Javiera Paz

Secuestro


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Alice. Ninguna persona tiene el derecho de exigirte algo —opinó, luego desvió su mirada—, o al menos debería dar chance de conversarlo.

      Asentí silenciosa y él continuó.

      —¿Y te fuiste enojada con tu hermano esa mañana?

      —Sí —contesté seca. Me causaba muchísima melancolía recordar a Liam marcharse molesto en su moto que recordar lo que me había hecho Christopher.

      Nos quedamos mirando unos segundos, luego vi a Ashton tomar su cuaderno, pasó las páginas hasta que encontró una hoja en blanco: me lo tendió y luego me ofreció un lápiz. Sin entender lo recibí y él me regaló una sonrisa tranquila.

      —Escríbele a tus padres, a tu familia o, en realidad, a quien desees escribirle.

      —¿Qué? —reí.

      —Sí —dijo convencido de que era una gran idea—. Hazlo. No puedo asegurarte que saldrás de aquí y no quiero que te quedes con todo eso ahí. —Señaló mi pecho.

      —¿Crees que nunca saldré de aquí?

      —No lo sé, Alice. Yo no soy quien maneja eso.

      —Pero Marcus es tu padre, deberías…

      —Él no es mi padre —me interrumpió con brusquedad—. Puedes escribir si quieres, sino, no importa. Iré a fumar un cigarrillo.

      —Lo lamento, yo no quería…

      No pude terminar la frase que iba a decir porque él rápidamente se marchó de la habitación dejándome allí, sola, con un cuaderno y un lápiz.

      Ashton Brook

      Tener a Alice cerca me hacía sentir en paz conmigo mismo, una tranquilidad ajena a lo que acostumbraba, pero no podía dejar de pensar en que estaban vigilándome de alguna manera. Alice es inocente, ingenua y valiente. Me pone los pelos de punta saber que en algún momento podría lastimarla. No quiero ir lejos, no quiero romper con todas las paredes que he creado a mi alrededor, pero ¿cómo darme cuenta? ¿Cómo poner límites con una persona que saca lo mejor de ti?

      Me senté en el cemento fuera de la habitación y encendí un cigarrillo mirando el pasillo que tenía enfrente. Mi cabeza era un nudo, mi corazón era un nudo… Yo era un nudo. Ni siquiera era capaz de solucionar mis propios problemas y terminaba metiéndome en otros. No quería tener el impulso de querer mandar todo a la mierda porque todo jugaría en mi contra, pero no podía contener la molestia que brotaba de mi pecho.

      Mi madre, desde pequeño, me había enseñado que la familia lo era todo en la vida de una persona; que podría transcurrir el tiempo, irme, alejarme de todo lo que correspondía a mi sangre, pero que, en algún momento, debía volver a casa porque allí, sin darme cuenta, había amado la vida: cuando tuve que irme de casa por obligación, le prometí muchísimas cosas, entre ellas que me cuidaría, que no la abandonaría y que no tuviera miedo a enamorarme. Que diera todo si era posible, que no me alejara como un idiota. Le prometí que volvería a casa, que volvería a verla. Y que no permitiría que me hicieran daño. No había roto ninguna promesa a pesar de no verla, tenía la esperanza de regresar algún día. Había salido roto de algunas situaciones, pero yo era fuerte, podía con esto y mi cabeza no permitía que me derrumbara.

      —Ashton —oí su maldita voz. Levanté la vista ya enojado por simplemente interrumpir mi instancia de fumar un puto cigarrillo. Choqué con su mirada y esperé a que continuara hablando—. Mi padre quiere hablar contigo.

      —Yo no quiero hablar con él.

      —Es sobre tu madre.

      —¿Qué?

      —Como escuchaste.

      —¿Qué mierda hizo? —Me puse de pie rápidamente y comencé a caminar a paso firme hacia la oficina de Marcus Denovan dejando atrás a Joe que imaginé venía moviendo sus estúpidos pies para alcanzarme.

