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Filosofía en lengua castellana


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XX, y segundo, presentar algunas lecturas personales sobre el autor y el valor que subyace en sus planteamientos, interpretaciones que nacen a partir de su base teórica, y dirigida a desvelar la figura del chileno, específicamente el incierto panorama actual, en que se evidencia cómo en los últimos años las democracias liberales de Europa y de América se debilitan, dando paso a populismos nacionalistas, conservadores y reaccionarios en el plano valórico, ya sea de ultraderecha o de ultraizquierda. Frente al aciago panorama social y político en que las democracias se encuentran hoy, urge encontrar voces que alimenten ideales centrados en la responsabilidad del compromiso del pensar y el valor del espíritu humano. Millas, a nuestro juicio, cumple con dicho requisito. Ante los atavismos ideológicos, la figura del filósofo se resume en la responsabilidad pública del intelectual, la denuncia de las máscaras que justifican la violencia –de ahí que fuera catalogado como antimarxista por algunos, o disidente de la dictadura de Pinochet, por otros–, la defensa de la democracia, y de los riesgos que se asumen en proponerla como (única) vía de convivencia política, la crítica al utilitarismo neoliberal, y la afirmación de una universidad libre de intervenciones, propagandas e instrumentalizaciones2. Por lo tanto, su temple libertario y heterodoxo lo convirtió en una figura paradigmática: abogó y repitió que vivíamos en un mundo dislocado por las ideologías. En aquel mundo que describía, destaca el frenesí de los valores convertidos en fetiches, en instrumentos para exaltar las pasiones e incentivar la violencia del hombre contra el hombre, en la anulación del individuo frente a la tiranía de un partido, de un eslogan, o de una ideología visceral y obcecada.

      En Millas, pensador que intenta ubicarse en los márgenes de lo antes descrito, encontramos la tarea del intelectual con talante libertario, que busca la lucidez y los argumentos que iluminen cualquier oscurantismo dogmático y autoritario, es decir, encontramos una defensa férrea del carácter individual y libre del ser humano, de la verdad como principio absoluto que solo la razón (exigida al límite de nuestra condición) puede abrazar en el espíritu de cada uno, y de la democracia como vía posible de convivencia, y, junto a ello, de nuestra responsabilidad ética con la humanidad.

      Dicho lo anterior, en el siguiente trabajo proponemos abarcar ciertas interrogantes que nacen a propósito de la relación entre los planteamientos de Millas, y las ideologías presentes hoy, tales como: ¿Será posible que, a partir de sus postulados en libros, ensayos, discursos y entrevistas, Millas sea significativo con el fin específico de devolver el rostro a las víctimas de las ideologías contemporáneas? ¿Es posible que, a partir de las bases teóricas del chileno, se vuelva a pensar y se mire a las víctimas, aquellos que han quedado, precisamente, sin ninguna defensa? Si la inteligencia para Millas tiene una misión liberadora –ante las máscaras y los fantasmas de la ideología–, ¿cómo liberarnos hoy de las doctrinas, las teorías y los estados salvacionistas, iluminados y mesiánicos?, ¿Qué tipo de resistencia, desde la no violencia como principio absoluto, puede presentar el pensamiento de Millas ante los avances ideológicos hegemónicos hoy?

      El siguiente trabajo, por tanto, ha sido elaborado con el espíritu de mirar a Millas desde su heterodoxia única, para exponer y desenmascarar los fantasmas ideológicos que subsumen al ser humano en el oscurantismo del fanatismo y la violencia. Ante el ‘oscurecimiento de la realidad’, antepone el chileno el asomo de la lucidez del pensamiento (hacia el) límite. Ante la violencia y sus máscaras ideológicas que la justifican, avalan, e incluso exhortan como condición posibilitadora de la libertad humana, Millas antepone el pacifismo y la apertura de conciencia para hacer del ser humano un individuo realmente libre y comprometido con los otros. Así pues, ante la imposición de la tesis generales del marxismo, en el plano intelectual y político del gobierno de la Unidad Popular, y luego ante la imposición del liberalismo en la dictadura chilena, Millas se distinguirá como el intelectual díscolo que, por ejemplo, a través de la rigurosidad académica, revelará las contradicciones respecto al concepto de enajenación y alienación en Marx, la incoherencia en el concepto de revolución y la necesidad de ejercer violencia como práctica efectiva de esta, y por sobre todo, en las contradicciones respecto a la noción de libertad en los postulados de Friedrich von Hayek.

