físico, para manifestarse plenamente necesitan de la palabra y de la articulación, esto es, de algo que trascienda la visibilidad simplemente física y la pura audibilidad. Una teoría de la guerra o una teoría de la revolución solo pueden ocuparse, por consiguiente, de la justificación de la violencia, en cuanto esta justificación constituye su limitación política; si, en vez de eso, llega a formular una glorificación o justificación de la violencia en cuanto tal, ya no es política, sino antipolítica.
En la medida en que la violencia desempeña un papel importante en las guerras y revoluciones, ambos fenómenos se producen al margen de la esfera política en sentido estricto, pese a la enorme importancia que han tenido en la historia30.
La interpretación de Cordua sobre el poder en Arendt resalta que:
El poder es una habilidad humana que hace posible y exitosa la acción. Nunca el poder es propiedad de uno solo; es una capacidad que le pertenece al grupo y dura mientras el grupo se mantiene junto y actúa según planes discutidos y concertados por todos o, al menos, por la mayoría31.
Para llevar a cabo esta descripción, Cordua alude a que el ejercicio de la política está íntimamente ligada al lenguaje, medio a través del cual los ciudadanos pueden entenderse, expresar sus convicciones, proponiendo y discutiendo en torno a lo que harán. Por lo tanto, la base del ejercicio político arendtiano radica en el discurso como medio de entendimiento mutuo. En este sentido, la prohibición de la palabra implica privar a la co-existencia de los seres humanos la condición política por excelencia. En este marco aparece la noción de violencia. En la lectura de Cordua, Arendt precisa que la violencia, a diferencia del poder:
Es un medio necesitado de implementos para operar efectos; ella puede ser un instrumento del poder que, tal como otros medios, depende de quien se vale de ellos y guía su uso. La violencia siempre necesita de una justificación, y si no la consigue cae fuera de la esfera de lo legítimamente político32.
En este punto del análisis, Cordua recuerda una relación desarrollada largamente por Arendt en sus textos: la de la guerra y la revolución basadas en la violencia33. En opinión de la profesora chilena, el totalitarismo también pertenecería a esta relación por su violencia, aun cuando el gobierno totalitario, la guerra, incluso la revolución, no están completamente determinados por la violencia, pues cuentan con otros ingredientes a su haber que exceden a esta. Esta es la razón de que Cordua recuerde una referencia ineludible de Arendt para su estudio: “nunca ha existido un Gobierno exclusivamente basado en los medios de la violencia. Incluso el dirigente totalitario, cuyo principal instrumento de dominio es la tortura, necesita un poder básico”34. Pero, finalmente, ¿qué representa el Estado totalitario? En su respuesta, Cordua desarrolla la mirada de Arendt de manera ejemplar. Dice la profesora:
Para representar al Estado totalitario conviene prestar atención a los campos de concentración inventados por el poder totalitario como instrumentos para ejercer la violencia sin límites y sin estorbos sobre los allí detenidos: los campos son espacios cerrados y controlados en los que puede reinar una violencia sin límites y sin mezcla de ingredientes de otras clases. Queda prohibido hablar, pedir, protestar, discutir, quejarse, hacer acuerdos y actuar concertadamente. Queda prohibida, en suma, la acción política como tal. Allí donde ha desaparecido la política, la violencia se impone absolutamente y no deja nada fuera de sí, reduce todo y a todos al silencio y a la sumisión. Esta situación extrema, una exclusividad del siglo XX, es a la vez un símbolo y un instrumento al servicio de lo que Arendt designa como Estado totalitario. El campo de concentración revela, en cuanto medio de Estado, el carácter de quien se sirve de él. ¿En qué consiste prácticamente la violencia ilimitada? Ya lo vimos: impone el silencio y la sumisión totales de sus prisioneros35.
En el marco de la interrupción de la historia, el Estado totalitario carga con su propia paradoja: siendo absolutamente ‘poderoso’, es carente de legitimidad por la sencilla razón de que su establecimiento no está basado en el acuerdo de aquellos que quedan sometidos a él. Aquí entra en juego la distinción propia de Arendt que Cordua pone en primera fila, respecto de la legitimidad o justificación del poder y la violencia. En la medida que un grupo actúe habiendo acordado verbalmente la acción a realizar nace el poder que precede a los fines por efectuar, por lo que no es un medio al servicio de fines, sino más bien, es aquello que faculta a un grupo para actuar.
