Juan Pablo Pino Posada

Aurelio Arturo y la poesía colombiana del siglo XX


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“la vida histórica nacional” (Menéndez Pidal, 1973: 377), constituye asimismo una fuente plausible de las primeras incursiones líricas de Aurelio Arturo.

      En efecto, el héroe de “Balada de Juan de la Cruz” ha sido identificado con Juan de la Cruz Varela (1902-1984),34 a la sazón un joven líder campesino de la región del Sumapaz, al sur de Bogotá, que comenzaba a organizar a finales de la década del veinte grupos de labriegos en torno a la reivindicación del derecho a la tierra (Romero y Varela, 2007: 271). Lorenzo Jiménez, el narrador del poema homónimo que está dispuesto a encarar en el campo nocturno presencias alevosas, podría ser el nombre de un colono cuyo solitario asentamiento cerca del río Calima en 1895 contribuyó a poblar la zona que años después se convertiría en el municipio vallecaucano del Darién, ubicado en el suroccidente del país, esto es, en la región natal del autor. Del protagonista de “Balada de Max Caparroja”, quien con honderos y arcabuceros incursiona en una vereda para raptar a una mujer, no hay señas de existencia extratextual, pero sí vuelve a aparecer en un poema posterior vinculado de manera expresa a un contexto de violencia rural: la noche de Max Caparroja –dirá un yo lírico en el elogio a la noche urbana– es aquella en la que “un viento malo sopla entre las granjas / entre ráfagas de palomas moradas” (“Amo la noche” [1964], vv. 11-12).

      Tanto “Balada del combate” como “Balada de la Guerra Civil” prescinden de narradores o figuras con nombre propio; en la primera el hablante asume la vocería desde la pertenencia a un colectivo –“Alguna vez fuimos al combate” (v. 5), reza el estribillo–, en la segunda un narrador heterodiegético habla de cómo “mozos” (v. 2), “guerreros” (v. 29), “hombres” (v. 20) se matan en la comarca. “Vieja balada del nocturno caballero”, finalmente, continúa la línea de figuras campesinas solitarias al modo de la retratada en “Lorenzo Jiménez”.

      Los narradores y las figuras que intervienen en estas baladas, de acuerdo con la tendencia del subgénero, hacen parte de un mundo narrado cuyas situaciones tienen que ver más con el juego externo de relaciones sociohistóricas que con circunstancias relativas al individuo y a su mundo psíquico interior. Mientras que unas veces, como en el caso de Juan de la Cruz, estos sucesos de corte sociohistórico disponen de un referente concreto en el mundo fáctico, en otras ocasiones la correspondencia queda sin establecer. Dicha indeterminación en un poema como “Balada de la Guerra Civil” lleva a decir a Rafael Humberto Moreno-Durán, uno de los pocos críticos que en cierta medida se ocupa de los poemas de juventud arturianos, que “La guerra [...] es aquí un elemento abstracto, de valor genérico” (2003b: 445), cuya presencia en el poema estaría en función del “clamor contra el enfrentamiento fratricida, inherente a nuestra condición, por encima de causas y partidos” (444). Sin embargo, más allá de si efectivamente el poema se deja leer como clamor antibélico –lo cual no queda muy claro ante versos que hablan de cómo “sobrecoge la grandiosidad / de los pelotones de nubes grises que chocan a ras de tierra” (vv. 48-49)–, poemas de la misma época que no pertenecen al ciclo de las baladas activan el marco contextual de la Revolución rusa así como el de sus ecos sociales en los conflictos locales de los años veinte y, por tanto, tornan cuestionable la idea de una mención “abstracta” y “genérica” –esto es: ahistórica– de la guerra. “El grito de las antorchas” (1928), por ejemplo, es un himno que usa la palabra “Lenin” (v. 31) como símbolo de entendimiento universal y que celebra a los “Hombres nuevos surgidos del yunque” (v. 5), a la “turba regida por un sistema planetario de ideas” (v. 9) y encargada de fundar ciudades “sin cúpulas” (v. 16) más allá de las diferencias de raza y de lengua. En la misma línea celebratoria del hombre nuevo se encuentra “Canto a los constructores de caminos” (1929), una oda que –en pleno lustro de huelgas de trabajadores del ferrocarril– encomia a quienes le hacen caminos a la tierra y encarnan así la transformación física y política: “Yo os canto selva humana que avanza, / vanguardia de la generación de robles” (vv. 7-8).

