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Filosofía en lengua castellana


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la democracia se convierte en su antípoda. Y es antagónica esta organización social, porque intenta en sus bases racionales, atentar contra la confusión ideológica que racionaliza falsamente el recurso moralista invocador de paz mientras ejerce la aniquilación selectiva de poblaciones –terrorismo de izquierda, o terrorismo oficial, para Millas no hay diferencia37–, o cuando confunde guerra con paz, libertad con tortura; en cambio, devuelve el rostro a las víctimas, reconociendo la interdependencia y la vulnerabilidad de la cual ninguno de nosotros está ajena. En otros términos, la democracia reconoce que nuestra supervivencia está supeditada a nuestra sociabilidad. Frente al fenómeno del ensimismamiento, mal propio de la sociedad moderna de masas, las distancias materiales y culturales de una sociedad solo se podrían aminorar a través del proyecto político democrático, ya que este compromete la construcción moral de la sociedad. Una sociedad en que se conviva sin ejercicios de dominación, en que se aspire a alcanzar la convivencia integral mediante el reconocimiento del derecho a ser individuo, una verdadera experiencia ética en que nos asumamos libres en relaciones intersubjetivas necesita de un modelo procedimental que permita o proponga la real comunicación entre los ciudadanos. Este modelo es el democrático, el cual, como reconoce Millas, no carece de defectos, sin embargo, “sus defectos se corrigen en virtud de su propio dinamismo, porque su esencia está en el anti-dogmatismo, el anti-mesianismo, el antipersonalismo”38.

       5. Interdependencia y víctimas

      En el libro sobre la defensa de la Universidad, en su discurso a los alumnos de Inglés de la Universidad de Chile, Millas termina su exposición con lo siguiente: “Sois responsables de un todo humano, con una responsabilidad que comenzó ya y que se extiende más allá de vosotros mismos, hasta la vida de vuestros propios hijos”39. Afirmar en este caso, nuestra responsabilidad con los otros es aceptar la idea de que nuestra supervivencia depende de nuestras relaciones políticas y reconocer nuestra estrecha relación con los demás. A nuestro juicio, no es otro el propósito que busca Millas con tanta insistencia a lo largo de su bibliografía cuando pregona por una Filosofía que se comprometa con la vida cotidiana, la democracia como un riesgo necesario para sostener la individualidad en lo social, y en específico, al transparentar el modo cómo las ideologías enmascaran o justifican la violencia con propósitos instrumentales. Afirmar nuestra responsabilidad con un todo humano debería conducirnos a reflexionar sobre la manera cómo me relaciono con el prójimo, el modo cómo evito ejercer violencia de manera directa e indirecta, o también supone cuestionar de qué modo se ejerce ocultamente una violencia selectiva y diferencial en que ciertas personas, víctimas de ideologías sistematizadas, son manipuladas como instrumentos para el fin propagandístico de una utopía. En Idea de la individualidad, libro del joven Millas que se edita por primera vez en 1943, el chileno manifiesta dicha preocupación al resumir su objeto de análisis y en lo que debiese aportar su libro, y se resume en la simplicidad de lo individual del hombre, la prioridad de los valores y resolver ciertos aspectos de su conflicto con las fuerzas impersonales del colectivo40. Millas reconoce en la introducción que la individualidad es un drama, ya que no está jamás hecha de un modo definitivo, se hace continuamente, por ende, lo precario de la condición del hombre nos exige el deber moral de formarnos una conciencia espiritual potente, para de ese modo resistir la tentación de subyugar el pensamiento a los iluminismos mesiánicos y, en cambio, abogar por una ética de deberes y derechos que comprometa al ser humano con los otros, con su entorno, o al menos no aporte a la precariedad aguda en que el sujeto moderno se considera subsumido. Ahora bien, ¿cómo puede ser posible que el ser humano obre en consecuencia ante la necesidad de hacerse responsable con otro humano? La respuesta de Millas se repite: la capacidad ética se supedita al intelecto que nos conduce a ver bien las cosas, al ejercicio intelectual de contemplar críticamente su ser y el mundo. Los lugares comunes, lo tópicos, las consignas, las ideologías, el fetichismo de las hipóstasis son algunas de las consecuencias de la corrupción intelectual, tanto más peligrosa si viene enmascarada y destina sus propósitos a eliminar o ejercer una violencia selectiva contra ciertas personas que no son ni siquiera sujetos dignos de reconocerse víctimas. Al respecto, señala Millas: “Se les exige ser menos hombres al convertírseles en instrumentos para la salvación del hombre”41.

