Graciela Schnitzer

Invenciones de la sexuación


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Woody Allen que es Blue Jasmine, en que el personaje femenino toma una decisión radical y ataca lo más precioso de su marido en el momento en que sabe que él es infiel. A partir de ahí lo denuncia al FBI y todo lo que sigue en la película. Se trata de atacar esta dimensión el semblante y dirigirse hacia el lado de este sin límites que el semblante cubre del lado de los hombres.

      Quisiera retomar algo muy interesante del trabajo de Eliana Amor, en las beguinas, como ella avocaba, era un movimiento inspirado en el amor cortés, pero, en algún punto, un movimiento feminista anticipado porque eran mujeres que no se retiraban al convento, sino que querían tener un pie en el semblante fálico. Eran mujeres que se casaban, mantenían a sus hijos y al mismo tiempo, se consagraban a la mística. No se casaban con la Iglesia como las religiosas, sino que mantenían de alguna manera un pie en el falo y otro en una apertura hacia el Otro goce, encarnado de una manera muy particular en Hadewijch D’Anvers. Ella es muy interesante como mística porque como evocabas muy bien, habla de Dios como amor, el mine o la mine es el amor, pero es el amor femenino, es decir Dios en femenino. Se trata de un Otro, pero es un Otro barrado que, en algunos de sus poemas, está ubicado del lado del caballero feudal, el del amor cortés. En ese sentido, ella se ubica como objeto de ese Otro que está barrado, ciertamente, y que además la ama, es decir, ocupa el mismo efectivamente que el trovador, la preciosa referencia que daba Blanca.

      Sobre la experiencia mística en algún lado ella menciona que se trata de algo así como dejarse caer en el abismo que representa Dios, pero que representa a Dios como un Otro que abre a la ausencia del sujeto, la ausencia del sujeto y la apertura a lo ilimitado donde hay algo de lo contiguo de su goce que se extiende al otro feminizándolo.

      De manera inversa, San Juan de la Cruz, cuando se va acercando a lo alto del Monte Carmel, cuando va ascendiendo se feminiza, y habla de sí mismo en femenino. En Hadewijch D’Anvers me parece que esta inversión se opera del lado de feminizar al Otro, de feminizar a Dios, y de extender ese goce que siente en el cuerpo en una continuidad al otro y disolver el centro subjetivo, el yo del sujeto, abriéndose a esa experiencia de goce feminizando al Otro.

      Mine es Dios amor que, por supuesto, no es el Dios amor cristiano de la teología, es el Dios amor que la mística viene a hacer hablar, mientras que el Dios de la teología calla en esta experiencia de goce.

      Se introduce en un momento importante de la historia que es cuando la Iglesia instituye el casamiento ‒esto lo hemos trabajado mucho hace algunos años en el Ateneo sobre los semblantes del matrimonio. Con la experiencia del amor cortés se intentaba reintroducir el amor pasión allí donde la Iglesia lo había excluido. Lo interesante del análisis que hace Denis de Rougemont ‒en El amor y el occidente‒ es que demuestra que la forma del amor pasión comienza con la experiencia del amor cortés, para reintroducir esa dimensión pasional en el amor que la Iglesia había ubicado completamente del lado de Dios.

      Me parece muy interesante lo que evocabas respecto del amor cortés, porque Lacan va a referirse al amor cortés en distintos momentos de su enseñanza y lo retoma, por ejemplo, en “Los Nombres del Padre”, “Los no incautos yerran”, cuando habla del amor cortés como permitiendo hacer lazo entre el goce y el saber. Aquí retomo lo que Blanca planteaba, la relación de la experiencia mística con el amor cortés. Mientras que el amor cortes permite hacer lazo entre una experiencia de goce suspendida artificialmente, de la cual el caballero se priva buscando hacer existir la inexistencia de la relación sexual, del lado de la experiencia mística se trata de un goce sentido en el cuerpo del cual el sujeto va a escribir.

