relación sexual, cargando a nuestra cuenta su inexistencia. Entonces, y Eliana lo relata en su texto, la experiencia del goce místico tiene dos rasgos que a mi entender son fundamentales: está enteramente ligada al amor; y es una experiencia de goce vivida en el cuerpo. No cualquier amor, insisto, amor cortés, en el que el lugar de la palabra es fundamental, y en el que no hay encuentro sexual, como tampoco lo hay en la experiencia mística.
No me parece un dato menor el hecho de que las beguinas escriban en lengua vulgar, es decir, en su lengua materna, y eso en virtud de que intentan transmitir algo que han experimentado en su propio cuerpo. Ese, me parece un punto muy importante.
En la clase anterior (15) intenté ubicar lo que se conoce como la feminización del mundo a partir de la lógica del todo y la excepción, y la del no-todo de las que también nos habló María Leonor. Puse el acento en el tema del cuerpo que hoy retorna en el goce místico como más allá del falo; porque hay que recordar que Lacan, un poco después del Seminario 20, en “La tercera”, (16) plantea que el goce fálico está fuera del cuerpo, mientras que aquí estamos planteando la idea de un goce que se manifiesta en el cuerpo. No podemos dejar de evocar el síntoma como acontecimiento de cuerpo; esto nos aporta otro dato para entender la tan mencionada feminización del mundo. No es que el mundo pase a tener acceso al goce femenino, sino que el régimen del goce femenino, –como goce del cuerpo, como goce ilimitado, desregulado, fuera de la norma–, es el que predomina. También es el que predomina al final de la enseñanza de Lacan.
Volvamos a las beguinas. Un franciscano, Lamberto de Ratisbona, escribía sobre ellas hacia 1250:
“He aquí que, en nuestros días
en Bravante y en Baviera
el arte ha nacido entre las mujeres
Señor mío, ¿qué arte es ese
mediante el cual una vieja
comprende mejor que un hombre sabio?”
Y explica que es por “…la simplicidad de su comprensión/ su corazón dulce, su espíritu más débil/ que son más fácilmente iluminados en su interior de modo que en su deseo comprende mejor la sabiduría que emana del cielo que la inspiración directa del Espíritu”. (17)
Tal como lo recordó Eliana, Hadewijch es considerada la creadora de la poesía lírica flamenca. Como buena mística trovadora, su manejo del ritmo y de la rima le permite traducir la intensidad, la emoción, todo el drama de la relación existencial consigo misma y con Dios. El hecho de haber escrito poemas, visiones y cartas nos dice que manejaba géneros literarios diversos, además de que usaba términos cortesanos y que su escritura reflejaba su cultura, su conocimiento de la Biblia, la liturgia y la teología, la prosodia, la retórica y sobre todo su conocimiento de la poesía trovadoresca. ¿Testimonia eso también de un particular goce de la palabra?
Así como trovadores y troveros coinciden con Hadewijch en cantarle a un amor inaccesible, que exige del amante un compromiso sin reservas y orienta su vida moral, hay una diferencia importante entre ambos. Para los trovadores, es menos la dama amada que el mismo canto el que sostiene el amor del poeta; el sentimiento que expresan se agota en el poema mismo, se dice totalmente; mientras que en Hadewijch hay varios niveles en los que se puede interpretar la metáfora. El amor, Minne, es cantado bajo distintos aspectos que hablan de la polivalencia de la palabra, desde el momento en que como amor en flamenco y en alemán es femenino, es presentado como una persona: dama, reina, maestra suprema. O, como en el poema 16 en el que el amor es llamado ley, lazo, carbón, fuego, rocío, fuente viva, infierno. Lo importante es que el canto se apoya en una experiencia previa que sobrepasa el marco del poema mismo, y nos garantiza que es auténtico. Por eso ofrece a las beguinas la posibilidad de transformar el poema en una enseñanza. Si bien toma de la literatura cortesana la expresión del “arte del justo amor” ‒con la que quise darle título a mi presentación de hoy‒, Hadewijch la lleva al extremo.