Al poder lo único que le hace falta es la legitimidad, que se deja decir y que, por eso mismo, no precisa de una justificación ulterior; en cambio a la violencia siempre se le ha de pedir una justificación. Si se la practica en la medida en que acalla y somete absolutamente queda fuera del campo político e histórico36.
Así dice Carla Cordua sobre la distinción arendtiana. Esta distinción guarda su sugestiva fuerza en su propia posibilidad. Por esto, es importante tener presente la imagen que nos regala Arendt: “la violencia puede siempre destruir el poder; del cañón de un arma brotan las órdenes más eficaces que determinan la más instantánea y perfecta obediencia. Lo que nunca podrá brotar de ahí es el poder”37.
4. Propaganda totalitaria
Justamente la red conceptual en la que se enmarca la teoría del totalitarismo en Arendt (acontecimiento, líderes, gobierno, política, leyes, terror, ideología, dominación total, campos de concentración etc.), a la que solo nos hemos aproximado grosso modo, conduce ineludiblemente a la noción de propaganda. La profesora Cordua, ya en un texto de más de diez años de su publicación, aborda esta problemática, teniendo en mente precisamente lo antes expuesto. Dicho texto, pronunciado en el marco del simposio internacional Hannah Arendt: sobrevivir al totalitarismo, realizado el 2006 en Santiago de Chile, organizado por el Goethe-Institut, y publicado dos años después, da cuenta de la preocupación de Cordua por este tema, valioso para la filosofía y teoría política universal, y principalmente relevante en la obra política de la pensadora judeo-alemana. Al margen de su interés en torno a la tradición del pensamiento político (compartido con Arendt38), la profesora chilena tiene en mente un propósito actual: intentar revisar “los asomos de propaganda totalitaria que se pueden detectar en la red de comunicaciones actuales”39. En este trabajo, mucho más específico y crítico de Cordua sobre la problemática tratada desde Arendt, emergen sutilezas intelectuales que en su trabajo posterior cuesta encontrar, las que vale la pena explicitar en este contexto. Cordua comenta que “Arendt tiende a minimizar, como siempre que se ocupa del totalitarismo, las posibles similitudes entre este género de política y otros aparentemente comparables”40, y agrega, “también en el caso de la propaganda, que forma parte central del programa y el ejercicio del poder totalitarios, se trata para ella de un fenómeno peculiar que hay que mantener separado de cosas como la publicidad comercial o la propaganda electoral en las democracias”41. Así es como Cordua plantea la pregunta sobre las formas actuales de propaganda política que pueden ser comprendidas a partir de los análisis arendtianos basados en las funciones de la propaganda totalitaria.
Para llevar a cabo este desarrollo, Cordua parte de las premisas que caracterizan la propaganda totalitaria en Los orígenes del totalitarismo de Arendt, poniendo el énfasis en dos direcciones exploradas y bien diferenciadas. Primero, a) la propaganda totalitaria se dirige exclusivamente a las masas (no a las élites ni a las turbas), teniendo que cambiar a menudo su estrategia por la inestabilidad de las mismas. De hecho, destacará un perfil específico según el movimiento político totalitario que la enuncie, el cual aún intenta establecerse en el poder, o bien la difunda el gobierno total, establecido ya o durante su ejercicio. Además, b) la propaganda adquiere ribetes diferentes en la medida en que esté orientada al consumo de militantes de los movimientos totalitarios o a toda la ciudadanía. Incluso, c) hay una tercera variante que depende del grado de dominio que aquellos que realizan la propaganda tienen sobre sus receptores, variaciones específicas que suelen faltarle a la propaganda comercial según Cordua. Segundo, existe una estrecha relación que es decisiva entre la propaganda totalitaria y el miedo y el terror, relación poco frecuente en la propaganda comercial o publicitaria. Cordua desde Arendt42, destaca cinco ejemplos actuales sobre esta relación que pasaremos a describir sucintamente a continuación para terminar, posteriormente, con algunas