Carlos Lazcano Sahagún

Kino en California


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venía la Capitana del Yaqui, siendo así que desde abril 25 se despachó de aquí por dichos bastimentos; pero en la junta de guerra que acerca del despacho que de esta Almiranta hubo, pareció no gustaban los señores soldados de quedarse sin tener a la vista algún navío; por tanto hubo alguna diferencia de pareceres acompañada de algún género de disgusto, también, por la falta de los bastimentos que se va teniendo. Y con esto, no se determinó que fuera la Almiranta a Sinaloa.

      Luego como el otro día le dijeron al señor Almirante que un indio había dado un dardazo a un señor soldado, aunque sin sacarle gota de sangre, mandó que aquel indio le llevaran preso al cepo y al navío; de lo cual se siguió notable alboroto entre los indios guaicuros, que son muy belicosos y guerreros. En este ínterin, los indios cora, que son muy mansos y afables y enemigos de los guaicuros, nos dijeron que dichos guaicuros nos habían matado un mozo de mar que teníamos perdido y se nos había huido las semanas pasadas.

      Y como a 3 de julio vinieron diez y seis guaicuros, los más principales y más forzudos entre ellos, y muchísimos más estaban en el monte, reparose que venían para hacer presa de alguno de los nuestros, o para quitarnos el suyo. Y pues venían como de paz, disimulando su mal intento, el señor Almirante les mandó dar pozole, comida de que ellos gustan mucho. Y al tiempo que se habían sentado para comerlo, por lo que se había determinado en junta de guerra, se les disparó un pedrero y una piececita de artillería, y se mataron los diez de ellos; se fueron aunque muy heridos. Desde entonces estamos con notables cuidados y recelos de día y de noche, particularmente también por no saber de la Capitana ni de la Balandra. Estos cuatro días no apareció ningún indio.

      Hasta aquí escribí estando en Guadalupe de las Californias, a 7 de julio, cuando se trataba de enviar la lancha con cartas y para saber de la Capitana y Balandra, pero se mudó de parecer, y por no querer los señores soldados quedarse sin tener a su vista algún navío, venimos todos en esta Almiranta a esta costa de Sinaloa, de donde procuramos sacar bastimentos para volver a proseguir la conquista.

      Dejo al padre Rentero, vice-rector de Sinaloa, doce conchas de nácar bien grandes, y, como Vuestra Reverencia decía, no pigmeas sino giganteas, a que cuanto antes las remita a Vuestra Reverencia a México; que en las Californias las hay a montones y con muchas perlas.

      Vuestra Reverencia, por amor de Dios, me haga favor de comunicar estas pocas noticias, con mis muchísimas encomiendas, al padre Vidal, a la señora duquesa de Abeyro, al padre Baltasar de Mansilla, al padre procurador general; que me perdonen que no puedo, como deseo, escribir a cada uno carta particular. Prosigo en apuntar la historia de esta conquista, que le enviaré a Vuestra Reverencia, cuya vida guarde Dios los felices años de mis muy afectuosos deseos.

      De este puerto de San Lucas, y julio 27 de 1683 años.

      Muy siervo de Vuestra Reverencia.

      Eusebio Francisco Kino

      100- HL 9998. Burrus [13]: 201-211.

      101- Perímetro.

      102- Mechón.

