de lo que era bueno o malo allí. Esperé a que continuara hablándome, pero no lo hizo. Así que:
—Buenas noches —emití en un tono bajo.
—Buenas noches, Alice.
Permanecer tanto tiempo encerrada no era para nada fácil ni complaciente: Podrán imaginarlo. Incluso la idea de que me asesinaran me estaba pareciendo muchísimo más atractiva que seguir ahí, encerrada para toda la vida.
Observé a mi compañero; estaba mirando el techo acostado sobre su colchón improvisado. Creo que le parecía divertidísimo encontrarle fallas a la madera o buscar en ella dibujos impensados.
—¿Qué estás mirando? —le pregunté. Pareció como si lo hubiese despertado de sus pensamientos. Se sobresaltó y desvió su mirada hacia la mía, de inmediato sonrió:
—El techo.
Rodé los ojos.
—No me di cuenta —contesté con sarcasmo—. ¿Cómo puedes divertirte de esa manera?
—No quiero estar más loco de lo que ya estoy.
—Divertirse mirando el techo es estar lo suficientemente loco.
—Es mucho más divertido que mirar la pared todo el día —opinó, luego me dedicó una sonrisa burlona—, como tú.
—Qué gracioso —comenté con ironía.
—Ven aquí —dijo. Dio unos golpecitos con su palma en su cama improvisada invitándome a estar a su lado. No lo dudé demasiado debido a mi notable aburrimiento, así que accedí y me posicioné a su costado, claramente manteniendo la distancia. Lo imité: me tendí y me quedé mirando el techo de madera el cual tenía líneas, manchas de humedad y partes deterioradas.
—¿Qué es lo divertido? —pregunté, luego miré su perfil.
—Estás muy amargada —opinó, luego se sentó y se quedó mirándome—. Yo me divierto contando las fallas del techo, ¿qué haces tú para divertirte en un secuestro?
Su pregunta me hizo sentir confusa, rápidamente me senté a su lado y lo observé.
—Pues no sé —Fruncí el ceño.
—¿No lo sabes? —su pregunta fue sarcástica y a eso le agregó el ceño fruncido.
—No —zanjé—. Es que no había estado secuestrada. —Él pestañeó divertido, pero yo seguía molesta—. Qué tonta, ¿no? Debí haberme preparado. Idiota.
Iba a ponerme de pie ya sacada de mis casillas, pero él de un ágil movimiento me tomó del brazo.
—Solo bromeo, Alice —sonrió—. Ya deja la amargura.
—Estás pidiéndome algo difícil. No puedo estar feliz aquí dentro.
—Claro que no, pero puedes al menos intentarlo.
—¿Acaso tú estás feliz? —pregunté lo bastante enfadada como para que se notara.
—Sí —se encogió de hombros—. La felicidad no se basa en lo material, deberías saberlo. Es mucho más, son detalles.
—¿Por qué estás feliz? —pregunté aún más molesta si es que acaso podía estarlo.
—Porque estoy contigo.
Guardé silencio. Me quedé congelada mirándolo y sentí el rubor llegar a mis mejillas. No supe la expresión que tenía en el rostro, pero Ashton, muy seguro de sí mismo, solo se limitó a sonreír.
—De acuerdo, no esperaba eso —dije, volví a sentarme a su lado.
—Lo lamento.
—Olvídalo —comenté con los nervios a flor de piel.
—No debes ruborizarte —sonrió consiguiendo que mi rostro se tornara más rojo.
—Ya basta, Ashton. —Desvié la mirada.
—¿Por qué? ¿Nunca te habían dicho eso?
—¿Qué cosa?
—«Me haces feliz».
—Miles de veces —rodé los ojos—. Mentiras y más mentiras —comenté recordando a Christopher.
—¿De quién hablas?
—Mi exnovio.
—¿Qué hay con él?
—Me engañó.
—¿Qué tipo de imbécil hace eso?
- capítulo doce -
—No es un imbécil —intenté defenderlo, aunque muy en el fondo sí sintiera que lo era. Ashton hizo una mueca de disgusto—. Me engañó y fue la primera vez en dos años. Supongo que no fue el único culpable.
—¿Estás diciendo que estuvo bien que te engañase? —preguntó con ironía—, pues creo que quiero a una chica como tú —rio.
—No dije eso, terminé con él de inmediato. —Fruncí el ceño.
—¿Te incomoda hablar acerca de él?
—No, suponía que algún día tendría que hacerlo…, y si nunca salgo de este lugar creo que tendrás que escucharme —respondí.
—Soy todo oídos —sonrió prestándome toda su atención.
—Su nombre es Christopher —comencé, la atención de Ashton se sentía bien—. Habíamos sido amigos durante dos años y luego de eso comenzamos una relación que también duró dos años. Era una relación ideal, casi como un cuento de hadas; conocí a su familia, él a la mía. Nos queríamos lo suficiente como para pensar que era el amor de mi vida —reí con amargura y él frunció el ceño—. Prácticamente le entregué dos años de mi vida; conoció todas mis facetas, las buenas, las malas, sin embargo, nunca pareció demasiado conforme. Me decía que necesitaba más cariño e incluso me tildaba de fría, yo no me daba cuenta en absoluto —confesé.
»Un día, antes de que todo esto ocurriera, lo vi besándose con una chica en el centro comercial. Fue como si el mundo se hubiese venido encima de mi cabeza, estaba triste, me sentía traicionada y altamente frágil. Intenté ignorarlo, pero al otro día fue por mí antes de la escuela para que conversáramos. Hasta discutí con mi hermano por culpa de él porque había golpeado a Christopher con fuerza —recordé el rostro de Liam decepcionado mirándome antes de marcharse—. En pocas palabras, la excusa de Christopher fue que yo no le daba lo que él quería: sexo. Y pues desde ahí a la mierda. Luego ese día llegaron ustedes y…, ya sabes. —finalicé.
Terminé mi historia sin lágrimas en mi rostro, al principio me hubiese costado hablarlo, pero entendía que había muchísimas cosas más importantes que algo tan básico como él. No merecía la pena en absoluto y por supuesto que yo no merecía ser engañada de ninguna manera.
—¿En dos años nunca tuviste sexo con él? —me preguntó Ashton como si eso fuese lo más importante de mi relato.
—Sí, pero no era algo de todos los días —contesté.
—¿Cuántas?
—¿Por qué me preguntas eso?
—¿Qué hay de malo?
—Pues no lo sé… No es como que de repente le cuento todo a mi secuestrador.
—Tiempo al tiempo —sonrió con sarcasmo. Su sonrisa encogió mi estómago.
—Un par de veces. —Me encogí de hombros restándole importancia.
—¡¿En dos años?! —alzó la voz con sorpresa.
Asentí