El poema se publica el 14 de diciembre de 1929 en el semanario cultural El Gráfico. Cuatro meses antes, el 18 de agosto, había aparecido la entrevista ya citada que Tulio González le hizo a Aurelio Arturo. Que el nombre de pila del entrevistador y amigo de Aurelio Arturo figure en la dedicatoria y que mediante dicha mención el poema se vincule textualmente a las opiniones expresadas en la entrevista es un detalle que llama la atención sobre el marco de referencia dentro del cual es preciso leer este poema, a saber, la variante telúrica de un americanismo político y poetológico. Este americanismo retoma y refunde en este poema en concreto elementos de la tradición literaria antigua del idilio.42 Dentro del contexto hispanoamericano, este idilio fue cultivado directamente en sus fuentes clásicas por Andrés Bello (1781-1865). Por su parte, Miguel Antonio Caro (1843-1909), Luis María Mora (1869-1936) y, entre otros, el ya citado Rafael Maya (1897-1980) hicieron lo mismo en el ámbito nacional, con particular ahínco en las décadas inmediatamente anteriores a la escritura del poema en cuestión.43
Las once estrofas que componen el poema se estructuran en dos bloques. En el primero (estrofas I-VII), un narrador plural –que habla desde la pertenencia a un nosotros– señala repetida y enfáticamente una tierra en la cual han tenido lugar hechos propios de una vida activa, comunitaria y placentera en el campo. Mientras que la tierra es designada como presente, es decir, constituye el espacio en el cual se sitúa el acto narrativo –lo que Dennerlein denomina “espacio de la narración” (Erzählraum)–, los sucesos que en ella han tenido lugar son referidos de manera retrospectiva. Dichos sucesos son el trabajo, el esparcimiento en paseos y fiestas y el erotismo, y están organizados en la secuencia apenas insinuada del transcurso del día: de las “irradiantes / mañanas” (v. 6) se llega a “las noches” (v. 19).
El segundo bloque (estrofas VIII-XI) mantiene la referencia constante a la tierra, pero con dos significativas variaciones: por un lado, el narrador plural da paso a un narrador singular; por otro, los sucesos relatados entran a formar parte de una secuencia temporal que desborda los márgenes de la vida de la generación actual. Esta secuencia temporal involucra a los antepasados (VIII), la infancia (XI), la adolescencia (X), pasa por el presente de un amor a la tierra –“Ésta es la tierra oscura que ama mi corazón” (v. 48)– y se prolonga hasta el anuncio de la muerte por venir (v. 49). Mientras que en las primeras estrofas aparece el recuerdo de los sucesos que nutren apenas una porción de la vida del colectivo –días o, a lo sumo, años, ajenos por demás a una sucesión cronológica o a la participación en un proceso–, en el segundo bloque es la historia del colectivo en su totalidad temporal la que transcurre situada en el mismo espacio. La continuidad entre uno y otro bloque la da la invariante espacial, la cual, lejos de desempeñar la función del telón de fondo, es objeto explícito de denotación.
Precisamente la unidad de lugar, entendida como “la vinculación de la vida de las generaciones a un determinado lugar” es, según Mijaíl Bajtín, uno de los rasgos comunes a los diferentes tipos de idilio que han aparecido desde la Antigüedad (1991: 376). A esta unidad, que, como tal, exige la sujeción del tiempo a una estructura cíclica, se suman como segundo y tercer rasgo la circunscripción a realidades fundamentales de la vida –“el amor, el nacimiento, la muerte, el matrimonio, el trabajo, la comida y la bebida, las edades”, sin referencia a los acontecimientos cotidianos que dotan de singularidad la existencia histórica– y la combinación de estas realidades con las de la naturaleza mediante la asimilación de los ritmos propios de unas y otras (1991: 377).
Bajtín propone esta caracterización en un estudio sobre el cronotopo idílico en la novela, donde el cronotopo es la conceptualización de “la conexión esencial de relaciones temporales y espaciales asimiladas artísticamente en la literatura” (1991: 237), y la variante idílica es la materialización de dicha conexión en el subgénero del idilio. Aunque el campo de interés de Bajtín es la narrativa, los rasgos mencionados describen también el poema de Aurelio Arturo (poema que, a fin de cuentas, analizo con un enfoque narratológico). Otros rasgos definitorios son la autorreferencialidad del género –perceptible en el relato de las competiciones pastorales de canto– y la motivación crítica respecto de la civilización (cf. Kühnel & Holmes, 2007: 340).
Bajtín identifica las relaciones espacio-temporales en el idilio de acuerdo con su posición respecto de lo que él denomina el tiempo folclórico. El tiempo folclórico es aquel que se corresponde con el “primitivo estadio agrícola de evolución de la sociedad humana” (1991: 357). Es un tiempo colectivo –donde la circunscripción a acontecimientos de la vida en comunidad no da aún cabida al “tiempo interior de la vida individual” (358)–; es un tiempo de labor –que como tal se mide de acuerdo con el trabajo agrícola y sus fases– y de crecimiento productivo –cuyo paso no es destrucción ni disminución, sino multiplicación y florecimiento–; es además un tiempo de máxima orientación hacia el futuro; es un tiempo unitario –dentro del cual la esfera del individuo coincide con la de la historia–; es también un tiempo de dinámica adherente –en cuyo movimiento se integran todos los elementos con igual participación y sin la posterior desintegración entre temas y trasfondos–; es, asimismo, un tiempo “profundamente espacial y concreto” que “no está separado de la tierra y de la naturaleza” y que integra la vida humana a su misma condición terrestre;44 y es, por último –y aquí habla Bajtín de “rasgo decisivo”–, un tiempo cíclico: “El sello del carácter cíclico, y, por lo tanto, el de la repetitividad cíclica, se halla en todos los acontecimientos de ese tiempo. Su tendencia hacia adelante viene frenada por el ciclo” (1991: 361). El tiempo del idilio comparte este rasgo cíclico. El guion que se encuentra en la base de la secuencia narrativa en el poema de Aurelio Arturo es, pues, el del ciclo.
Tiempo cíclico y tiempo histórico
En ambos bloques del poema, en efecto, es posible advertir un tiempo cíclico. Ya la primera estrofa anticipa una estructura circular cuando a la dualidad /felicidad/ y /sufrimiento/ sucede la contrapuesta del /llanto/ y el /dulce sueño/. El ciclo de este primer bloque es, como recién se dijo, el del día y la noche. Los versos que lo cierran retoman ambos momentos, ya en un solo