      Abrí la puerta sin tocar y me encontré a Marcus junto a una chica pelirroja llorando frente a él. Tenía su boca hinchada, fruncí el entrecejo e intenté recordar a la joven, pero nada se venía a mi cabeza.

      —¿Nadie te dijo que debías tocar antes de entrar, imbécil? —Marcus alzó la voz, se puso de pie detrás de su escritorio mientras la chica nos miraba aterrada.

      —No —contesté seco—. ¿Qué le has hecho a mi madre?

      —Vete, después hablaremos. Ahora estoy ocupado.

      —¡Me importa una mierda! —alcé la voz golpeando con las palmas de mis manos su escritorio, él pestañeó estupefacto—. Teníamos un trato, ¿qué demonios hiciste, Marcus?

      —Nada grave, Ashton —contestó con una pequeña sonrisa a punto de escapársele. Le gustaba verme fuera de quicio, en mi peor faceta.

      Iba a responderle, pero la puerta se abrió de golpe también. Era Joe quien entró. Miró a la chica, luego a Marcus y finalmente a mí.

      —Lía, es hora de que vuelvas a tu habitación —informó Joe.

      La chica que ahora sabía que su nombre era Lía, se puso de pie dispuesta a irse, pero Marcus la detuvo diciéndole que no se moviera de la silla, así que ella rápidamente obedeció con sus manos temblando.

      —¿Ahora estás torturando a todas las chicas? —Entrecerré mis ojos mirando a Marcus. Me causaba asco, rechazo y unas inhumanas ganas de golpearlo.

      —No te incumbe —contestó.

      —Entonces dime qué mierda le has hecho a mi madre para irme rápido de aquí —solté.

      —Está en el hospital —informó y mi rostro se desencajó—, accidentalmente se intoxicó —rio por lo bajo—, pero ya saldrá de ahí, tranquilo.

      —¿Dónde está Debanhi? ¿Quién tiene a mi hermana? —pregunté lo primero que se me vino a la cabeza.

      —Está en una de esas cosas en donde dejan a los niños abandonados —respondió restándole importancia—. Mientras tu madre se recupere.

      —¿Qué clase de imbécil eres? —hablé tan pausadamente que su mirada se quedó fija en mi reacción—. ¡Eres un hijo de puta! —grité. Pateé su escritorio consiguiendo que este se estrellara con la cadera de Marcus mientras Joe y Lía nos observaban con horror—. ¿Qué demonios tienes en la cabeza? ¡¿Acaso quieres que te mate a golpes?!

      Esquivé el escritorio que nos separaba y antes de que alguien pudiese detenerme, empuñé mi mano y, sin miedo, lo golpeé con fuerza, tanta que de inmediato sentí ardor en los nudillos. No me di cuenta cuándo le estaba proporcionando golpes con ambas manos, lo lancé al suelo sin siquiera poder controlarme, di patadas y puñetazos, hasta que sentí que alguien me corría hacia atrás con fuerza desmedida. Caí en la realidad de que dos hombres me habían quitado de encima de un Marcus desolador, golpeado y ensangrentado.

      Ninguno de los dos imbéciles me golpeó, pero sí me lanzaron lejos de Denovan para que no continuara golpeándolo. Sentía mi pecho subir y bajar con agresividad, pues no entendía cómo alguien tan perverso podía existir.

      —Las pagarás, Ashton —habló Marcus mientras le ayudaban a incorporarse. Secó la sangre de su boca con el puño de su cara chaqueta y oí su orden—: Ya saben qué hacer. —Ambos me observaron casi preguntándose a sí mismos si eran capaces de derribarme, pero no tuvieron más opción que obedecer.

      Los vi sacar látigos de cuero frente a mis ojos y me puse en posición de defensa.

      —¡Por favor, déjeme ir a mi habitación! —se escuchó la súplica de Lía.

      —¡Por supuesto que no! —gritó Marcus—. Verás todo esto y entenderás que no tengo compasión por nadie.

      La oí llorar con histeria; me recordó a Alice, pero no tuve la capacidad de tranquilizarla en ese momento, pues mi vida dependía de mi defensa. Aquellos hombres me tomaron con