      “Generación de robles”, “selva humana”, “constructores de caminos”, “turba”, “hombres nuevos” son sememas que delatan el protagonismo de un sujeto colectivo. Esto tiene lugar en relación no solo con las figuras del mundo narrado, sino también con el narrador mismo, quien en algunas ocasiones ejerce la narración desde la pertenencia a un nosotros (cf. “El grito de las antorchas”, “Canto a los constructores de caminos”, “Balada del combate”, “Sueño”, “Ésta es la tierra”). Incluso las figuras individuales de ciertas baladas se integran al relieve de lo colectivo al conformar, desde el punto de vista de la subjetividad que estructura el conjunto de poemas de juventud, una multiplicidad de mediaciones. Y, aunque el hablante individual en la forma del narrador autodiegético también está presente (cf. “Entre la multitud”, “Noche oscura”, “La isla de piel rosada”, “Poemas del silencio [I]”, “El alba”), su presencia es apenas una parte del abanico amplio de modalidades que abarca al ya mencionado narrador plural, pero también al narrador heterodiegético (cf. “La vela”, “Balada de la Guerra Civil”, “Mendigos”, “Muertos”) y al dialogante (cf. “La voz del pequeño”).

      De acuerdo con lo anterior, esto es, de acuerdo con el hecho de que las instancias de mediación tienden a autocomprenderse en términos de la pertenencia a un grupo, cabe decir que la subjetividad que se expresa en esta serie de poemas es una subjetividad colectiva. Peter Zima (2000), en su apropiación de la terminología de Greimas, la denominaría un actante supraindividual, es decir, un sujeto colectivo que funge como actor sociohistórico y que se diferencia del sujeto individual (verbigracia, el héroe) y de los sujetos infraindividuales (por ejemplo, el ello y el superego freudianos) con los que sin embargo interactúa (2000: 9-13). La clase, el partido, la familia son ejemplos de tales entidades supraindividuales. La subjetividad colectiva de los primeros poemas arturianos no tiene perfiles institucionales, pero sí se define de acuerdo con ciertas posturas ideológicas y estéticas. En los siguientes apartados expongo cuáles son tales posturas y el tipo de relación que sostienen con el espacio exterior representado en los poemas.

       La modernización en los años veinte

      A propósito de la segunda mitad de la década del veinte, el sociólogo colombiano Darío Mesa dice que “Nunca ha tenido el país un desarrollo moderno más rápido que el experimentado de 1925 a 1929” (Mesa, 1957: 22, citado por Jaramillo Vélez, 1994: 52). La principal causa del cambio es el abundante ingreso de capital a las arcas del Estado colombiano –por concepto de la exportación de café, la indemnización estadounidense por la pérdida de Panamá y el acceso a crédito extranjero–, así como la correspondiente inversión en infraestructura, sobre todo en carreteras y ferrocarriles.

      Dicho “desarrollo moderno”, dicha modernización, es identificable en los siguientes elementos que enumera Hubert Pöppel en su investigación sobre la poesía de los años veinte en Colombia:

      industrialización, formación de un proletariado, economía de exportación, urbanización, racionalización del Estado y del aparato financiero bajo Ospina,35 así como el papel modificado de la Iglesia en lo relacionado con la ocupación de los cargos oficiales más importantes (2000: 23).

      Sin embargo, al mismo tiempo Colombia sigue siendo un país profundamente premoderno, donde, por ejemplo, la Iglesia tiene el control de la educación pública, solo entre el veinte y el treinta por ciento de los colombianos sabe leer y escribir y las tres cuartas partes de la población residen en el campo. A esta mezcla de transformaciones sociales y supervivencia de viejas instituciones y tradiciones la denomina Hubert Pöppel (2000: 20) “modernización parcial”.

      Con la década del veinte se asiste al nacimiento de la clase obrera propiamente dicha, así como al auge de las ideas socialistas en Colombia (cf. Urrutia, 1982: 182). Más consolidación que nacimiento, el proceso es consecuencia de la modernización