decenas. Se turnaban para proporcionarme latigazos desmedidos, tanto así que en algún momento dejé de sentir la espalda. Cerré los ojos, no grité, no lloré, no maldije. Solo me mantuve quieto, quejumbroso y digno. Cuando recibí el que venía siendo el último golpe, abrí mis ojos y miré el suelo que se encontraba lleno de sangre, espesa sangre que me pertenecía. No podía moverme, cada centímetro de mi piel se sentía abierto. Escuchaba a Lía llorar a mi lado, pero no la veía.
—¿Te crees de metal? —me preguntó uno de los tipos dándome una fuerte patada en la espalda estrellando su bota con mis heridas abiertas. Me quejé. No dije nada.
—Ya es suficiente —ordenó Joe, quien estaba observándome horrorizado, se acercó a mí, desamarró mis manos y, por fin, pude moverme un poco—. Puedes irte.
Me puse de pie con mis rodillas temblando, no oí a Marcus, pero tampoco tuve la capacidad de mirarlo a los ojos. A la única persona que observé antes de marcharme fue a Lía para no olvidarme de su rostro. Me puse la camiseta a pesar de sentir el dolor y agregué:
—Limpien bien mi sangre, es de buena calidad.
Salí de la oficina sin esperar respuestas y caminé sin desviarme hasta la habitación; abrí la puerta y encontré a Alice durmiendo en mi cama improvisada con mi cuaderno en su pecho. Cerré la puerta con pestillo y sentí la angustia subirme desde el pecho hasta la cabeza. Marcus era un puto demente.
Me quité la camiseta de un impulso doloroso, la tela estaba envuelta en sangre y no me detuve a tratar de curarme, solo busqué otra camiseta limpia y me la coloqué. Me tendí a un lado de Alice bocabajo y al no conseguir dormir por el dolor que estaba sintiendo; comencé a mirarla, y eso me tranquilizaba. Parecía un ángel, mirarla me hacía escapar de una realidad de mierda y entraba en un mundo donde todo parecía un sueño, como si lo que estuviese pasando no fuera real.
Cuando la tenía lejos, la realidad me caía encima como un saco de cemento, pero cuando ella estaba ahí, tranquila, aunque no tuviera nada para decir, todo era mejor. Todo parecía mi casa.
Me apoyé en mis codos, quité el cuaderno de su pecho y la cubrí un poco más con la frazada. Mis ojos se quedaron en las letras del cuaderno y me encontré con que sí había escrito cartas y larguísimas para algunas personas: «Mamá y papá», «Liam», «Giuliana» y la última: «Christopher». No quería entrometerme en sus asuntos, pero no pude evitar leer lo que le había escrito a su exnovio.
- capítulo trece -
«Christopher:
No sé cómo explicarte todo el dolor que me hiciste sentir, más conmigo misma que por ti. Sin embargo, en este momento de mi vida, no eres lo más importante y no puedo sentarme a llorar por tu culpa esperando que la vida pase lenta y cruel. No sé si en este mismo momento dimensionas las palabras que alguna vez dijiste: “Estaremos siempre juntos”, “No sería capaz de fallarte”, “Me haces el hombre más feliz del planeta”. Tampoco sé si lo recuerdas, pero yo sí, y muy claramente. Estoy atrapada aquí sin saber si algún día volveremos a vernos, sin entender qué fue lo que ocurrió en realidad y con la incertidumbre de hablar en condiciones humanas de lo que éramos.
Si me preguntas en este minuto si regresaría a ti, probablemente lo haría, ¿sabes? Pero no por el hecho de que te quiera siempre en mi vida, sino porque necesito a alguien que me contenga, que me abrace, que me bese o simplemente me diga que todo estará bien. Necesito creer que todo estará bien, en serio, y si para eso debo perdonarte, lo haría.
