Santiago Roncagliolo

Diario de la pandemia


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cambia, dibujando una gráfica, un trayecto. Pero observándolo me doy cuenta de que ya no tiene sentido, porque todos somos función del espacio. Somos como Batman sin batiseñal, encerrados en casa. Entonces. Consideremos el espacio en el eje de las abscisas y el tiempo en el eje de las ordenadas, porque estamos detenidos, el tiempo se acumula en vertical. Estamos congelados, cada uno en su casa, bajo diversos niveles de presente. Cuando el tiempo se acumula no pasa, por eso, a veces, durante el día y a pesar de la luz, no sé qué hora es. El tiempo me rodea y todo el futuro se vuelve presente. Una torre de presente. Es por esto que creo que cambiará aquello que ya ha cambiado. Cuando el futuro se reanude, no sé cómo, tendremos muchísimo presente que digerir. El presente indicativo de estar en el mundo.

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      Me doy cuenta de que abandonar la idea del Batman superhéroe para pasar a la realidad del Batman cocinado puede resultar peligroso. Sin embargo. Hay que considerar la circunstancia. O al menos la revelación. Con 42 años cumplidos pensaba en mi vida, satisfactoriamente encauzada, como una vía cuyo recorrido y horizonte podía intuir. Y que mis aventuras serían, esencialmente, interiores. Y en cambio ya no es así. No es que las vías se hayan recorrido: es la posibilidad la que se movió. No me gustan los cambios. Nunca me han gustado. Cuando tenía 10 años el maestro de primaria nos pidió que desarrolláramos en un ensayo qué había cambiado después del verano, y yo escribí —lo sé porque mi madre conservó esas líneas en el libro de corcho de las cosas importantes—, escribí Puesto que la muerte es el cambio más grande que pueda ocurrirle al hombre, espero que después del verano no haya cambiado absolutamente nada. La verdad es que no hay nada extraño en este texto; los niños hablan con frecuencia de la muerte y matan moscas, lagartijas, mosquitos.

      Como sea, y a pesar de que no me gustan los cambios, me agradan las posibilidades. Y este virus dramático e inesperado las ha abierto. O tal vez pienso todo esto porque durante muchos años estudié matemáticas y sé muy bien —saber como recordar— que la existencia de las soluciones depende del conjunto en el que se mueven. Y así, al haber cambiado el conjunto dentro del cual nos movemos no podemos tener las mismas soluciones a los mismos problemas. Incluso podrían no existir soluciones, pero mi talante no me permite pensarlo. De modo que leo. Leo mucho. Debo decir que lo único que consigo leer sin pensar en nada más, que casi me cambia la respiración, como si hiciera yoga, es Dürrenmatt, La guerra invernal del Tíbet, La muerte de la Pitia, La promesa. Una escritura en la que la razón apenas puede iluminar una pequeña fracción de la realidad. Me refiero a la razón humana. Tal vez existen otras razones. Qué significa razón cuando las formas de vida son distintas de la nuestra. Qué significa razón, vida, inteligencia, conciencia. ¿Tiene sentido definirlas? Por ejemplo, ¿qué piensa, cómo razona, tiene una conciencia el océano de Solaris? Me lo pregunto mientras adapto para Radio Rai 3 la novela de Lem. También consigo leer Solaris, tal vez por la misma razón. Una escritura donde la razón evidentemente no es suficiente. Escritura donde el contexto conocido también revela ser otro. Como para nosotros. Como para mí. Tenemos la posibilidad de razonar con todo el cuerpo, cada uno con el propio y como cuerpo colectivo.

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      No creo que el virus se combata con libros, pero sé que si Primo Levi contó en La tregua que consiguió sobrevivir a la deshumanización gracias a gestos comunes que pertenecían a su vida previa, como lavarse y arreglarse la barba aunque sólo tenía a la mano agua sucia, yo —como todos— puedo seguir las reglas que nos indican los médicos y los investigadores, las prácticas para evitar el contagio y desacelerarlo. En los libros no está la solución, pero sí otras formas de vida, en el tiempo y en el espacio. Aventuras no sólo interiores. Y pensar que la propia forma de vida y de consumo no es la única podría ser ya un principio de solución. En los modelos matemáticos de dispersión de las epidemias y, en general, cuando se habla de soluciones, como decía antes, se evalúan las condiciones del entorno. No existe una solución en sí misma; depende del entorno. Evaluar las condiciones del entorno significa entender las características del conjunto, del mundo, sobre el cual actuamos. Con base en estas características una misma ecuación puede admitir o no admitir solución. Primo Levi cuenta cómo se salvó de un flagelo externo gracias a una praxis. Tuvo suerte, claro, pero también tenía una praxis.