      Hemos esquematizado este trabajo en dos partes centrales: primero, desarrollaremos la visión de las máscaras, la violencia, y cómo antepone Millas el pensamiento filosófico, o la filosofía como la única disciplina que, al poder comprender la esencia de la vida contemporánea, se antepone a la ideología. Luego, como segundo punto central, nos enfocaremos en dilucidar de qué modo, cuando Millas critica la violencia, las máscaras y los fantasmas ideológicos del siglo XX, existe una preocupación respecto a reconsiderar a las víctimas, personas que, ante la instrumentalización de las ideologías, son desplazadas o negadas en su calidad y condición de individuos. Finalmente, se ahondará también, a partir del análisis respecto del ser humano bajo el peso de la ideología, cómo Millas pretende siempre sostener la dignidad de la persona humana como absoluto intransable.

       2. Pensamiento al límite

      En los textos del filósofo, que incluyen ensayos, libros, artículos, discursos y entrevistas, se destaca un eje central que se expresa y repite a través de estos distintos medios. Se puede dividir en dos aspectos fundamentales: primero, la actividad intelectual llevada al límite de nuestras posibilidades –la actividad filosófica– comporta una función desideologizante, y segundo, que la propia filosofía, al antagonizar cualquier asomo de oscuridad y fanatismo ideológicos, supone una responsabilidad ante el destino del ser humano. Y por destino, entiéndase el desarrollo histórico del individuo, su libertad y el rol ético ante la responsabilidad humana de comprender lo interdependientes que somos.

      Respecto a la ideología, son varias las definiciones y alusiones que Millas nos entrega a lo largo de su trabajo. En resumen, se comprende como un sistema implacable de ideas que, de modo fanático y falso, se establecen desde un principio con el fin supuestamente de ‘salvar’, o ‘liberar’ al ser humano. Pero, en cambio, aquellas ideas devienen en fines en sí mismas, en absolutizaciones excluyentes –“su verdad es la verdad”3– y cualquier persona solo sería un medio para lograr alcanzar el relato utópico de la salvación, debiendo sacrificarse o convertirse en un pretexto al servicio de este ideal. Por cierto, al imponer dicho sacrificio, existe un sometimiento intelectual ante la subyugación que, ya sea el hombre que se autodetermina, o la sociedad técnica de masas4, o el colectivo, o el Partido establecen. Según el chileno, si la ideología la asociamos con el irracionalismo, se convierte esta en una máscara de la violencia. ¿En qué sentido, dice Millas, la violencia se debe valer de una máscara? ¿Y cuál sería esa máscara ideológica? Pues bien, es la propia inteligencia, en el seno del espíritu humano, que, embotada –término muy millano según su biógrafa, María Elena Hurtado5– fortalece, justifica, disimula y oculta aquella violencia subrepticia. Es decir, la ideología enmascara la violencia a través de una falsificación con carácter legitimador: esta constituye un sistema cerrado, autosuficiente, dotado de propia legalidad, tanto ética como histórica, apropiándose del sentir colectivo, secuestrando a través de una retórica el sentir individual, la libertad y la propia espiritualidad del ser humano. En este sentido, sostiene Millas, “la violencia es verdaderamente una creación del hombre que destruye su propia espiritualidad con recursos del espíritu mismo”6. Una vez legitimada, la violencia se apoya en un disfraz discursivo, como, por ejemplo, “el sacrificio de la nación”, “el heroísmo de la lucha”, “la libertad de los pueblos”, “la grandeza de las naciones”; chantajes con que la ideología históricamente se ha enmascarado para producir violencia. Dice Millas:

      Toda ideología tiene el efecto de sacar las ideas de sus quicios intelectivodescriptivos y de aislarlas, rompiendo sus enlaces con el sistema general del conocimiento que les da sentido. La idea pierde así su función cognoscitiva y se torna en estímulo afectivo y, lo que es más característico y sorprendente, en encubridora, oscurecedora de realidades. Nacida la idea para mostrar y hacer ver las cosas, una vez ideologizada hace todo lo contrario: esconde y enmascara7.

      Por otra parte, una de las repercusiones o consecuencias de la ideología comprende el menoscabo de la condición humana, en el sentido de la pérdida de la individualidad, la falsificación de la verdad y de la realidad y, lo más importante a nuestro juicio,