Escuché a la mujer detrás del teléfono hablar, pero yo no podía escuchar con claridad. Mis oídos zumbaban y mi madre al notar cómo me encontraba, me quitó el teléfono y comenzó a hablar ella.
—¿Qué ocurre, Liam? ¿Supiste algo? —preguntó mi padre saliendo de la cocina.
—Las amigas de Alice tampoco han llegado a sus casas, no está con ellas —asumí.
—¿Qué? —preguntó con confusión, sus ojos parecieron haber salido de su órbita—, pero ¿cómo? ¿Dónde más podría estar?
Quería pensar en que todo estaba bien, que en realidad solo eran un par de horas de atraso. Incluso podía estar en la biblioteca de la escuela haciendo un trabajo; biblioteca que no tenía muy buena señal. Pero en el fondo estaba preocupado y no podía dejar de pensar en que tal vez algo malo, muy malo, había ocurrido.
—Liam, llama a la Policía —escuché a mi madre despertándome de mis pensamientos.
—¿Qué? Mamá, no debe ser tan grave…
—¡Llámalos! —interrumpió mi voz con desespero.
Vi a mi padre encender la televisión, siempre, cuando ocurría algo o él creía que pasaría algo, encendía la televisión para confirmar que algo estuviesen dando acerca de lo que pensara. Giuliana se encontraba en el sofá sin entendernos. Marqué el número de la Policía, comenzó a sonar hasta que me contestaron.
—Buenas noches, se ha comunicado con la Policía, ¿en qué podemos ayudarle? —contestó una mujer detrás del teléfono.
—Sí, hola —contesté abruptamente, no sabía qué decir en realidad. Mi cabeza parecía haberse quedado en blanco.
—¿Me puede dar su nombre, por favor?
—Liam… Liam Brenden —contesté nervioso mientras miraba a mi padre cambiar frenéticamente los canales de televisión hasta llegar a las noticias.
—Señor Brenden, díganos, ¿en qué podemos ayudarlo?
—Quiero reportar a mi hermana, hace un poco más de cuatro horas no llega a casa y estamos muy preocupados.
—¿Cuál es el nombre de su hermana?
—Alice Brenden
De un momento a otro, todo se volvió borroso para mi vista. En la televisión estaban pasando imágenes de la escuela a la que asistía Alice, eran imágenes oscuras, poco definidas, casi como si estuviesen grabando con un teléfono. Y la voz del periodista decía: «Alrededor de treinta chicas han sido secuestradas cerca de las tres de la tarde, pero no tenemos información acerca de la hora exacta en que este grupo de delincuentes entró al lugar. Tampoco tenemos información acerca de si los docentes están ahí o se encuentran en sus hogares. Todo indica que esto está enlazado a la amenaza que le habían estado haciendo al presidente…».
Fue entonces cuando el teléfono se soltó de mi mano y se estampó contra la alfombra mientras la Policía hablaba desde la otra línea. La expresión de papá fue devastadora, ni siquiera podría explicar si quiso romper la televisión o largarse a llorar ahí mismo. Solo se limitó a apretar con fuerza el control remoto. Su mandíbula estaba tensa y no emitía ninguna palabra. Mi madre rompió a llorar sin remedio y tuve que sostenerla para que no se cayera al suelo.
—¡Qué hijos de puta! —gritó papá golpeando el mueble en el que se encontraba apoyada la televisión. Esta se tambaleó, pero no logró caerse. Giuliana se espantó al primer grito y comenzó a llorar con fuerza sin entender nada y nadie fue capaz de tranquilizarla.
Rápidamente, mi teléfono comenzó a sonar. Contesté sin mirar quién estaba llamándome.
—¿Hola?
—¿Es Alice? ¿Ella está ahí? —escuché a Christopher hablar desde la otra línea con rapidez y en un tono descolocado.
—Sí.
No supe si debía ponerme de pie e ir a la escuela. Si el lugar estaba restringido o no, si ya en cinco horas las habían sacado de ahí o ¿quién habrá sido el de la primera denuncia?