No sé si te amo, no sé si sigo enamorada de ti como antes lo estaba, pero en este minuto estoy aferrándome a todo lo que tenía fuera para no olvidarme de quién era antes de entrar aquí y no puedo alejarme de ti y olvidarme de todo tan fácilmente, menos aquí, donde no hay ningún rostro familiar ni amable. Tal vez necesito que me ames en este momento, que me abraces y me acurruques por las noches, que te hagas cargo de mi fragilidad. No sabes lo inútil que me siento aquí sin saber qué me deparará el destino. No quería sacarte de mi vida tan abruptamente, merecía llorarte un poco más.
Te extraño, no lo negaría por ningún motivo. Y si hubiese sabido el destino que estaba escrito para mí, tal vez las cosas hubiesen tomado un rumbo diferente. Dije cosas cuando estaba muy molesta, olvidé lo buenos que éramos antes de todo, olvidé cuánto nos queríamos y ahora, aquí encerrada, me doy cuenta de que, a veces, hay cosas tan simples de solucionar y nos quedamos ahí, parados, sin hacer nada. Me gustaría abrazarte, por última vez o el primero de muchos dejando errores atrás…».
Parecía una carta inconclusa y no quise hacer trabajar mi cabeza para imaginarme qué más quería decirle Alice a su exnovio. No me costó descifrar que ella todavía lo tenía muy pegado a su corazón, pero no podía juzgarla, en momentos así solo necesitas aferrarte a algo que para ti parecía real. Por supuesto que hubiese preferido una carta de «adiós» que una de volver a verse y abrazarse, pero bueno. Negué con mi cabeza y cerré el cuaderno. Lo dejé en el piso e intenté dormir con mi cabeza hecha un lío.
Alice Brenden
Desperté sin haberme dado cuenta de cuándo me había quedado dormida en la cama improvisada de Ashton. Me senté rápidamente y recordé que la noche anterior había estado escribiendo. Froté mis ojos y miré a mi costado encontrándome a Ashton durmiendo bocabajo. Tenía una camiseta blanca puesta apegada a su cuerpo, pero me horroricé al percatarme de que tenía sangre en ella.
—Ashton —toqué su hombro—. Ashton, despierta. —Lo vi intentando reaccionar y aunque le costó, abrió sus ojos para mirarme—. ¿Qué te ha pasado en la espalda? Tienes sangre, mucha sangre.
—Cálmate —dijo, luego apoyó sus manos en la cama y con cuidado se impulsó para ponerse de pie.
Se quitó la camiseta dándome la espalda y me enseñó lo que tenía. Se encontraba llena de heridas abiertas esparcidas desde su nuca hasta su espalda baja. Y la piel que permanecía limpia de heridas estaba tornándose morada.
—Dios —me puse de pie y me acerqué a él—. ¿Quién te ha hecho esto? Ha sido Marcus, ¿no? Ashton, se ve mal, muy mal.
—Alice, solo cálmate —se volteó para mirarme a los ojos—. Me siento bien, que no te importe, ¿de acuerdo?
Claro, eso lo decía él, que su espalda se veía como la mierda. Tenía su piel canela marcada con grandes líneas y heridas que, si se infectaban, podían ser fatales. «Respira, Alice, respira».
—Sí me importa, Ashton —solté de pronto y él continuó mirándome—, ¿cómo me pides que no me importe?
—Estoy bien —aseguró.
—Por supuesto que no estás bien —respondí tal cual mi madre lo haría—, te encuentras pálido, tienes ojeras y encima no has comido nada.
—¿Y qué te importa eso? Alice, tú y yo no somos nada —soltó de pronto—. Mantente al margen de todo lo que pueda sucederme.
«Auch».
—No puedo fingir que no pasa nada —bajé la voz.
—Alice, no quiero que sigas, ¿de acuerdo? —subió el tono de su voz.
—¡Solo me preocupo por ti! —grité.
—¡No lo hagas! —me siguió el grito.
Estábamos cerca mirándonos directamente a los ojos. Casi como contrincantes.
—Eres tan cambiante —gruñí, me alejé unos centímetros de él y volteé para darle la espalda.
Ashton guardó silencio y al suponer que no iba a hablarme, volteé como una niña berrinchuda y nuevamente lo observé a los ojos.
—Lo soy, así que dejemos de llevarnos bien y esas mierdas —dijo frío y sin titubear.
¿Qué