      Documento 11

       Agosto 10 de 1683

      Mi padre provincial Bernardo Pardo

      Pax Christi Iesu

      Tengo escrito a Vuestra Reverencia desde Chacala, desde Mazatlán, desde la Barra de Sinaloa, y a fines de abril desde este Puerto de La Paz de las Californias, dándole noticias de nuestra navegación y llegada a esta California y de su naturaleza, y parte de aquellas noticias las repito en una que escribí los días pasados al padre Francisco Jiménez para que las comunique a Vuestra Reverencia, para que si acaso las mías que a fines de abril envié a Vuestra Reverencia con la Capitana, que iba al Yaqui por bastimentos y caballos, no hubieran llegado a México, esta otra suplan su pérdida. La causa de esta mi duda se funda en que hoy día no tenemos todavía noticias ningunas de dicha Capitana, y el no haber ella parecido hasta ahora, siendo así que la aguardábamos desde fines de mayo, ha llegado a ser causa de que en esta Almiranta fuéramos a buscar dicha Capitana y bastimentos, como así se determinó en una junta de general a veinte y nueve de junio, y por eso desde anteayer, que fue día de San Buenaventura, nos embarcamos ochenta y cuatro personas. Y ahora tiene determinado el sr. Almirante que pasemos a Sinaloa (camino de treinta y cinco o cuarenta leguas, no más) por bastimentos, y también para saber de la Capitana y de la Balandra que dejamos en Chacala y que luego después de haber sacado nuestros bastimentos, volvamos a esta California no empezó a este Puerto de La Paz sino al Cabo de San Lucas, pues se dice que aquellos indios son más pacíficos que estos guaicuros del Puerto de La Paz, aunque hasta los fines de junio estuvimos con mucha paz con ellos, y nos venían a ver casi todos los días, trayéndonos fruta y pescado. Pero después que se les prendió uno de ellos y se les mataron diez u once personas de las más principales, con un tiro de un pedrero, aquí ya no nos venían a ver, ni teníamos esperanzas de que en muchos meses habían de olvidarse del daño que de nuestras armas habían recibido.

      En la carta del padre Jiménez escribo con más circunstancias lo que en estos disgustillos pasó, y por eso paso a suplicar a Vuestra Reverencia que por amor de Dios, según su gusto y mejor parecer, negocie, haga y alcance con el señor virrey, con el señor don Martín de Solís, o como Vuestra Reverencia juzgare in domino, que manden que esta conquista se procure hacer con paz y amor y no con demasiado rigor de armas, pues con los rigores se huyen los indios y se retiran y desamparan en los montes, cuando con La Paz y agasajo y caridad cristiana acudirán muchísimas almas a hacer cuanto les enseñáremos y quisiéremos, que por este camino ya teman y habían dejado muchas cosas que hay, habíamos insinuado no nos parecían bien e iban ya rezando algunas cosas que les habíamos enseñado, como el vendito y alabado sea y se persignaban, y cuando a medio día rezábamos la oración de rodillas, ellos también se ponían de rodillas. Algunos ya vivían y dormían con nosotros con toda paz y amor, y nos tenían ya prometido de traernos cuanto antes sus familias y chiquillos, que de los chiquillos habíamos de empezar los bautismos. Vuestra Reverencia nos avise, nos instruya y nos mande según su buen parecer y gusto, que aunque veo en algo atrasada esta nuestra conquista, por esta falta de La Paz, y particularmente por la falta de la Capitana por no habernos socorrido con los deseados y necesarios bastimentos y caballos, y quizá por haberse perdido como algunos temen. No obstante tengo buenas esperanzas se ha de proseguir con bien esta conquista y conversión de tantas almas, pues aunque no pasan de quinientos indios los que nos han venido a ver en diferentes ocasiones, pero son muchos más los que todavía no nos han venido a ver.

      Casi todos estos tienen sus mujeres, y algunos, aunque pocos, más de una, y muchos hijos, y esto se entiende hablando solamente de los guaicuros más cercanos a este Puerto de La Paz, que es gente más belicosa. Pero los coras, que son más mansos y muy amigos de la nación española, son de un grandísimo número de gentío y almas. En el Puerto de San Bernabé o Cabo San Lucas hay también mucha gente, en otras alturas de esta grandísima isla de las Californias y en otras islas menores que están en la costa y contracosta. Y en la tierra adentro hay una infinidad de almas que con el favor del cielo, confío se han de agregar en pocos años al gremio de nuestra Santa Madre Iglesia. Y aunque hasta ahora no se ha entrado la tierra adentro, sino cuatro o cinco leguas, por la falta de los caballos que se aguardaban en la Capitana, y no hemos dado con algún río, hemos hallado tres o cuatro lindísimos aguajes, abundantísima leña, una lindísima salina o laguna de sal, muchísimo y muy buen pescado y muchos comederos de perlas de donde han sacado perlas, y algunas de muy buen porte, y si hubiera buzos no hay duda su Majestad, que Dios guarde, pudiera presto alcanzar una linda compensación de los gastos reales y tan apostólicos y católicos que se han hecho o pueden ser necesarios para la conquista y conversión de esta California, y para el bien y eterna salvación de tantas almas y maduras mieses que promete esta grandísima isla y casi otra Nueva España en el tamaño.

      Lo que sí me parece será muy necesario, es el procurar que