Javiera Paz

Secuestro


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menos yo no lo haré —aseguró.

      Era la primera vez que me encontraba tan cerca de Ashton. Tenerlo tan cerca me causaba escalofríos y no sabía si lo estaba confundiendo con miedo, pues, con tan solo unas palabras, lograba que todo lo que pudiese sentir desapareciera en un par de segundos. Quería creer en él, confiar en él, aunque en mi cerebro retumbara esa vocecita que decía «es completamente ilógico».

      Era ficticia la figura de Ashton en la habitación, tan imponente, con gestos y facciones perfectas y llamativas. No parecía un imbécil. No parecía el tipo que podría secuestrarte y luego asesinarte.

      Luego de unos minutos que me parecieron horas, me quedé observándolo, tanto así que levantó la vista para chocar con la mía.

      —¿Estás bien ahora? —me preguntó con un tono de voz que quise pensar era preocupado.

      Me afectaba y me confundía sobremanera que Joe, incluso ahora Ashton, intentaran llevarse bien conmigo, incluso relucían un extraño lado amable. Sin embargo, entendía que como Ashton estaba obligado a hacer diferentes cosas, Joe también podría estarlo.

      —Sí. —Desvié la mirada.

      —Alice, no quiero hacerte daño —confesó— y realmente espero que entiendas eso, pero también debes entender que, a veces, las personas como yo debemos tomar decisiones.

      —No quiero torturas, Ashton —pedí—. Por favor, es lo único que te pido.

      —Por supuesto que yo no lo haré —bajó la voz.

      Confié en sus palabras, pues era lo único que podía hacer en una habitación pequeña encerrada con él que apenas lo conocía. Intenté enfocarme en otro tema de conversación, en uno que no estuviera comiendo mis neuronas, así que rápidamente cambié el tema y expresé con curiosidad:

      —¿Qué estabas haciendo en tu cuaderno? —Me acomodé en el colchón.

      —Bosquejos —rascó su nuca—, nada lindo.

      —¿Puedo verlo?

      Él tomó su cuaderno con algo de desconfianza en su mirada, miró una vez más el papel y luego me facilitó su cuaderno para mostrarme lo que estaba haciendo. Me quedé fijamente mirando el dibujo: Era una niña, sus facciones estaban muy definidas en el papel, casi como una fotografía. Claramente, a mí no me pareció un simple bosquejo. Pues yo no podía trazar ni una línea sin que estuviese chueca.

      —¡Es hermoso! —subí el tono de mi voz con emoción.

      —Shh —me silenció con su ceño fruncido.

      —Es muy lindo —bajé la voz con una leve sonrisa—, estás loco si piensas que es solo un bosquejo.

      —Aún faltan detalles.

      —¿Cómo cuáles?

      —No lo sé, tengo que aprender a usar colores, no solo negro o gris.

      —¿Y quién es ella? —sonreí sin dejar de mirar a la niña.

      —Mi hermana —contestó. Su expresión cambió de inmediato y el ambiente se tensó.

      —¿Qué edad tiene?

      —Debería tener siete años ahora —contestó sin poder evitar que una sonrisa se vislumbrara en su rostro—. Es una foto —me explicó—, una foto que tengo de hace muchísimo tiempo, ahí solo tenía tres años.

      —Tienes una hermana muy hermosa.

      —Así es —sonrió.

      No pude evitar pensar en que había dicho «debería tener siete años ahora», ¿qué le había sucedido? La curiosidad mató al gato y, en ninguna ocasión, incluso en las peligrosas, dejaba de ser entrometida o curiosa.

      —Hablas de ella como si no la hubieses visto más… —expresé por lo bajo—. ¿Le ocurrió algo?

      Sus expresivos ojos chocaron con los míos como un glaciar. Sus labios formaron una línea recta y de inmediato me percaté de que había metido la pata, de que había sacado a relucir nuevamente al Ashton brusco.

