Carlos Lazcano Sahagún

Kino en California


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y correspondiendo a la gran cristiandad y celo, heredado de su real casa, lo mandó aviar y avió con efecto abundantemente de todo lo necesario para sus navíos y gente y además de ropa, abalorios y dijes y cosas que en indios son poderosos atractivos para ganarlos para Dios y para el Rey.

      Navegaron con vientos noruestes, que son casi por la proa, punteando continuamente y dando bordos 20 días, hasta que, a los 9 de febrero, llegaron al puerto de Mazatlán y de él en 39 días, que fue a 18 de marzo, se pusieron en el puerto que hace el río Sinaloa, donde habiendo tomado refresco, continuaron su viaje prolongando la costa de Sinaloa por 6 días, hasta montar las islas de San Ignacio y ponerse a barlovento de ellas, por hacer desde allí más largo o, por decirlo propiamente, menos corto el viento, y cortar más fácilmente las grandes corrientes que de aquel ismo o brazo de mar vienen impetuosas al mar Pacífico.

      Desde este paraje, a los 25 de marzo, día en que dio el Verbo Divino principio a nuestra redención, lo dieron, a lo que esperamos de su infinita misericordia, a abrir el camino a la de innumerables gentiles que habitan en ella en las sombras de la muerte, atravesando los dos navíos, Capitana y Almiranta (porque la Balandra en el viaje de Chacala con un temporal arribó a Mazatlán con falta de lancha y por esa causa no pudo seguir a los 2 navíos), a buscar la costa de la California, navegando casi de oriente a poniente; y, en una noche, dieron vista al a isla de Cerralvo y a la tierra de California.

      Y notaron que, desde la medianía de este brazo de mar, se divisan a un tiempo, al este, los cerros de San Ignacio, que están en la tierra de Sinaloa, y juntamente los cerros de la California, con que infieren que por aquella parte no tiene este mar de California de latitud más de 35 leguas.

      Puestos ya casi en la costa de aquella isla para granjear una legua y montar la isla de Cerralvo, por la fuerza de las corrientes y oposición del norueste, se gastaron tres días.

      De allí prolongando la tierra hacia el norueste, navegaron 8 leguas avante y, aunque con dificultad, dieron en la boca del puerto tan celebrado en los mapas y derroteros de Nuestra Señora de La Paz. Todos los mapas impresos le ponen en casi 24 grados; algunas cartas más en altura de 27, otras de 26, y otras de 25 grados. Con las cartas impresas de Jansonio concuerda el derrotero del capitán Francisco de Lucenilla, que lo pone en 24 grados y 10 minutos.

      El padre Eusebio Francisco Kino, insigne cosmógrafo, dice que la boca del puerto está en 25 grados menos 15 minutos, con que fomenta la duda que en su carta excita el Almirante don Isidro de Atondo de si están en la realidad en el puerto de La Paz o en otro. El cual, además de esta razón de la diversidad de altura, funda su duda en que los indios que han hallado en la tierra firme, no entienden ni una palabra de las que los padres de la Compañía de Jesús llevan escritas en sus vocabularios de las lenguas que hablan los indios del puerto de La Paz, observadas de algunos otros religiosos de la misma Compañía que en otras expediciones entraron a ellos.

      También se funda en que todas las relaciones de otros capitanes dicen comúnmente que los indios de este puerto salen luego con las canoas y balsas a los navíos con grandes muestras de amistad, y en esta ocasión ni salieron canoas ni balsas, ni hallaron en tierra por algunos días gente.

      Pretende dar salida a esta duda con que, quizás, los indios que llaman guaycuros que, según las relaciones antiguas, tenían guerra con los de La Paz, se han apoderado de la tierra y del puerto y echado de él o muerto a los pacenses; porque las señales de estar el Cabo de San Lucas a sotovento y la punta de la Porfía de la isla Cerralvo hacen probable que sea este el puerto de La Paz antiguo. Sea o no el antiguo, éste se llamará nuevamente puerto de La Paz, como le nombra el Almirante y el padre Eusebio Kino en sus cartas.

      En 31 de marzo, entraron en él, habiendo acabado aquel día una devota novena al glorioso San José. La bahía es muy grande y, según el cotejo del padre Eusebio, muy parecida a la de Cádiz.

