Carlos Lazcano Sahagún

Kino en California


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soldados que, por diversión y curiosidad, se fueron paseando buen trecho del real por la playa, hallaron en unas cuevas muchos huesos humanos, y se colige que usan tener en ellas sus entierros, y un pedazo de rezón, que sería de los bajeles que, por los años de 33 o 34, se perdieron cerca de este puerto, en la tercera entrada que hizo a la California el capitán Ortega.

      Encontraron algunas piedras minerales de que se infiere que hay metales en esta isla, muchas y grandes conchas de nácar, que son las madres de las perlas de que es cierto abunda este grande seno; pero hasta ahora no los han visto; ni otros indios, como encarecen las relaciones antiguas, de los que vieron las tienen. Puede ser que la gente que habita en las isletas que hay en la mitad de este estero, subiendo al norueste, y son innumerables, las tengan; porque, como pescadores y que pescan los ostiones para sustentarse de ellos, las recojan y guarden.

      También hallaron una osamenta de ballena tan grande que una quijada tenía 5 varas de largo.

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      El Almirante don Isidro de Atondo está persuadido, como tan cristiano, que la intención principal de nuestro católico rey, que le ha movido gastar en esta expedición tanta suma, son las perlas preciosas de las almas, en cuya busca vino a la tierra el mercader divino; y créese, como lo escribe, que éstas se han de buscar primero para hallar las otras que, de ordinario, las da el Señor por añadidura.

      Están aguardando los caballos que ha de llevar la Capitana de Yaqui para entrar la tierra adentro, y pasar hasta la contracosta al puerto y bahía de Santa María Magdalena; que, según buena cosmografía, dista de éste de La Paz 20 leguas.

      Toda la gran isla de la California, según los mapas modernos, tiene de largo, desde el Cabo de San Lucas hasta el Mendocino, que están opuestos de norueste a sueste, 1700 leguas; por lo más ancho, desde el puerto de Francisco Drake junto al Cabo Mendocino, al leste, algo al nordeste, 500.

      Hay una grande cordillera de sierras nevadas todo el año que se ven por el Mar del Sur. Y en tierra tan dilatada que es mayor que lo que está descubierto en toda la Nueva España ¿qué de naciones no habrá? ¿Qué fruto no se podrá esperar de la misericordia de Dios en ellas y de la celosa industria de los apostólicos hijos de la Compañía? Tres solos van en esta primera entrada que son el padre Matías Goñi, antiguo misionero de Sinaloa; el padre Eusebio Francisco KIno, insigne cosmógrafo y matemático. Estos dos ya están en el puerto de La Paz. El padre Antonio Suárez había de ir en la Balandra que arribó a Mazatlán desviada; no se sabe haya pasado aún. Tres espirituales Colones de este descubrimiento que van a allanar la entrada a muchos que con el celo mismo desean y piden la empresa.

      Dios Nuestro Señor le dé a nuestro católico Carlos, en estos calamitosos tiempos, por los reinos que, a tanta costa de su hacienda, desea agregarle a Cristo y a su Iglesia, la felicidad espiritual y temporal que su ánimo católico merece para la gloria de Dios y aumento de su católica monarquía.

      O.S.C.S.M.E.

      Con licencia.

      En México por la Viuda de Bernardo Calderón. En la Calle de San Agustín.

      96- Burrus [13]: 233-272.

      Documento 7

       Abril 20 de 1683

      Pax Christi Iesu

      Mi amantísimo padre Francisco de Castro.

      Desde que, a 18 de marzo, salimos de la barra del río de Sinaloa, por falta de vientos favorables, quedamos cinco días en la cercanía de los cerros e islas de San Ignacio; pero a 25 del dicho mes de marzo, día de la Anunciación de Nuestra Señora, quiso su divina Majestad que llegáramos a dar vista a la California, sin perder de vista la tierra de Sinaloa y los dichos cerros de San Ignacio; pues de travesía no hay más de 35 leguas.

      A 31 de marzo, día en que acabábamos una novena al glorioso San Joseph, entramos en la gran bahía de Nuestra Señora de La Paz, que tiene su entrada en 24 grados y 55 minutos de altura.