En un abrir y cerrar de ojos me encontré con los padres de Lía y Jamie en mi casa, pero no logré entender qué hacían ahí y por qué no estaban allí fuera intentando hacer algo. Así que rápidamente tomé el casco que seguía en el sofá y comencé a caminar con molestia hasta salir de casa.
—¡¿A dónde crees que vas?! —me preguntó mamá deteniéndome desde el brazo.
—No me puedo quedar aquí como si nada hubiese pasado. Debo ir allá, debo ir a ver la escuela y entender qué ocurrió.
—¿Qué? ¡No! No vayas, por favor, Liam —me pidió con desesperación—. No sabes cómo está todo allá, si siguen ahí o qué…
—¡Es Alice! —grité.
En otra ocasión gritarle a mamá hubiese ocasionado un golpe, pero nos encontrábamos tan nerviosos que no podíamos actuar como realmente éramos. De todas maneras, salí a tirones de casa, tomé mi motocicleta y me dispuse a andar. No sé a qué velocidad llegué, pero la escuela de Alice se apareció en mi camino, aunque muy lejana, pues todo el lugar estaba rodeado de policías y cazanoticias. Aparqué la motocicleta y corrí entre las personas hasta llegar a la última fila de policías, intenté pasar, pero uno de ellos me tomó del codo y me empujó hacia atrás con fuerza.
—No puedes pasar —zanjó.
—¡Mi hermana está ahí dentro! —alcé la voz, sentí el nudo de mi garganta aparecer, pero toda la angustia se transformaba en rabia.
—No, hijo —bajó la voz el policía—. Las chicas ya no están acá. Además, todas estas personas están esperando a sus hijas, primas o nietas salir de ahí también, no puedes entrar.
—¡No lo está entendiendo! ¡Es mi hermana!
—Estamos haciendo todo lo que está a nuestro alcance.
—¡No están haciendo nada! —continué con alteración mientras el policía me observaba imperturbable—. Estar aquí de pie como idiotas no es estar haciendo lo posible.
—Por favor, retírese y deje trabajar al personal —indicó con compresión en sus ojos, pero yo no podía ver de lo cegado que me encontraba.
Fin del Flashback
Desde ese caótico y maldito día todo se ha ido a la mierda poco a poco, casi desvaneciéndose a través de nuestros dedos. Pude percatarme de que mi madre cayó en una tristeza y desesperación profunda que ha tratado de sanar, pero no parece suficiente conversar con un psicólogo una vez a la semana. Por otra parte, mi padre intenta mantenerse fuerte, no desesperarse ni pensar trágicamente, como todos lo estan haciendo. Giuliana no entendía, en absoluto, lo que estaba sucediendo. Apenas puede preguntar dónde se encuentra Alice y la mayor parte del tiempo se mantiene en casa de mis abuelos. Por otro lado, estaba yo, intentando luchar en contra de todos para entender lo que estaba ocurriendo en realidad.
Descubrí que el presidente le debía una cantidad de dinero excesivamente alta a un hombre de mala fama de los barrios bajos, mafioso e incluso podía estar asociado al narcotráfico. No sabía exactamente cuánto dinero era, pero el meollo del problema era esa maldita deuda que nos tenía a todos despiertos hasta las tantas de la madrugada consiguiendo una respuesta.
Las familias de las demás chicas desaparecidas, y la nuestra, no tardaron en movilizar al país por todo lo que estaba ocurriendo y allá arriba parecían no entender la gravedad del asunto. Se formaron protestas e incluso algunos desmanes en el centro del país. Hoy, el presidente daría un discurso público arriesgándose a la molestia de las personas y estaba en toda mi disponibilidad y ganas de encararlo.
Todos estábamos ahí, esperando que alguien diera alguna señal de que ya había llegado ese hombre que me hacía tener unas incontrolables ganas de golpear cuando lo oía hablar. Esperamos tranquilos, incluso pasaron un par de horas,