lo que describiremos a continuación: “Para mí –dice Millas–, más que represión, más que política de los gobiernos, es un problema moral, que comienza con la necesidad absoluta de convertir a la vida humana, realmente en algo intocable”18.
En resumen, tanto la filosofía como la democracia son, de modo general, maneras de resistir a los atavismos ideológicos del siglo XX. En lo que atañe a la filosofía, esta intenta pensar radicalmente la experiencia, y con ella, el propio pensamiento que la piensa19. Pues, la actividad filosófica, impregnada en una visión quiásmica con la vida cotidiana, no solo es considerada como un cúmulo de ideas, representaciones y juicios del mundo, sino más bien son fuerzas, es decir, “actitudes e incentivos que mueven la sensibilidad y la conducta de las gentes en un sentido total”20; más aún, la vida se vuelve un desafío, y hay que atenderla con la responsabilidad y el poder redentor del pensamiento. Por lo tanto, en la fuerza de estas ideas, existe la capacidad de librar al ser humano de vivir como autómatas, le permite vivir de modo auténtico, evitando así que caiga en los tipos de voluntarismos iluministas que hipnotizan al hombre y lo subyugan a la dogmática de su verborrea ideológica. En una entrevista de 1981, para el diario La Tercera, en el período en que Millas había decidido renunciar a la Universidad, por ese entonces cautiva del régimen de Pinochet, ante la pregunta por el hecho de que se proyectaba restringir de la planificación curricular en enseñanza media la asignatura de Filosofía, Millas realiza un análisis respecto al error que supone la eliminación de esta disciplina, ya que para él corrige dos graves riesgos de la cultura contemporánea: primero, solo la filosofía permite el pensar en la totalidad y generalidad, e impide de algún modo la excesiva especialización de los saberes. Y segundo, vivimos –dice él– en un mundo que además está dislocado por las ideologías. Si la ideología enmascarada de violencia sacrifica al hombre, construyendo a la larga un sistema de dominación del hombre por el hombre, convirtiendo en dogma lo que es dudoso, y transformando las pasiones en simulacro de ciencia y convicción, la filosofía podría protegernos de estos peligros, ya que nos enseña a defender la autonomía de la razón y nos aporta al mismo tiempo una ética del deber, ya que al abrir la conciencia al mundo, ve su solidaridad con la realidad humana y la totalidad del universo21. En la respuesta de Millas, se menciona el marxismo como ejemplo de ideología, y el peligro que existe de coartar la libertad y la individualidad en el ser humano ante este dogmatismo:
El ejemplo mejor de una ideología de este tipo es el marxismo, que se llama científico, convirtiendo una posibilidad de concebir la sociedad humana en la única concebible. Para mí el principal error del marxismo es el dogmatismo intelectual. A mí me tiene sin cuidado si expropian los medios de producción, pero sí me tiene con mucho cuidado que los marxistas expropien la libertad y la inteligencia22.
Otro ejemplo que podemos citar del análisis respecto al ser humano hundiéndose en el conformismo de la ideología, subsumido en las máscaras de la violencia y la filosofía como resistencia, es cómo Millas considera que el ser humano, devenido en el hombre masificado o atrapado por la sociedad de masas, es un ser enajenado, despersonalizado y anestesiado por los fetiches ideológicos. Para el filósofo, el ser humano corre el peligro de convertirse en un ente banal frente a sí mismo. Aquello lo explicita en el libro de 1962 El desafío espiritual de la sociedad de masas, en que diagnostica lo siguiente: “El hombre masificado, convertido en corpúsculo inerte del arenal humano, es otra versión del fracaso de ese ideal de humanidad que en vano proclamaron las antropologías utópicas del pasado”23. El texto citado se extrae del momento en que Millas describe la fase histórica en el desarrollo del hombre que deviene, luego de la modernidad, en la sociedad técnica de masas. Aquella nueva condición supondría no pocas amenazas, una de ellas, la más importante, es la que se acaba de mencionar, es decir, la pérdida de individualidad ante las fuerzas irracionales desatadas en el fondo del inconsciente colectivo. Debido a la amenaza de la masificación, el ser humano deviene en un ente banal; es considerado como cosa, pierde el sentido propio del ser sujeto, se ve anulado en lo más propio de su espíritu: la conciencia y libertad. Frente a dicha situación, Millas nuevamente opondrá una filosofía que implica responsabilidad y compromiso ante el destino del ser humano, es decir, comprende la actividad filosófica como una postura de vida inseparable de ella misma, por consiguiente, el fin de vivir será llevar el pensamiento al límite para abarcar –de lo posible– la totalidad, es decir, la totalidad del saber, la totalidad del mundo, de la historia, y del destino del ser humano. Que el pensar filosófico sea entendido como un ejercicio en el límite de nuestras facultades –límite de preguntar y responder, dirá él– supone, al mismo tiempo, poner en tensión a la inteligencia y presentar de este modo una resistencia a la servidumbre, al enceguecerse ante los falsos ídolos, y el oscurecimiento y falsificación de lo real, es decir, nos evita subsumirnos en cualquier proyecto ideológico.
