Carlos Lazcano Sahagún

Kino en California


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lo que les daban, en especial de comer, con más estimación el maíz, el pescado y el agua de que, al parecer, venían necesitados. Y pasando las manos sobre el vientre y estómago, refregándose muy aprisa, significaban la necesidad de comer que traían, no porque les faltase que comer (porque traían consigo pedazos de mezcal tatemado o asado, del cual aún acá en la Nueva España usan por regalo, y carne de venado con que regalaron a los españoles y retornaron su agasajo), sino porque, a lo que parece, aquel día habían caminado mucho trecho, y tenían aquella provisión reservada para la vuelta, o para comerla en el aguaje que tenían cogido los españoles.

      El Almirante don Isidro advierte en su carta que observó que cualquiera de las cosas que les daban, aunque comían algo de ellas, las retiraban al monte y volvían, haciendo demostraciones de que les dieran más. Puede ser que tuviesen sus mujeres e hijos emboscados, y las llevasen para partir con ellos.

      Fuéronse aquel día casi al anochecer y aunque los nuestros quedaron contentos, no sin recelo y cuidado (que ninguno es sobrado a vista de enemigos o gente no experimentada); y así prosiguieron el resto del día y todo el miércoles, 7 de abril, en cortar palmas y árboles muy grandes para fabricar la media luna.

       4

      Jueves, 8, se cogió una grandísima redada de peces. Y por no haber vuelto aquel día los indios, sospecharon algunos en ellos mal ánimo y que quizás se iban convocando para venir con mayor número a oprimir a los nuestros. Pero salieron de cuidado el viernes, viniendo 80 de ellos y los más, diferentes de los primeros, todos de paz y con muestras de muchísima amistad y llaneza. Mostráronles aquel día una imagen de Cristo crucificado y la de Nuestra Señora de Guadalupe que llevaban como patrona de la empresa, y daban a entender por la extrañeza que hacían al verlas, que ni tenían noticia, ni habían visto cosa semejante.

      Volviéronse a la tarde a dormir al monte. Y el día siguiente volvieron y con más familiaridad y llaneza, andando entre los españoles con desahogo y demasiada libertad, hurtando algunas cosillas con notable sutileza. Y viendo el Almirante sus acciones tan libres, juzgó ponerles algún miedo con una experiencia que hizo. Puso una adarga que llaman chimale, y son de cuero crudo, arrimada a una osamenta grande de ballena que allí hallaron, y por señas les dijeron le tirasen con sus flechas. Tomaron sus arcos los más briosos y alentados de ellos y, disparando las flechas a la adarga, apenas herían el pelo de ella, y algunas flechas se quebraron con la violencia; de que ellos quedaban admirados por ser tan penetrantes y agudas que suelen pasar con ellas cualquier animal de parte a parte. Hízoles seña el Almirante si querían ver la fuerza de nuestras armas (porque ellos al parecer entendían que el arcabuz era nuestro arco, la baqueta la flecha y el sacatrapos lo que servía de pedernal), y porque viesen cuan poderosa arma era el arcabuz, dio orden el alférez Martín de Verástegui tirase con bala rasa un arcabuzazo al chimale. Él, para darles a entender que alcanzaba más que sus arcos, se retiró 6 pasos desde donde ellos tiraron y, disparando, no solo atravesó de parte a parte el chimale, sino también el hueso de la ballena a que estaba arrimado. Vinieron medio atónitos los bárbaros a ver el tiro y, admirados pidieron una bala para ponerla en la punta de un dardo. Poníanla y daban un soplo; y, al punto, se les caía a los pies, pensando que el tronido del arcabuz era soplo que daba, y que podían ellos hacer otro tanto. Con este suceso, quedaron algo amedrentados y reprimida su libertad; ya no se atrevían a tomar cosa ninguna sin licencia y, si la tomaban, en mandándosela volver, la volvían.

      Preguntáronles por señas si había algún río en aquellas tierras. Uno de ellos, hecho ya capaz de la pregunta, se explicó así: tomó un dardo y apuntando al poniente fijamente, empezó a andar al trote que usan los indios y, dando vuelta vez y media por el real, volvió a apuntar al sol; con que significó que, a vuelta y media del sol, por espacio de su curso, había río; con que entendieron que día y medio de camino de allí le hallarían.

