dalia Catalina Ruiz, ¿acepta por esposo a Damián Aarón Gorsky?

      Dalia pensó que ese era el momento ideal para contarle su secreto. Era darle a elegir cómo seguir en la relación, de qué modo, cuánto la perdonaba y cuánto aceptaba del pasado de ella. Sin embargo, a la hora de hablar se atragantó con saliva (y ella pensó, de puro supersticiosa, que atragantarse con saliva significaba disgusto). Pero el público presente rio porque se lo adjudicaron al nerviosismo de la novia. Damián, que la tenía tomada de la mano, la apretó para insuflarle valor y confianza. Ya está, ya había pasado como una ráfaga el momento de poner su vida patas para arriba. Así que con la voz ya más clara soltó:

      –Sí, acepto.

      –Los declaro esposo y esposa.

      Después intercambiaron las alianzas. La mano de ella temblaba tanto que a Damián le costó poner el anillito en su anular, ahora y para siempre –al menos hasta que se les rompiera– debajo del solitario de compromiso. Apenas dieron un paso fuera del Registro Civil les cayó encima la lluvia de arroz comandada por Romina.

      En ese momento, alguien tomó una fotografía. Esa fue la foto que ambos hicieron enmarcar y llevaron y colgaron de casa en casa en las que vivieron juntos. El cronista de policiales se acercó a ellos y les regaló, de parte de todo el programa y la producción, un voucher para pasar la noche de bodas en el hotel más caro de Buenos Aires, justo enfrente de la Embajada de Francia. En los días siguientes, los conocidos de ambos les contaron que habían visto la foto del casamiento en el programa de noticias de la medianoche, a la par que los periodistas y conductores les expresaban sus buenos deseos. Solo Débora Medel lloró a moco tendido cuando vio la fotografía en la pantalla del televisor.

      CAPÍTULO 5

      Cadaqués, España

      Unos días atrás

      Su secretaria le informó que la actriz argentina, Dalia Ruiz, había aceptado hacer la publicidad. Por el tipo de cambio euro/peso argentino resultaba rentable contratarla y no arrojaba saldos desfavorables. Habían averiguado cuánto cobraría Cindy Crawford por la publicidad, y la cuestión se ponía bastante más onerosa no solo por los honorarios, sino también por los requisitos.

      –Le dices a Cindy Crawford que de ninguna manera estoy dispuesta a tolerar sus condiciones –ordenó a su secretaria.

      –¿La argentina, entonces?

      –Sí.

      –¿Está segura? ¿Cree que su rostro puede impactar? Cerramos publicidad en el canal de la RAI y el Canal + de Francia.

      –Montse, ¿tengo que darte explicaciones de qué quiero hacer yo con mi empresa?

      –Nada más digo que podríamos haber pensado dos veces en Maria Grazia Cucinotta. También tiene el rango de edad que usted buscaba para el Selva Essence…

      –Si llegas a mencionar la palabra menopausia te despido en este instante.

      –No me refería a…

      –Te despido y no lograrás que ningún maldito abogado laboral me saque un euro para indemnizarte. Montse, este no es un perfume para menopáusicas. Es una fragancia para mujeres que pueden elegir hacer el amor en el sentido más amplio, y hacerlo bien, tocar las estrellas con el amor, porque para ello han recaudado toda su vida, toda la experiencia. Y Maria Grazia Cucinotta, aunque Italia la adore de pie, está muy robusta.

      –¿Salma Hayek? Hubiera sido una entrada en el mercado norteamericano.

      –No me gustan las modelos que usan talla 105 de sujetador y muestran sus pechos como melones en la feria.

      –Como usted diga, Selva.

      –Me alegro, Montse. Para eso te pago.

      Así que Selva Moré dio órdenes a su secretaria para que emitiera el contrato y lo enviara a la agencia Ricciardi. Había que contratar a Dalia Ruiz antes de que cambiara de opinión y antes de que los noruegos se arrepintieran de rentarle el Preikestolen.

      Estaba segura de que esa fragancia llegaría al mercado deseado. En realidad no estaba segura, pero no tenía ningún sentido demostrarle su inseguridad a nadie.