Javiera Paz

Secuestro


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y debían sacarla, aunque se me ocurriera asesinar al presidente.

      —Buenos días —comenzó el hombre—. Hoy es un día importante para todos nosotros, pues, como bien he mencionado, hemos estado trabajando en conjunto y decidimos dar una conferencia pública. —Se acomodó la corbata, respiró hondo y continuó—. Nos encontramos en una situación difícil como país. Nos encontramos tristes y hemos empatizado con cada una de las familias afectadas.

      «Al menos conmigo no había empatizado ni mierda».

      —Sin embargo, hay cosas que nos gustaría resolver de manera rápida, precisa y fácil, pero este es uno de los casos donde no podemos hacerlo. —Cuando dijo eso, las personas comenzaron a murmurar, pero él continuó en su papel fuerte—. Estamos hablando de una mafia peligrosa, donde no se detendrán si les damos lo que están pidiendo y, si tomamos el camino fácil, es muy probable que todo esto se alargue. Nos estamos arriesgando, claro que sí, tomando las decisiones correspondientes y también hablando públicamente como hoy, pero sé que valdrá la pena, pues todo esto lo hago por ustedes…, porque realmente he visto el sufrimiento. —Sus ojos se posaron en cada uno de nosotros como si nos conociera—. Les quiero pedir que, por favor, se detenga la violencia, las manifestaciones violentas están destruyendo su país y nada se solucionará de esa manera. Nosotros estamos haciendo lo que está a nuestro alcance.

      Sus palabras terminaron por sacarme de quicio, pues él no entendía nada, ni siquiera se podía poner en nuestros zapatos. Realmente era un imbécil.

      —¡¿Qué otra mentira tiene para decirnos?! —interrumpí su nefasto discurso. La mano de mi madre se fue a la mía y la apretó con fuerza, pero no me detuve, ni ella ni nadie iba a detenerme.

      —Por favor, silencio —me pidió un guardia de seguridad del lugar.

      El presidente quiso ignorarme, pero me puse de pie para que me observara a los ojos, así que no tuvo otra opción que mirarme para comenzar a hablar.

      —Joven, nos encontramos haciendo lo que podemos —comentó con voz quebrada, como si en realidad yo pudiese comprarme algo así.

      —¡¿Lo que podemos?! ¿Esa es la excusa ahora? —reí.

      Las personas parecían mirarme con compresión y apoyo, pero el hombre frente a mí y sus guardias tenían el rostro desfigurado de molestia e incomodidad.

      —No son excusas, amigo mío —continuó observándome a los ojos.

      —No me llame amigo —zanjé—. Mi hermana está con esos tipos y solo tiene diecisiete años, ¿qué sucederá si abusaron de ella? ¿Acaso usted hará que olvide toda la mierda que está pasando?

      Las personas a mi alrededor parecieron darme la razón entre murmullos, así que el presidente se quedó en silencio y asintió mirando a uno de sus tantos guardias quien se acercó a mí y me tomó con fuerza para sacarme del lugar.

      —¡¿Así es como trata a sus amigos?! —grité con fuerza mientras me sacaban a empujones del lugar.

      Vi a algunas personas intentando defenderme, pero solo acabé encerrado en un automóvil de policías.

      —Mamá, estaré bien, no te preocupes —calmé su angustia mientras la miraba por la ventana del auto ya esposado.

      Me trasladaron hasta la comisaría y, aunque iba tranquilo, ellos no parecían estarlo, pues me bajaron nuevamente a golpes del auto haciéndome un sinfín de preguntas que no entendí ni tampoco me esforcé en responder. Luego me dejaron sentado en un lugar en el cual jamás había estado alrededor de una hora.

      —¿Liam Brenden? —preguntó una recepcionista de gafas mientras me observaba. Me puse de pie y me acerqué hacia su escritorio.

      —El mismo —contesté.

      —Quédate aquí, no te muevas.

      —Como si pudiera —rodé los ojos.

      Volví a mi asiento con molestia y antes de que pudiera volver a la calma, vi a los guardaespaldas del presidente acercarse a mí. No hablaron, solo me tomaron de los brazos y me hicieron salir de la comisaría para meterme a una camioneta oscura y grande. Intenté preguntar lo que estaba sucediendo, pero no tenían la expresión de querer responder algo. Anduvimos un buen rato, hasta que me percaté de que nos acercábamos a la mansión presidencial, «¿qué mierda hacía ahí?». Me bajaron algo más calmados, me quitaron las esposas y los seguí por el largo prado para llegar a la puerta principal. No entendía nada, pero continué mi camino, si debía morir ahí mismo, lo haría.

      Entramos a un tipo de oficina, me dejaron sentado en un sofá y se quedaron de pie a mis costados como si yo pudiese golpearlos a los dos al mismo tiempo sin entrenamiento de guardaespaldas. Finalmente, escuché los pasos correspondientes a la persona que me había hecho ir allí. Alcé la vista hasta que choqué con el rostro del mismísimo presidente.

      —Liam, ¿no? —preguntó con tranquilidad.

      Rápidamente me puse de pie con molestia lo que hizo que los guardaespaldas se removieron en posición de defensa, pero no me importó.

      —¿Qué mierda hago aquí? —lo enfrenté.

      - capítulo once -

      —Tranquilo, solo quiero conversar contigo —comentó con expresión calmosa, se sentó frente a mí. Lo observé con cuidado, hasta que volví a mi asiento y lo observé con desafío.

      Saber que mi hermana estaba secuestrada por la culpa de él me hacía querer ponerme de pie y asesinarlo ahí mismo.

      —¿Qué es lo que quiere conversar conmigo? No me diga que quiere hablar de cómo me siento, de cómo estoy llevando esto —sonreí con sarcasmo.

      —Sé que te sientes muy mal, lo entiendo. Sé cuán difícil es.

      —Claro que no lo entiende —afronté—, no entiende ni una mierda.

      —Estamos haciendo todo lo posible para que las dejen salir de ahí, Liam.

      —¿Qué demonios es lo posible?

      —Estamos en serias conversaciones con el tipo a cargo del secuestro.

      —¡¿Qué?! —reí con impaciencia—. ¿Están intentando entablar una amistad con el sujeto para que las deje libres? Por favor…

      —Solo necesito que todo se calme en el país. —Se cruzó lentamente de piernas—. Entenderás que llevar dos cosas así es muchísimo. Deben dejar la violencia, las manifestaciones, los incendios…

      —No estoy a cargo de eso, pero no es algo que me importe. No esté hablándome de estupideces justo ahora.

      —No es necesario que nos faltemos el respeto.

      —No tengo ni el más mínimo respeto por usted —planteé con potencia—. Mi hermana se encuentra ahí dentro y haré todo lo que sea posible y lo que no para sacarla de ahí. Y si tengo que quemar el país por ese maldito secuestro, créame que lo haré, no bromeo.

      —Estás haciendo graves declaraciones…

      —Soy capaz de todo por mi familia, señor.

      —Si le entrego el monto de dinero que dice este señor, no dejará de molestar, ni a mi familia ni a mí —explicó con descaro.

      —¿Por qué tendría que importarme su familia si a usted no le importa mi hermana?

      —Claro que me importa, Liam.

      —Claro que no, ¿cuánto le cuesta pagar ese dinero? ¿A caso no pensó en eso como su primera opción? ¡Usted es la persona casi más rica del puto país!

      —No creas que es así, no creas que todo es tan fácil.

      —Yo solo quiero a mi hermana sana y salva. Si tengo que dejar a todo el puto país en contra de usted, lo haré… No dude eso.