      A primero de abril, día siguiente, entraron 5 o 6 leguas más adentro; dieron fondo y en dos lanchas saltaron en tierra algunos, entre ellos el Almirante, los capitanes y pilotos de ambos navíos. Hallaron en ella un muy grande palmar de más de media legua y un ojo de agua muy buena y de buen gusto, y toda la tierra, a poco que en ella se cabe, de agua potable y buena. No hallaron persona viviente de los californios, aunque sí señas y pisadas de ellos; y, con estas noticias se volvieron a dormir a bordo.

       3

      El día siguiente, 2 de abril, día de San Francisco de Paula, saltaron todos en tierra. Fabricaron luego una cruz muy grande y la colocaron en un alto, como tomando posesión con enarbolar ahí el estandarte de la fe, de toda aquella tierra en nombre del Rey del Cielo y de las Españas.

      Y para ver si había indios escondidos en la espesura del monte, dejaron algunas cosillas de comer, como maíz, bizcocho y cuentas y se volvieron, habiendo reconocido algo de la tierra, a los navíos.

      A 3 de abril volvieron a saltar en tierra y hallaron intactas las cosas que habían dejado en el mismo lugar; con que quedaron todavía inciertos de si habitaba gente por allí cerca o no. Subieron a un cerrito los dos padres de la Compañía, el Almirante y uno de los capitanes con algunos otros soldados, y no descubrieron hombres vivientes, ni casa, ni otra cosa más que arboledas y en medio una laguna, al parecer no pequeña. Volviéronse a los navíos.

      Y el domingo por la mañana, dichas en la Capitana y en la Almiranta las misas, entraron más adentro la bahía, con lanchas por un brazo o estero que corre más de 3 leguas. Y la tierra en que remata está, según escribe el padre Eusebio kino, en 24 grados 10 minutos; con que parece que se puede concordar la variedad de los grados que dan a este puerto los diferentes derroteros.

      En la tierra no hallaron ni descubrieron indio ninguno, desconsuelo no poco para los que llevan por blanco de esta empresa la conversión de las almas más que la pesca de las perlas.

      A la tarde de este día echaron un chinchorro y cogieron una gran pesca de pargos, róbalos, corvinas, pámpanos, lenguados de disforme tamaño, lisas, y mojarras y otros pescados que llaman sapos, que son venenosos, de que ya iban noticiosos; con que proveyeron para casi 3 días la gente de los navíos.

      Y el lunes volvieron ir a tierra; y cerca del palmar y del ojo de agua donde pusieron la Santa Cruz, empezaron a fabricar una pequeña iglesia y un fuertecito o media luna que nombraron Nuestra Señora de Guadalupe, por la santa imagen que llevaban de esta milagrosa santa por conquistadora de toda aquella tierra.

      Y fue providencia del Almirante y demás capitanes por haber reconocido desde un alto humaredas, y presumieron podían ser señas que hacían para convocarse de guerra. Y aunque éstas los consolaron por haber certificado con ellas que moraba gente en aquella tierra, al mismo paso, los pusieron en cuidado, y se fortificaron con troncos de palmas que cortaron, poniendo entre ellos en lugar de fagina, la fardería que llevaban para su provisión y las cajas de la gente, de modo que, si llegara el caso, pudiesen jugar las armas de fuego sin daño de las flechas y dardos que usan los indios. En la surtida de la media luna que mira hacia la iglesia, pusieron una pieza de bronce y, a los dos remates, 2 pedreros de alcance; con que aquella noche quedaron asegurados.

      El martes por la mañana, al tiempo que los soldados andaban desmontando un altillo y cortando madera para afaginar las fortificaciones, oyeron de repente gritos y alaridos de indios que venían encaminados al paraje donde los españoles estaban. Tocaron el arma en el real; acudieron todos al fuerte; cuando se pusieron a buen trecho hasta 35 indios de gentil disposición y bien armados de arco y flecha y dardos, y puestos en forma de media luna, con señas y visajes les decían que se fuesen de sus tierras. El Almirante y los capitanes, también por señas, les dieron a entender que no venían de guerra sino de paz, y a tener amistad con ellos; y les dieron a entender que dejasen las armas y las pusiesen en el suelo, que lo mismo harían ellos; pero no quisieron hacerlo.

      Entonces, los 2 religiosos de la Compañía, el padre Matías Goñi y el padre Eusebio Francisco Kino se fueron intrépidamente a ellos y les ofrecieron maíz, bizcochos y coscates (que son cuentas de abalorios), y otras cosillas que su pobreza estima en mucho. Y al principio no querían recibirlas de sus manos, sino que hicieron señas que las pusiesen en el suelo, y las tomarían. Así lo hicieron los padres y, habiendo probado el bizcocho y comido el maíz crudo,