de ella una santa cruz y se pusiese sobre un cerrito que está como un tiro de arcabuz de la orilla del mar, como en efecto se puso, por parecer tierra habitable.
Y en virtud de la facultad que la Santa Sede Apostólica tiene concedida a los católicos monarcas de España, por el año de mil seiscientos y cuarenta y cinco, para que puedan agregar a su Real Corona, conquistar y adquirir las provincias bárbaras y gentiles del occidente en la América, y sus vasallos en su Real nombre tomar posesión de ellas.
Habiendo prevenido la infantería para hacer la salva a este acto en cinco de dicho mes de abril, saltó su merced dicho señor Almirante en tierra, con toda la gente arriba mencionada, toda la infantería. El alférez Martín de Verástegui, que es uno de los dos que vienen a esta función, traía en la mano un estandarte de carmesí colorado, pintada y bordada por él un lado la imagen de Nuestra Señora de los Remedios, y por el otro lado de dicho estandarte grabadas y bordadas las armas reales de su Majestad, que Dios guarde muchos años. Y estando dichos capitanes y toda la infantería con las armas y dicho alférez con el estandarte en la mano, a la seña que dicho señor Almirante hizo, dispararon la arcabucería y dicho alférez tremoló tres veces el dicho estandarte diciendo generalmente y repitiendo muchas veces ¡Viva don Carlos II, que Dios guarde muchos años, monarca de las Españas, nuestro Rey y Señor natural! En cuyo Real nombre dicho señor Almirante tomó la posesión referida de este reino, que le intituló y nombró la Provincia de la Santísima Trinidad de las Californias, para honra y gloria suya que aya de con su infinito poder a que se asiente en dichas provincias la santa fe católica y se traiga a la luz del Evangelio a las bárbaras naciones que viven en ella en la oscuridad de su ignorancia, repitiendo tres veces este acto con dicho estandarte, arcabucería y alegres voces, repitiendo todos ¡Viva, viva don Carlos II, que Dios guarde muchos años, monarca de las Españas, nuestro Rey y Señor natural! Y en señal de todo lo referido, dispuso dicho señor Almirante se pusiese dicho estandarte a la sombra de una palma y allí se plantase el cuerpo de guardia, nombrando a este paraje el Puerto de Nuestra Señora de La Paz.
Y para que siempre conste a su Majestad, y al excelentísimo señor Virrey y Capitán General de la Nueva España, en su Real nombre, según la obligación que dicho señor Almirante tiene hecha de dar cuenta de las facciones y diligencias que fuere obrando en esta dicha provincia, mandó a el presente escribano hiciese este dicho auto inserto en el testimonio del todo lo arriba mencionado, como en efecto, yo el presente escribano certifico y doy fe pasó según y cómo va mencionado, para que siempre conste. Y lo firmó dicho señor Almirante con dichos reverendos padres, capitanes, alférez, sargentos, cabos de escuadra, que se hallaron presentes a este acto.
Fechado en este dicho puerto a cinco días del mes de abril de mil seiscientos y ochenta y tres años.
Don Isidro de Atondo y Antillón, padre Eusebio Francisco Kino de la Compañía de Jesús, Pedro Matías Goñi de la Compañía de Jesús, fray Joseph Guijosa de nuestro padre San Juan de Dios, Martín de Verástegui, don Francisco de Pereda y Arce, don Blas de Guzmán y Córdoba, don Lorenzo Fernández y Lescano, Juan de Acosta, don Francisco de Osores, Juan Valdés, Pedro Álvarez.
94- AGI M 56. Mathes [9]: 286-288.