Pero lo que me gustaría remarcar es el hecho mismo de la escritura. María Leonor ubica esta escritura como “un intento de obtener un testigo de eso que experimentan a nivel del cuerpo”, (18) y que sería un pasaje por el Otro; Eliana nos habla de la mística como un “constante decir”, la poesía como “expresión infinita de alcanzar la unidad con Dios”. (19) Me pregunto por el estatuto mismo de esa escritura. Si se trata de la importancia de la experiencia vivida, y si lo importante es la experiencia vivida desvinculándose de lo dogmático, ¿para qué escribe? ¿Son esas palabras condición de ese amor del que obtiene goce, como lo dice Eliana? ¿O son solo un efecto de la necesidad de transmisión? ¿Hay un goce en ese hablar de amor, un goce otro que el experimentado en la vivencia mística?
Para Lacan “solo hay mujer excluida de la naturaleza de las cosas que es la de las palabras”, “no deja de ser cierto que si la naturaleza de las cosas la excluye”, si la naturaleza de las palabras la excluye, “por eso justamente que la hace no toda, la mujer tiene un goce adicional, suplementario respecto a lo que designa como goce la función fálica”. (20) Eso hace del goce místico algo que se excluye de la naturaleza de las palabras. Si no, volvamos al epígrafe del que partió Eliana: “…aquí soy despojada de todo […] no podrán razonando explicar lo que yo he encontrado en mi misma, sin miedo, sin velo, más allá de las palabras”. (21) La escritura mística da testimonio de un modo de gozar particular, pues ese ser que les hace gozar, le da al cuerpo una certeza, lo habita, se trata de un goce, no del órgano como el goce de los zánganos del falo, sino la resonancia particular en el cuerpo de un goce que, al mismo tiempo que es de pura palabra, también es un goce que se manifiesta en el silencio mismo. De nuevo, entre centro y ausencia.
Lacan vuelve sobre esa expresión en “Lituratierra”; como lo recuerda Bassols en su libro Lo femenino. Entre centro y ausencia. “Entre centro y ausencia, entre saber y goce, hay litoral que vira a lo literal”. (22) Centro que se empareja con saber, ausencia que se empareja con un goce más allá del falo que no se puede inscribir, que escapa a la naturaleza de las palabras. Saber y goce hacen un litoral, borde que justamente marca la letra. Quizás entonces, la escritura de las místicas intenta inscribir ese litoral entre el saber y el goce imposible de representar. El goce femenino, el goce místico se aloja en ese borde, por eso se relaciona con el significante de la falta en el Otro.
Pero también está el silencio: “Su silencio más profundo es su canto más alto”. (23) Al mismo tiempo en que eso goza por la presencia de la palabra, se llega al punto donde ya no se puede decir nada más, ese lugar que es la esencia misma de la palabra. Por ello, el silencio emerge cuando el sujeto se alivia del parásito del lenguaje, como dice Eric Laurent en Los objetos de la pasión. (24)
Quizás la escritura mística sea el momento en el que algo cesa de no escribirse, cuando se llega con las palabras al silencio. Es ir hacia el encuentro del desfallecimiento de la palabra, o como diría una escritora que sabe de estas cosas sin saberlo, encontrarse con “la percepción de la última diferencia: aquella, interna, situada en el centro de los significados”. (25)
*- Trabajo publicado en las Lecturas On-line Enlaces 26, 2020, en línea: https://www.revistaenlaces.com.ar/wp-content/uploads/E26-4-blanca-Sánchez-el-goce-en-el-arte-del-justo-amor.pdf.
1- Cf. Solimano, M. L., “Más allá del falo”.
2- Lacan, J., “La significación del falo”, Escritos 2, Siglo Veintiuno, Bs. As., 1987, p. 674.
3- Lacan, J., El Seminario, Libro 20, Aún, Paidós, Bs. As., 1987, p. 16.
4- Bassols, M., Entre centro y ausencia, Grama, Bs. As., 2017, p. 57.
5-