      Voy a plantear una hipótesis ‒no sé si Blanca estará de acuerdo‒ a la pregunta, muy pertinente, que hacía y que permite hacer un puente con los testimonios de los AE: ¿que lleva a querer dar testimonio del goce, a querer escribir? Porque es cierto, como Blanca planteaba, que lo particular en la experiencia mística es la escritura, es decir, lo que se siente en el cuerpo y ese segundo momento que es la escritura y la transmisión. Me parece que ahí hay algo que nos permite entender por qué los analistas de la escuela hablan de lo que ha sido su manera de arreglárselas con el goce allí donde ni se privan, ni lo sienten en el cuerpo como las místicas. Pero como seres hablantes que son tuvieron que vérselas con eso, y se la siguen viendo, además, porque efectivamente esa relación no termina con el pase, el pase es una escansión, un momento en el cual hacen transmisión articulando un saber donde hay un goce particular de cada uno de ellos.

      Pienso que esa referencia del amor cortés tardía en Lacan haciendo lazo entre saber y el goce nos permite avanzar quizás un principio de respuesta a lo que Blanca preguntaba acerca de por qué escriben. Esa escritura como goce es una experiencia real a nivel de la escritura, una segunda experiencia real porque no solamente se trata de hacer una transmisión por la palabra, sino que pasa por el escrito ‒y ahí me parece que el concepto de letra y la referencia de “Lituratierra” son fundamentales‒ en donde la letra busca hacer borde entre el saber y el goce. Esto nos permite pensar no solamente la escritura de los místicos, sino también la cuestión del amor, no el amor imaginario, narcisista ni el amor en su dimensión simbólica, como un intercambio de falos que es la lógica fálica, sino como un amor que permite como letra bordear un goce que escapa al saber y que hace litoral, borde. Podemos remitirnos sobre este tema a otro momento de nuestra historia, a otro seminario que Mónica había hecho con algunos de nosotros sobre los nudos del amor. Lacan introducen esta experiencia en “Los no incautos yerran”, referencia interesante pensar al dios amor que evoca Hadewijch D’Anvers y que, además, efectivamente es un feminismo avant la lettre.

      Me parece muy interesante, también, la pregunta que hacía Blanca de cómo pensar que ese movimiento feminista ‒porque las beguinas vivían entre mujeres‒ en comparación con la feminización del mundo. Hay un punto fundamental y es que la feminización del mundo es un fenómeno que acontece con parámetros que cambiaron desde la Edad Media, porque hay como ocho siglos entre el movimiento de las beguinas y el actual. Vivimos en una época en que el Otro no existe, mientras que la experiencia mística se podría localizar respecto de un Otro muy particular ‒definido muy bien esta noche‒, un Otro divino, una experiencia de goce y, por qué no, de deseo. Si consideramos la denuncia de los movimientos feministas de los años 70, por ejemplo, o las primeras feministas de la época de Freud, o incluso el falocentrismo lacaniano ‒con las feministas que estaban en la Escuela de París, como el caso de Lucy Irigaray‒ vemos que apuntaban al falo, a denunciar el falocentrismo. Mientras que el feminismo actual, sobre todo los movimientos de la cuarta generación, buscan, por un lado, articular un discurso allí donde ya no hay Otro y, por otro atacar lo que podría quedar del semblante y de lo simbólico vinculado al patriarcado.

      Denuncian, por ejemplo con Mee Too, la posición del hombre que representa algo de la violencia, que ciertamente existe, pero no todos son violadores, no todo el goce fálico es un goce peligroso. Ese feminismo de la época de la feminización del mundo, a diferencia de los otros, ataca al semblante fálico. Este feminismo actual, que los sociólogos llaman la cuarta ola, busca, más bien, correr completamente el falo, como si no existiese y toma como figura paradigmática al sujeto transexual, es decir, a aquel que no se inscribe voluntariamente en ningún semblante, buscando más bien denunciarlos.

      Mónica Torres: En efecto, para esta posición no se puede decir más hombres y mujeres, un ángulo posible a tomar sería juntar los no binarios.

      Fabián Fajnwaks: Creo que hay que mostrar que el binarismo que nos achacan ‒al suponernos a los lacanianos guardianes del binarismo a nivel de la diferencia sexual‒ es algo que ya no es posible con el Lacan de la última enseñanza. La diferencia sexual queda borrada detrás del anudamiento singular, sintomático que el sujeto hace respecto al goce, el Lacan del sinthome ya no es el del Seminario 20. Es un Lacan que con el sinthome permite responder a Paul Preciado, para dar un ejemplo más extremo de quien denuncia con la mayor vehemencia el binarismo fálico.

      María Leonor Solimano: Agradecemos a todos, la verdad es que se han abierto muchísimos temas que seguiremos trabajando durante todo el año.