      El día siguiente, primero de abril, entramos caminando al sur hasta la boca del puerto de La Paz, y algunos saltaron en tierra y hallaron un lindísimo ojo de agua, muchísima leña, un carrizal, un lindo palmar, rastros de indios, etc.

      A dos de abril saltamos casi todos en tierra, fabricamos una cruz muy grande y la pusimos en un altillo, y nos volvimos a dormir a los navíos.

      A 3 de abril, sábado, saltamos otra vez en tierra; pero sin hallar ni ver ningún indio, que era para nosotros grandísimo desconsuelo.

      El domingo, en las dos lanchas, entramos más adentro en la ensenada de este puerto de La Paz, que está en 24 grados de altura y 10 minutos, y tampoco no hallamos ni vimos indios. A la tarde se pescó con el chinchorro una grandísima cantidad de lindísimo pescado. Y como, aunque de lejos, vimos unas humaredas, el lunes empezamos a fabricar una pequeña iglesia y un fuertecito, o real, de Nuestra Señora de Guadalupe. Y desde este día, empezamos a dormir y vivir en tierra.

      El martes al tiempo que, por la mañana, casi toda la gente estaba desmontando un altillo y cortando madera para nuestras fábricas, oyéronse unos gritos de indios que venían hacia este puerto, luego acudieron a sus armas todos los soldados; llegaron los indios con mucha gritería, armados de arcos y flechas y embijados en señal de guerra, a lo menos defensiva, y haciendo demostraciones que nos fuéramos de sus tierras. Nosotros procuramos darles de entender que veníamos de paz, y les pedimos pusieran sus armas en el suelo, que nosotros haríamos lo mismo, pero no quisieron.

      Nos fuimos a ellos el padre Goñi y yo; les dimos maíz, bizcocho y coscates, que no lo quisieron recibir de nuestras manos y pidieron se lo pusiéramos en el suelo, hasta que después lo iban tomando de nuestras manos y entramos en mucha amistad y familiaridad y nos dieron mezcales tatemados buenos, redecillas muy bien hechas y plumas de pájaros que tenían en sus cabezas, etcétera.

      Les enseñamos un santo Cristo y otro día una Nuestra Señora de Guadalupe, pero nunca dieron señal de tener o haber tenido alguna noticia de estas cosas, aunque como algunos de los nuestros sospechaban, no había que fiarse de ellos.

      El miércoles se prosiguió en cortar árboles y palmas muy grandes, formando y fabricando un fuertecito, en forma de media luna, y nuestra pequeña iglesia.

      El jueves se cogió una grandísima cantidad de muy lindo pescado, que hubo para tres días y más, en gran cantidad, para toda la gente.

      El viernes volvieron otra vez los indios, acompañados de otros muchos más, en todos más de 80; todos de paz y de mucha amistad, pidiendo maíz, que ellos llaman aguax, que es para ellos grandísimo regalo, y lo comen como si fueran unos confites. Y después que les dimos maíz y les enseñamos hacer la señal de la santa cruz, al ponerse del sol, muy contentos se entraron a dormir en el monte, diciendo volverían al día siguiente. Y volvieron, y los tuvimos aún mucho más familiares, amigos y dóciles.

      Les pusimos una adarga, que es como un bocel de cuero, a que le tiraban con sus flechas, pero todas se hacían pedazos sin pasarla; tiráronle nuestros soldados con un arcabuz y la pasaron con la bala; de que se admiraron y espantaron los indios muchísimo. Y, a la tarde, se fueron a sus rancherías.

      El domingo de ramos bendecimos y repartimos muy lindas y muchas palmas. El lunes y los demás días se continuaba la fábrica de la pequeña iglesia y del fuerte o real, y se daba carena a la Capitana para pasar a Yaqui por bastimentos y caballos.

      El martes envió el señor Almirante 9 soldados la tierra adentro para ver si había algún río, laguna o ranchería; y como por ir a pie no entraron más de tres leguas, no hallaron río ni ranchería. Vieron, desde un altillo, unas humaredas, una laguna y lindas llanadas. Presto, siendo nuestro Señor servido, entraremos más adentro y hasta a la contracosta, que no puede distar de aquí más de 20 leguas.

      El miércoles se confesaron muchos de los señores españoles.

      El