“el goce idiota” o “del idiota”. Pero también aun en novedosos y cuestionadores colectivos de goce sexual uno puede reencontrar aquel rechazo de la otredad, de lo hetero, de lo diferente, de lo femenino –o del lado femenino de Aún.
No me queda para nada claro que a nivel social los enfoques actuales sean hacia el “no todo”, pero sí que ya tanto Freud como Lacan plantearon frente al misterio insondable de la diferencia sexual lo que llamaban una “desautorización de la feminidad” o el franco “rechazo de lo femenino”. (2) Rechazo que Miquel Bassols –en el libro mencionado y en la conferencia que dio en unas jornadas de la EOL– definió y para todos, tanto hombres como mujeres, el rechazo de ser tortuga para sí mismo. Como recordarán lo hace retomando el primer capítulo de El Seminario 20, Aún, lo que ya anticipó Blanca la vez pasada (3) con la hipótesis de la compacidad del goce y su planteo de la paradoja de Aquiles y la tortuga –todas cuestiones que hemos tomado también en aquellas tempranas y jóvenes épocas. Bassols arriesgaba incluso a situar “… la tortuga que habita en cada uno de nosotros, en cada sujeto de la experiencia analítica […] se sepa o no tortuga para sí mismo, (pues) uno siempre lo es cuando se trata de lo real del goce, más allá o más acá del goce ordenado por el significante del falo”. (4) En todo caso seguramente constatamos, para ellos, me parece, los llamados ‘varones’, en la sociedad del empuje al goce, una mayor vivencia de… ¿cómo llamarlo?, yo diría al menos de impotencia, lo cual en algunos casos puede conducirlos a lo peor.
Bien, a este par sobre el que seguimos sin saber, el de “hombres y mujeres”, es interesante constatar que Lacan los definía en aquella época como “valores”, como semblantes que incluso adjetiva de “establecidos” en tanto inscripción significante de la relación a un tipo de goce. Pero no solo habría un modo Otro o no-todo de situarse en el asunto, que les permite, en general a ellas, otro modo no tan ligado al significante y por lo tanto tampoco a la castración, por lo cual no se las atrapa ni en un genérico ni en un género, sino que justamente lo real del sexo o del goce sexual y la relación con el propio cuerpo –que goza o se goza– introducen para todos, para hombres y mujeres, un embrollo con el que Lacan también con su lógica tropieza.
De todos modos, entiendo que además de decir que son valores y sobre los cuales –más allá del uno por uno y sobre todo del otro lado– no podemos decir mucho, Lacan avanza un poquito más cuando piensa que una relación complementaria entre los sexos –y los definamos y entendamos como quisiéramos– no puede escribirse, puesto que es imposible. Y esto porque se afirma que ex-siste un no-todo, porque no sólo obstaculiza tanto o más que el falo la posibilidad de relación sino que “torna imposible el acceso a ella”. (5) Lo cual a la vez abre la chance a la contingencia. Pero además es por ese existir fuera de dicho imposible –que no hay todo de las mujeres– que “existen hombres y mujeres”. Pero agrega y anticipa que “… hay en el ser hablante, en torno a esta relación en tanto (que) basada en el goce, un abanico con un despliegue absolutamente admirable”. (6) Y algo de esto añade en la misma dirección, en Hablo a las paredes: “El psicoanálisis da su paso decisivo porque puede articular el abanico de los goces sexuales […] demuestra justamente que el goce que podría llamarse sexual, que no sería semblante de lo sexual, se manifiesta con la marca […] de lo que solo se enuncia, de lo que solo se anuncia, con la marca de la castración”. (7)
En lugar y sustitución de lo que no cesa de no escribirse, de lo imposible de escribir, en el centro del inconsciente en tanto agujero, dice Lacan, “están los impasses engendrados por la función del goce sexual”. (8) Como tomé en la primera clase, desde lo que conocíamos como “El saber del psicoanalista”, agrega: “nada indica especialmente que sea hacia el partenaire del otro sexo hacia donde deba dirigirse el goce”. (9) Como la cuestión se sitúa al nivel del goce, es decir la relación del ser hablante con su propio cuerpo, si bien la interpretación apunta a que se puedan recortar ciertas ‘proposiciones’ respecto de ese goce y si bien Lacan proponía el discurso analítico como el único que puede situar ese real inabordable, el analista debe saber que mediante la palabra “… se hace algo con eso, pero no se puede decir casi nada”. (10)