Documento 5
Abril 5 de 1683
Auto sobre la toma de posesión de California, por parte del padre Kino (95)
En el puerto de Nuestra Señora de La Paz en cinco días del mes de abril de mil y seiscientos y ochenta y tres años. Yo Eusebio Francisco Kino y Pedro Matías Goñi, religiosos de la Compañía de Jesús, en virtud de las licencias y facultades que como consta de un instrumento que el ilustrísimo señor don Juan de Santiago de León Garabito, obispo de la ciudad de Guadalajara, Nuevo Reino de la Nueva Galicia, León, provincias del Nayarit, California y Coahuila, del Consejo de su Majestad, nos remitió al puerto de Chacala al tiempo que en nombre de su Majestad don Carlos II, nuestro Rey y Señor, que Dios guarde, tomó posesión de este reino de las Californias el señor Almirante don Isidro de Atondo y Antillón, cabo superior de esta armada, tomamos posesión de este reino en este puerto de Nuestra Señora de La Paz, administrando los santos sacramentos con la licencia que para eso tenemos del dicho Ilustrísimo señor a quien todos reconocieron por su legítimo pastor y a nosotros dichos religiosos por sus tenientes vicarios y jueces eclesiásticos, atendiendo al derecho que su Ilustrísima tiene a estas islas por haber venido en tiempos pasados y tomado posesión el licenciado Diego de la Nava, clérigo presbítero que fue de dicho obispado de la ciudad de Guadalajara.
Y para que conste en todo tiempo y no se defraude el derecho que tiene dicho Obispo a estas islas, dimos este testimonio de la posesión, tomada al padre Eusebio Francisco Kino y padre Pedro Matías Goñi, religiosos de la dicha Compañía, y lo firmaron y fueron testigos el capitán de mar y guerra don Francisco de Pereda y Arce y el capitán Mateo Andrés y el alférez Martín de Verástegui.
Eusebio Francisco Kino, de la Compañía de Jesús
Pedro Matías Goñi, de la Compañía de Jesús
Don Francisco de Pereda y Arce
Mateo Andrés
Martín de Verástegui
95- AGI G 58. Mathes [9]: 65-66.
Documento 6
Abril 22 de 1683
Relación puntual de la entrada que han hecho los españoles, Almirante don Isidro de Atondo y Antillón, en la grande isla de la California, este año de 1683 a 31 de marzo, sacada de carta de dicho Almirante de 20, y del P. Eusebio Francisco Kino, de la Compañía de Jesús, de 22 de abril sus fechas, en el puerto de La Paz (96)
La isla de la California ha sido desde la conquista de la Nueva España, empresa apetecible por la gran riqueza de almas y perlas que, en su prolongado seno, promete la opinión común, y confirman muchas experiencias de los que han navegado por él.
Ambos motivos llevaron a ella, el primero, al adelantado de esta Nueva España, el marqués del Valle, don Fernando Cortés, héroe de inmortal nombre que, llamado poco tiempo después de algunos temores de alteraciones que en este reino, como recién conquistado se presumieron, no pudo obrar lo que su gran valor y fortuna prometían.
Muchos grandes capitanes continuaron la empresa después de él en repetidas expediciones, cuyas diligencias las frustraron varios casos o desprevenciones, sin haber traído más que noticias de varias naciones que la pueblan y de grandes comederos de perlas que hay en las islas innumerables de su seno y de algún ámbar que se encontró en sus playas.
1
Lo primero movió a algunos sacerdotes, así del clero, como de las demás familias religiosas, a embarcarse y entrar por este mar a pescar almas; y lo segundo, no sin lo primero, a los que a su costa armaron, en diversos tiempos, embarcaciones, y penetraron, según sus relaciones, hasta casi treinta y cinco grados del norte para descubrir sus grandes riquezas. Sus conatos fueron laudables, pero, por la mayor parte, ineficaces las diligencias y con poco provecho sus trabajos.
2
Yo discurro que por no haberse hasta aquí costeado a expensas solas de nuestro católico monarca (a quien tiene Dios señalado en la Iglesia por atlante de la fe de ella para que estribe en sus augustos hombros su peso y se afiance en su real celo su promoción), no tenido la conquista el feliz suceso que se desea.
En este año de 1683, a 18 de enero, salió del puerto de Chacala, que es del reino de la Nueva Galicia, jurisdicción de la iglesia de Guadalajara, con dos navetas de buen porte y una Balandra para patachearlas, el adelantado don Isidro de Atondo y Antillón, muy bien prevenido de gente, municiones y vituallas, despachado del excelentísimo señor Marqués de la Laguna, Virrey y Capitán General de esta Nueva España que, cumpliendo con el esmero que sabe los órdenes apretados de su Majestad,