Graciela Schnitzer

Invenciones de la sexuación


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distinta de ver lo imaginario, es otro paradigma.

      Antes de cerrar, agregaría, si me permiten, que desde este último Lacan hasta hoy han pasado cosas con la dimensión de lo imaginario en este mundo. Así que quizás haya que también repensar eso hoy, que lo imaginario además tiene una presencia enorme, el ojo absoluto, hemos trabajado mucho eso pero lo podemos retomar con alguna otra cuestión.

      DESGRABACIÓN: ILAN BRONSTEIN

      *- Clase del 20 de abril de 2020.

       Las mujeres no están castradas por las mejores razones,

       porque ellas el falo no lo tienen.

       Hay un goce, ya que al goce nos atenemos,

       un goce del cuerpo que está

       si se me permite […] más allá del falo.

      Como ustedes saben, Lacan antes de enunciar las fórmulas la sexuación, pensaba que el sexo se definía por una identificación con el falo: ser o tener el falo. Más tarde, en el Seminario 17, prepara el camino hacia las fórmulas, encarando la cuestión del Edipo femenino a partir de una relectura de Dora. En esa lectura cuestiona al padre idealizado freudiano y ubica la castración, no como un fantasma sino como la operación real del lenguaje sobre el cuerpo.

      A partir del Seminario 19 ya no piensa la sexualidad como la identificación a los ideales de la masculinidad y la feminidad, sino que la sexuación se hace a partir de una elección de goce. Ubicarse del lado masculino o femenino es siempre una decisión del sujeto. En la parte superior de las fórmulas, Lacan ubica cómo se posicionan hombres y mujeres respecto del predicado fálico.

Gráfico

      Las relaciones entre una mujer y un hombre se inscriben en la lógica fálica, ya sea porque ella es tomada como objeto de su deseo o o porque hace que el le dé esos objetos a de los cuales ella se ocupará de manera materal.

      Lacan va a decir que la lógica masculina es que para todo hombre es posible predicar el falo y que existe al menos uno para quien el falo no se puede predicar, y es por extraer algo del conjunto que el conjunto se arma.

      Pero, a diferencia de Freud, para Lacan esto quiere decir que todos están castrados, hombres y mujeres, tomando como punto de partida que nadie lo tiene. Porque, en todo caso, lo que se tiene es un órgano y este órgano no es el falo.

      Pasando al lado femenino lo primero que hace es negar la excepción: si del lado masculino existe al menos uno que se exceptúa, de este lado no existe “al menos uno que no”. Son todas excepcionales. Ninguna tiene nada en común con la otra. No hay universal femenino.

      O sea: no existe ninguna que no sea excepción, son todas excepcionales. La lógica femenina es completamente dispersa, proveniente de un conjunto abierto. Es lo que decimos: una por una. Por eso el hombre se las tiene que arreglar con una.

      Este goce más allá del falo es una respuesta singular a lo femenino y escapa a la lógica binaria.

      Ahora, en la parte de abajo de las fórmulas, del lado masculino Lacan coloca al sujeto tachado ($ tachado) y al falo (Φ).

      Del lado femenino, a La mujer tachada (La tachado), por eso La mujer no existe, sino que ese lugar está vacío. Existe una mujer. Solamente el hombre encuentra a La mujer con mayúscula en la psicosis. De este mismo lado también escribe el objeto a y el Significante del Otro tachado (S (A tachado)). Esta repartición tiene flechas que permiten ver cuáles son los partenaires y los modos de encuentro posibles.

      Alguien que, respecto del predicado fálico se ubica del lado hombre, asegura que la castración vale para todos, salvo para el Uno de la excepción, independientemente de cual sea su sexo biológico, anatómico, imaginario o real. El ejemplo máximo de esta posición es el soltero casado con su falo. A que Lacan atribuya lo que llama el goce del idiota.

      La degradación de la vida erótica sería el trayecto que va desde el $ tachado hasta el objeto a, que está del lado femenino. Es decir que el hombre goza de una parte del cuerpo de la mujer que tiene prevalencia para él.

      Para pensar qué es lo propiamente femenino hay que considerar una posición totalmente desinteresada en el tener, también en el ser porque el ser es para tener. Lacan lo ejemplificaba con Medea, con Madeleine Gide y con La mujer pobre de León Bloy.

      En el caso de Madeleine, Gide amaba a su esposa pero no tenía con ella relaciones sexuales, tenía numerosas relaciones con hombres jóvenes. Un día Madeleine vio que él tenía un nuevo amor, entonces quema sus cartas a las que Gide llamaba “sus hijos”; este es el signo del desencantamiento provocado por la única traición intolerable.

      A Clotilde, que es el personaje de León Bloy en La mujer pobre, le pasa de todo: se queda sin trabajo, se muere el hijo, el marido y ella termina como mendiga. A fuerza de sufrir la eliminación del registro del tener, ella solo existe en la pobreza, ni siquiera esperando la recompensa divina. Es sin nada.

      La conexión de La tachado con S(A tachado) del lado femenino nos conduce a la experiencia mística que tiene como partenaire a Dios, una manera especial del amor, una forma de amor exaltado. Esta forma de obtener goce, goce en el cuerpo a partir de palabras de amor es una característica de la posición femenina. Un goce que no sabe nada del falo y que no está causado por el objeto a, es un goce forcluido de lo simbólico. Es el goce que la femineidad escamotea.

      Podemos pensar la escritura mística como el intento de obtener un testigo de eso que se experimenta a nivel del cuerpo y ese es un pasaje por el Otro.

      Allí existe la idea de un goce Otro, a partir del cual se puede intentar esclarecer el goce femenino. Leyendo a los místicos vemos que se indica un goce en el que la opacidad del cuerpo gozante le dice que no a la función fálica. Este goce excede toda localización y pone fuera de circuito el soporte de la imagen o del significante.

      *- Trabajo publicado en Lecturas on-line