Por momentos nos llama la atención que no haya podido imaginarlo casi todo. En el apartado “De uno y otro sexo”, sigo en El Seminario 19 –ni siquiera llegando al tercer y último apartado que se titula “El uno: que no accede al dos” pero ya con un espíritu que es una introducción a la época que continuará–, si bien Lacan plantea que ese ‘valor’ –o semblante– de partenaire diferente que designó como ‘el hombre’ y ‘la mujer’, “es inabordable por el lenguaje”, porque el lenguaje viene allí a suplir –o taponar– el goce sexual. Intentando poner orden a la intrusión de goce en el cuerpo, funcionan aún o justamente, dichos valores, como “principios de funcionamiento del género”. Siendo para todos ‘él’ o ‘ella’ y agregando aun incluir la posibilidad del hermafrodita, dice: “No se lo llamará eso en ningún caso” –en bastardillas resalta el ‘eso’ Miller– “No se lo pondrá en neutro”. (11)
Bueno, parece que hay algunas novedades de nuestra época que no se pudo imaginar. Ahora bien, del lado llamado femenino –ya se introdujo bastante la cuestión en el encuentro pasado–, y del que con Lacan nos retoma Bassols explicando por qué no puede reducirse a un género, me interesa situar un solo punto que me parece importante repensar y aggiornar a nuestra contemporaneidad. Pienso que será clave cómo le propongamos, en principio a un nivel social, o cómo se difunde o cómo llega el psicoanálisis respecto del empuje al goce –la deriva o el enorme sufrimiento por no alcanzarlo, por la falta en gozar–, cómo le propondremos la no relación sexual. Pero también porque aún los mejores teóricos de los discursos de género, como por ejemplo Rita Segato –como vengo situando–, se encuentran con el escollo que podríamos llamar tortuguero dentro de los movimientos de mujeres. Y este punto que quiero situar está sobre todo trabajado en El Seminario 20. Ellas son únicas, siempre, por su estar, cuando están allí, entre centro y ausencia. Es en eso (también o especialmente) que son excepcionales. Pero lo que definiría el campo de lo femenino es justamente la inexistencia de una excepción. No hay ninguna que no esté de algún modo, aunque sea de un modo no-todo, relacionada con el goce fálico, y en ocasiones no hay ninguna que esté allí –nunca del todo verdadera mujer o La mujer– que no esté no toda relacionada con la vía infinita del goce. Entre centro y ausencia. Pero esta ausencia de excepción no sólo entra en tensión con su unicidad, la del una por una, problema que las mujeres conocen y mucho mejor creo que los varones o que lo que yo podría transmitirles, sino que es lo que impide formular el “todas” mujeres o cualquier proposición que se refiera a “todas las mujeres …” tal cosa, lo que sea.
Hace poco vi la serie Mrs. América, que me pareció muy interesante para nuestros temas. (12) Se sitúa en los comienzos de los años 70 en todo Estados Unidos. Es la época de Nixon, de Vietnam, de los Panteras Negras frente a los retornos del racismo, de la revolución sexual y a la vez del rechazo que produce –incluso en algunas mujeres–, todo eso está pasando a la vez en ese momento en Estados Unidos y hay unos movimientos enormes de género, especialmente feministas con reivindicaciones muy de avanzada. Se imaginan la posición de los republicanos más acérrimos e incluso de sus esposas que armaban grupos de amas de casa conservadoras que se oponían a la igualdad entre el hombre y la mujer respecto de cualquier espacio social o laboral y a esas reivindicaciones que llegaban a la legalización del aborto –y que aún hoy en varios lugares del mundo aún no existe. Estas feministas eran muy de avanzada y lograron muchísimas cosas, recibiendo oposición y rechazos misóginos, homofóbicos, antiabortos, antilesbianas o directamente racistas. Y la serie no tiene ningún prurito en presentar una serie de divisiones al interior de ambos bandos, las feministas revolucionarias o más radicales y otras más conservadoras, las negras y las blancas, las heterosexuales y las lesbianas, las que no llegan hasta aceptar el aborto o las que posicionan diferencias de clase, así como entre las conservadoras que tienen un matrimonio muy machista que las aplasta y ven con ojos de deseo el clima libertario que observan fascinadas en algunas feministas que conocen, o que hay algunas reivindicaciones que se