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      Así, me lavo las manos. Pero tras cuatro semanas de incansable, responsable y necesario lavado de manos me siento lady Macbeth. En el caso de esta señora lavarse las manos obedecía a una indeleble mancha de sangre causada por una culpa indeleble. Pero en mi caso, ¿de dónde viene esta exigencia continua de lavarme las manos? Soy una mujer occidental blanca nacida a fines de los años setenta del siglo xx. Desde el punto de vista social probablemente me parezco más a mis abuelos que a mis padres. Nacidos a inicios de los años 50 del siglo pasado, mis padres formaron parte de la generación que luchó y obtuvo el divorcio, servicios de salud, amortiguadores sociales. Yo trabajo por honorarios y tengo el mínimo de todo, cuando tengo algo; para mí la palabra “vacaciones” y la palabra “bono” son como la pregunta que lady Violeta, interpretada por Maggie Smith, hace en Downton Abbey: “¿Un fin de semana? ¿Qué es eso?” Mis abuelos, que nacieron durante la primera década del siglo xx, tenían la experiencia directa (o casi) de la gripe española y del tifus, y vivían en un sistema de salud precario. A mí ya me tocó ver el VIH, el ébola, la influenza aviar y ahora el coronavirus, y vivo en un sistema de salud pública excelente que todavía no puede controlarlo todo. En Italia le estamos pidiendo a nuestro sistema de salud lo que le pedimos, desde fines de la década de los años 90, a la escuela pública: que se enfrente a la educación sentimental obtenida gracias y a pesar de la familia, a las tardeadas de la iglesia, los partidos políticos o el sindicato. Y no se lo pedimos a la institución, que está acéfala, sino a los doctores (tal vez sin mascarilla), como se lo pedimos antes a los maestros. Las cosas en nuestro interior tienen que cambiar. Cada uno de nosotros es el sistema de salud. Somos el sistema de salud nacional, somos la educación pública. ¿Es más difícil ser Batman?

      Quiero subrayar que esta excepción, fantástica y racional, de organizar la sociedad y amortiguar las dificultades económicas de los ciudadanos, ya tiene algunas generaciones. Por motivos distintos, antes y después no ha habido más que incertidumbre, y soluciones cuya enorme y justa accesibilidad, en un momento como éste, no puede dejar de parecer insuficiente. Sin duda pueden mejorarse, pero yo, a diferencia de mi abuelo, no corro el peligro de morir de sarampión. Tengo que recordarlo, porque la vida está marcada todo el tiempo por incidentes y accidentes que hacen que la suerte y los momentos sean los que son. El significado de esta composición de vacíos y llenos es obligarnos a valorar los accidentes, incluso el coronavirus 2019, no sólo desde el punto de vista médico sino también desde un punto de vista cultural.

      *

      Busco la mancha en mis manos y la encuentro. Será por Batman que le pertenecía al capitalismo, será porque estoy paralizada bajo una torre de presente. Las máquinas provienen de la Revolución industrial, y hasta ahora no pensé que fuera real. Inmutable, estable. La sobreproducción es una revolución industrial y no existen revoluciones industriales que no se cobren víctimas. ¿Gozar de la sobreproducción, desinteresarse de la estacionalidad de las verduras, del origen del pescado y la carne, pensar que la sed de conocimiento y haber estudiado nos dan derecho a los viajes de bajo costo, subestimando su impacto ambiental, significa que nos manchamos con una culpa que nos dejó señales invisibles en las manos? Y no he aprendido nada, si quiero comerme a Batman. O tal vez he aprendido pero no he entendido. O tal vez entendí pero no aprendí. Navego entre esas cosas, pero —but, como escriben los angloparlantes—. Butman, pienso. Butman. Si dejo a Batman queda Butman, la aventura de las adversativas. Una adversativa, al inicio de una oración, indica en italiano que se pasa a un nuevo argumento. Pero. But. Este cambio de argumento implica, por ejemplo, que si compro una lonja de salmón y la veo de color rosa, y me digo Ay, qué lindo, debería pensar que seguramente es un color artificial, porque probablemente este salmón no fue pescado. El color posiblemente se debe a una sustancia que se llama xantina. Lindo nombre, por lo demás.

      Mañana volverá a ocurrir lo que ya ocurrió hoy. Las cosas suceden cuando las aceptamos, y las aceptamos o nos las aceptamos cuando nos conciernen. Aceptaremos que nuestras libertades personales valen sólo en la medida de lo que valen las de nuestra comunidad. Que en cualquier escala de tamaño: ser humano,