      Tomaron una poca de sal en la mano y comiéndola y dándosela a probar, les preguntaron por señas donde la había o si la tenían. Probáronla y dieron a entender no la conocían. Con esto, torciendo el rostro y poniendo la mano en la mejilla, y cerrando los ojos, se despidieron, significando así que se iban a dormir.

       5

      Los padres de la Compañía, dice el Almirante en su carta, deseosos de entender la lengua de los californios, andan con el tintero en la mano, en viniendo indios, oyendo sus palabras, asentando sus vocablos y notando sus pronunciaciones, para ir aprendiendo su idioma. Y el padre Eusebio Kino dice la van ya entendiendo, que es muy clara y que tiene todas las letras del abecedario, y que los naturales pronuncian muy claramente la nuestra, y que son muy dóciles y afables y festivos y que sus muchachos juegan y se entretienen con los nuestros con tanta amistad y llaneza, como si se hubiesen criado entre ellos.

      Y de estos principios se espera que los religiosos de la Compañía de Jesús han de sembrar, propagar y cultivar entre estas naciones la santa fe, como lo han hecho y hacen con tanto fruto en todo el mundo, en particular en las provincias de Sinaloa, Sonora, Sierra de Topia, Tepehuanes, Tarahumares y otras gentes de aqueste reino, para gloria del nombre cristiano y aumento del imperio católico.

       6

      Casi todos los días iban viniendo nuevos gentiles, en particular el Jueves Santo, 15, en que todos los españoles cumplieron con la Iglesia, en la que de ramos y árboles habían fabricado, con singular devoción. Después de las comuniones llegaron 40 indios; muchos de ellos diversos de los que hasta allí habían venido.

      El Viernes Santo, volvieron todos, con su carga de leña al hombro, en que muestran su buen natural y que son inclinados a obsequiar a los nuestros. Pues el haber visto que el día antecedente les mandaron los cabos que la trajesen y que les agradecieron con algunas cosillas la que acarrearon, les motivó a traerla sin que la pidieran, porque veían que hacían con ello gusto.

      Todos ellos, en especial los muchachos, repiten con muy buena y distinta pronunciación, las oraciones, y se persignan con los padres, que los juntan y rezan con ellos, aunque no entienden lo que rezan; pero, como en las palabras de las oraciones está Dios, solo de proferirlas materialmente, como el apóstol de la India san Francisco Javier tenía observado, hacen operación en las almas, ablandan y enternecen el corazón; son como el fuego que, si se toca con las manos, aún sin verlo ni saberlo, calienta y enciende.

       7

      Aquí refiere el padre Eusebio Francisco, para prueba de su docilidad y amigable llaneza con que ya andaban entre los nuestros, que un buen viejo de ellos se puso a contarles en su lengua, acompañada de señas, que daban bien a entender lo que decía, cómo él tenía 5 hijos y que 1 chiquito se le había, pocos días antes, muerto; y para explicar que lo había enterrado, hizo un hoyo en la tierra, y cogió un palito que representaba a su niño, y lo enterró. Con que se consoló de haber dado a entender su pena, y los padres se consolaron más de ver la familiaridad con que conversaban con ellos, porque, a este modo, contaban y decían otras cosas suyas que fuera largo referirlas.

      A lo que parece, sus casas o rancherías están la tierra adentro, algunas leguas; porque el Almirante mandó algunos soldados con su cabo entrasen lo que pudiesen cómodamente la tierra adentro; y desde un cerro alto, a 3 leguas, poco más o menos, descubrieron lejos de allí humaredas; aunque no divisaron casas ni pueblos, vieron hermosas llanadas y una laguna en medio de una.

      El temple es bueno y apacible. Hay muy espesas y crecidos montes; en ellos mucha caza de aves, venados y conejos; y con el tiempo descubrirán otros animales en sus espesuras y bosques.

       8

      La tierra y benignidad del cielo parece a propósito para todo género de semillas. Y ya, según escriben, habían sembrado maíz, melones y sandías y otras de las semillas que consigo llevaban; y se persuaden de las hermosas vegas y grama que en ellas hay, se criarán bien ovejas, vacas, marranos, caballos, etc. Y todo esto ha enviado el Almirante a traer en la Capitana que llegó ya al puerto de Yaqui de las doctrinas de la Compañía de Jesús, y los de ella escriben que los dichos padres los han aviado con grande abundancia de todo cuanto han pedido, como lo sabe hacer esta religión en las ocasiones que se ofrecen del servicio de Dios y del rey y que conducen al bien