      —Es algo que no quiero hablar —zanjó.

      —Lo lamento —me limité a decir, le entregué el cuaderno y él lo recibió cambiando de página y encontrándose con una hoja en blanco.

      —No quiero hablar acerca de mí, Alice.

      —De acuerdo, no debes hacerlo.

      —Si quieres, puedes hablarme de ti —aflojó su mirada, pero seguía distante.

      —Pues…, ¿qué te gustaría saber? —lo observé.

      Tenía una sonrisa en el rostro, pero no podía sentirla dentro de mi corazón. Tenía que fingir estar bien, tenía que fingir estar cuerda y tenía que fingir que no estaba sintiendo que las paredes se cerraban justo en mis mejillas. Era difícil, claro que sí. Era difícil responder preguntas sin querer lanzar todo y romper en llanto, encima sin nadie que se preocupase de decirte «todo estará bien, tranquila». Era frustrante…, frustrante querer escapar cada día sin siquiera poder dar el primer paso. Me estaba ahogando con fuerza ahí dentro y, si no entablaba una conversación con la única persona que veía todo el día, probablemente terminase muerta en menos de una semana. Quería confiar en que la vida no era tan mierda conmigo. Que no me estaba golpeando tan fuerte y que yo…, podía vencerla.

      Ashton Brook

      Había algo en Alice que me sacaba de mis casillas, no podía entender ni digerir qué era eso que tenía para ponerme la piel de gallina, hacerme sentir jodidamente culpable y a la vez una profunda lástima por todo lo que estaba ocurriendo. Sabía, de antemano, que ella no podía sonreírme con honestidad y que, probablemente, se mentalizaba cada mañana, tal como lo estuve haciendo yo por un tiempo, diciéndose a sí misma que todo mejoraría, que nada era TAN malo. Sin embargo, frente a su sonrisa quebrada y triste, sentía que me encontraba tranquilo, en paz e incluso justo encima de una nube. Lo había sentido antes y solo recordaba a Debanhi poder conseguirlo. Me sentía en casa, me sentía fuera del infierno de mierda que estaba destinada a ser mi vida para siempre.

      —No lo sé —contesté—. ¿Crees que puedes hablar de ti?

      —Puedo —aseguró con fortaleza en su mirada, una fortaleza que no sabía de dónde la sacaba—, pero me costará. Si no estuviese aquí, créeme que ya sabrías todo acerca de mi vida —sonrió con tristeza.

      Me quebraba por la mitad. Quería ayudarla, pero mis ganas chocaban con la figura de mi madre y de mi hermana y solo me quedaba retroceder.

      —Hagamos algo. —Me acerqué a ella con una sonrisa un poco más expresiva que de costumbre. Apoyé mi espalda en la pared, su hombro tocaba el mío—. Imagina que nada de esto es real. Esos muros no existen, ese imbécil de allá afuera no existe, que tu dolor no es real, que se quitará, que es solo un puto mal sueño… Imagina que solo tú y yo somos reales, que nadie puede hacernos daño. —Ella me observaba con atención, casi como una niña ilusionada—. Cierra tus ojos —señalé y ella obedeció. Cerró sus ojos y por encima de su mano, puse la mía sin recibir un rechazo—. Este es el momento, Alice, nada es real. Somos solo tú y yo.

      —De acuerdo —susurró.

      Ella se mantenía con sus ojos bien cerrados esperando que continuara hablándole. Sus expresiones parecían haberse aflojado, incluso pude notar que su pequeña sonrisa era algo diferente. Parecía un ángel, una chica buena, una chica de diecisiete años incapaz de dañar a alguien.

      —Pues ahora háblame de ti —comenté sin más, en un tono bajo, íntimo y significativo. Quería que nos desconectáramos, así que me incorporé y yo también cerré mis ojos para escucharla.

      - capítulo diez -

      —Vivo con mis