      Si, tal y como sostiene el filósofo Emmanuel Lévinas, es el rostro del otro lo que exige de nosotros una respuesta ética, entonces pareciera ser que la preocupación de Millas respecto a reconsiderar a las víctimas de la ideología y la violencia, es una preocupación moral y política respecto a reconsiderar la calidad humana que ha sido despojada en ciertas personas que, ante los falsos fantasmas de la Humanidad –ideologías, fetiches, irracionalismo totalizador– su sufrimiento ya no cuenta para otros, su dolor no es visto ni considerado, debido a que no se comprende realmente el significado del sufrimiento humano ante la conciencia embotada de los victimarios, o bien, el padecimiento de un individuo se banaliza, se anula, ya que algunas personas son solo medios para un fin utópico específico, en circunstancias de que los que ejercen la violencia son los mesiánicos portadores de la utopía ideológica y tienen el privilegio de elegir, definir, y celebrar con una máscara discursiva a modo de justificación, a quién se le privará del rostro humano de víctima, enrostrando en cambio un mero factor abstracto de medio útil para la causa específica. Hay, por cierto, un “subterfugio que permite no ver la víctima ni el caos de la violencia”42, en cambio lo que sí se asume como indispensable es el proyecto utópico, el fin redentor, lo que trae como consecuencia el despojo de calidad de víctimas a un determinado grupo de personas, ya que nadie los considera como tal, sino medios banales para el propósito colectivo. Denunciar aquello y exponer críticamente esta situación es, a nuestro juicio, la preocupación central del ensayo Las máscaras filosóficas de la violencia, en que Millas, luego de casi dos años de dictadura en Chile43, reflexiona sobre la violencia, la irracionalidad, el abuso lingüístico por parte de cierta filosofía que lograría enmascarar la violencia como un método válido para cierta revolución, y, además, la propondría como una manifestación natural del ser humano, como si fuese un impulso ciego, natural y propio de la condición humana. Ante dicha literatura, Millas propone argumentos que buscan sedimentar las bases sobre reconsiderar a todas las víctimas como personas que sí tienen un rostro, una voz, y que necesitan del cuidado de todos.

      Ahí donde el fascista pone inhumano regocijo estético, gratuita indiferencia ante el martirio de otros hombres, el guerrillero pone odio humano, “comprometida”, utilitaria indiferencia ante lo mismo. Pero el resultado ético es uno solo: el sufrimiento de ciertos hombres ya no cuenta para otros hombres, en circunstancias de que estos últimos tienen el privilegio de elegir y definir44.

      Los violentos, de cualquier sector e índole, ya sea marxistas o antimarxistas, o el capitalismo y la sociedad burguesa ignorante de los problemas éticos y políticos de su época, o el liberalismo que propone la falsa imagen de que un sujeto en un medio libre de coacción y que tiene como propósito formar ideológicamente la sociedad de mercado; cuando dichas ideas personificadas en autoritarismos mesiánicos llegan a ocupar el espacio de la vida política, para Millas la sociedad entera es la secuestrada, ya que una minoría decide cualquier aspecto de la vida humana. Si antes se dijo que la democracia era el riesgo que se debía asumir para defender la pluralidad y asegurar al menos el derecho del colectivo de equivocarse, ahora se nos presenta un nuevo énfasis. Para el chileno, sería el mejor modelo posible el que reconoce la individualidad y el derecho de todos a vivir en la libertad, es decir, tal y como lo describe Figueroa, la democracia viene a ser para Millas un desiderátum sobre la convivencia integral entre personas. En De la tarea intelectual, el filósofo reconoce en la democracia un concepto límite con el valor de aspirar a alcanzar la convivencia integral “mediante el reconocimiento del derecho a ser individuo, a realizarse cada cual como persona”45. Ante el menoscabo de la condición humana expresada en las condiciones degradantes que las ideologías subsumen a la persona, Millas se ha preocupado de preservar en sus ideas una filosofía honesta que no encubra con sutilezas intelectuales la violencia del hombre contra el hombre. Ante la anulación de la libertad, la individualidad y la confusión del colectivo partidista que justifica y se apropia de las conciencias, del cuerpo e incluso de la condición humana de las víctimas, Millas aboga por volver a reconocer nuestra íntima responsabilidad con otro humano, es decir, reconocer