En este punto, es conveniente enfatizar que Millas no solo reaccionó frente al problema de la masificación que caracteriza la tecnificación de la sociedad moderna, sino que, como antes se mencionó, fue contrario al marxismo que pretendía a través de la institucionalización política, la negación del individuo a expensas de la exaltación del Estado, y fue explícito en su crítica al liberalismo que favorece lo impersonal de la existencia –hoy acrecentado a través de la modernización capitalista–, reflejado en el egoísmo moral de sus tesis o en el fundamento individualista de su sistema ideológico.
Respecto al marxismo, Millas en una parte del ensayo La violencia y sus máscaras, sostiene que el interés filosófico del marxismo en su crítica a la cultura burguesa deriva del uso particular que se hace del término hegeliano de enajenación, en particular, del trabajo asalariado en la sociedad capitalista. Dice Millas:
Lo esencial del concepto, en parte según lo construyera Hegel, pero sobre todo como lo reelabora Marx, arranca de la observación de que el hombre se hace ajeno a su propia esencia al quedar a merced de poderes que actúan a través de los objetos que él mismo ha creado. Perdido en sus propias producciones – sugiere el concepto– el hombre deviene extraño a sí mismo24.
Ahora bien, aquella crítica de Marx de comprender la ideología como una inversión de la realidad o falseamiento de esta, deriva luego en el examen de la denuncia de explotación del hombre por el hombre -la vida enajenada-, de modo que, como se señala en la cita, el síntoma de la enajenación en el ser humano sería quedar atrapado bajo poderes que actúan a través de los productos u objetos él mismo ha creado; sin embargo, en el análisis de Millas, el marxismo en este punto incurre en la contradicción de no lograr ver que la violencia también puede ser considerada como una forma particular de explotación. En otras palabras, si Marx se vale del concepto de enajenación para elaborar su crítica sobre los intereses burgueses, luego el revolucionario marxista es el que utiliza la violencia con el supuesto fin de liberar al hombre, contradiciéndose, ya que lo que hace en realidad es atarlo a otro tipo de enajenación. Por un lado, se denuncia la deshumanización y despersonalización que ocurre, efectivamente, por la apropiación de la fuerza de trabajo del asalariado, pero luego se presenta la paradoja que el marxismo pregona el uso de la violencia como método de liberación, de este modo se busca liberar al hombre para luego someterlo, se presenta un proyecto emancipatorio para luego de inmediato caer en la sumisión. Dice Millas:
Pues he aquí cómo, para desenajenar al ser humano convertido en cosa ajena, lo anulamos, apropiándonos de él mediante la violencia, que lo hace pasar a nuestro dominio, convertido en mero instrumento de los fines humanitarios25.
En este sentido, poco importa para Millas si se trata de la explotación económica del trabajador por parte del capitalista o si se trata de la justificación del revolucionario de ejercer terror para trascender hacia una sociedad libre, lo decisivo es que unos hombres hacen uso de otros hombres como simples recursos para lograr sus fines. En el ensayo, agrega que no solo la violencia se trata de la aniquilación física, también tiende a sumar la anulación intelectual y moral, ya sea de las víctimas que ni siquiera se pueden reconocer como tales, como también de los victimarios, aquellos que pierden su libertad, en el minuto que decidieron adherirse a una retórica ideológica.
Respecto al liberalismo, lo que Millas critica de esta ideología es la negación de la realidad social que desconoce la interdependencia