medieval, los judíos, en este caso los de la villa catalana de Perelada alrededor de 1300. Concretamente, el objetivo del estudio es analizar las actividades económicas y el préstamo hebreo en esta pequeña localidad ampurdanesa a partir de la documentación notarial conservada en el Archivo Histórico de Girona, con el propósito final de determinar el porqué de su dedicación preferente al crédito a interés. Todo parece indicar que la educación y cualificación de los judíos establecidos en Peralada les permitió aprovechar las oportunidades que ofrecía la urbanización a pequeña escala del territorio y la demanda de capital de una economía en crecimiento. De este modo, la comunidad hebrea se convirtió en otro de los elementos que impulsó el crecimiento de la población y su entorno, contribuyendo asimismo a reforzar su centralidad comercial y financiera.
Por su parte, M. Borrero hace lo propio con otro de los protagonistas clásicos del crédito medieval, el campesinado, centrándose en el análisis del endeudamiento del agro andaluz en el tránsito del medievo a la modernidad. La autora pone de manifiesto, en primer lugar, la omnipresencia del crédito en la sociedad rural del sur peninsular, constatando la presencia de campesinos de todas las condiciones en las tupidas redes crediticias, desde grandes propietarios hasta simples jornaleros. Seguidamente, el estudio de Borrero muestra cómo este recurso financiero permitió durante el siglo XV el desarrollo económico general de la economía andaluza, basada en buena medida en el comercio agropecuario. Y, por último, se constatan los perniciosos efectos que acabó teniendo este prolongado proceso de endeudamiento durante la primera mitad del siglo XVI, cuando las coyunturas negativas provocaron el empobrecimiento de muchos campesinos, que perdieron sus tierras e incluso la capacidad de endeudarse con el aval de su trabajo.
Pasando al ámbito urbano, C. Billen analiza el sistema financiero que se desarrolló en las ciudades meridionales de los Países Bajos durante el siglo XIV. Tras constatar la complejidad de dicho sistema, donde no siempre resulta fácil distinguir las fronteras existentes entre crédito público y privado ni entre altas finanzas y préstamos al consumo, la autora se centra asimismo en otro de los agentes financieros clásicos durante esta época: los mercaderes lombardos. Estos financieros, que se beneficiaron de la protección de las autoridades de la época, estaban presentes en todo el territorio y a todos los niveles de la economía urbana: depósitos, préstamos a corto plazo, aprovisionamiento, comercio textil… Junto a ellos, también se destaca la actividad fundamental de los cambistas, especialmente importante en las ciudades de Malinas y Brujas, y tomando como referencia el caso de Gante se pone de relieve, finalmente, el papel desempeñado por la hacienda urbana en el desarrollo financiero del territorio estudiado.
La relación entre fiscalidad pública y finanzas privadas constituye precisamente el objeto principal del trabajo de V. Baydal, que centra su atención en los cambistas que actuaron al servicio de la monarquía en el Reino de Valencia desde mediados del siglo XIII hasta mediados del siglo XIV. El desarrollo fiscal provocado por la multiplicación de las campañas militares en la Corona de Aragón ofreció, según el autor, importantes oportunidades de enriquecimiento a los banqueros autóctonos, especialmente a través del préstamo y la inversión en unos negocios fiscales cada vez más voluminosos. Especialmente importante fue la dinámica documentada durante las décadas centrales del trescientos en la ciudad de Valencia, donde algunos cambistas gestionaron los enormes subsidios concedidos por la capital y los tres estamentos del reino a la Corona, al tiempo que participaban en el arriendo de los impuestos indirectos (cises) que se establecieron para hacer frente a la deuda municipal (censal) contraída para hacer frente a dichos donativos.
Como es sabido, otro ejemplo paradigmático de las sinergias financieras creadas entre intereses públicos y privados fueron los Montes de Piedad creados en la península itálica durante la baja Edad Media y la época moderna. De ellos se ocupa M. G. Muzzarelli que, tras recordar su génesis y principales características, muestra de qué manera fueron sostenidos por la autoridad ciudadana: participando en su administración, asignándoles recursos municipales diversos, vinculándoles hospitales u otras instituciones benéficas, incentivando los depósitos o donativos de particulares, etc. Todo ello con el propósito de crear una banca pública capaz de proporcionar sus servicios financieros tanto a los ciudadanos necesitados, a quienes se ofrecía préstamos a bajo interés, como sobre todo a los gobiernos locales, especialmente a aquellos de grandes ciudades como Bolonia o Milán, que dispusieron de un línea de crédito en exclusiva en caso de urgencia.
Por último, una institución catalana de naturaleza similar a los monti, poco conocida hasta el momento, centra la atención del artículo final del volumen, obra de A. Galera. Se trata de la llamada Caja de las Cotidianas Distribuciones de la iglesia parroquial de S. Miquel de Cardona, cuya génesis se documenta entre 1350 y 1450 al calor del mercado de rentas censales que, como se ha dicho, se desarrolla en Cataluña y el resto de la Corona de Aragón. Esta singular institución constituye un ejemplo precoz del fenómeno denominado por la historiografía como «crédito caritativo», ejercido por instituciones eclesiásticas o asistenciales y dirigido a cubrir las necesidades de los estamentos sociales más necesitados de crédito: los artesanos o el campesinado, por ejemplo. Los préstamos, en forma de censales, tenían unos intereses que oscilaban entre el 5-7 % y su estudio nos muestra cómo la Iglesia catalana también fue convirtiéndose a la largo de la época bajomedieval y toda la moderna en un poderoso agente financiero.
CRÉDIT ET RENTES EN GRAIN DANS LES CAMPAGNES NORMANDES (XIIIe-XVe SIÈCLES): À PROPOS D’UNE ENQUÊTE EN COURS
Mathieu Arnoux Université Paris-Diderot, EHESS-CRH
Dans la littérature récente sur l’économie des campagnes médiévales, les redevances et paiements en nature relèvent plutôt de l’étude de la seigneurie que de celle du crédit, et les problèmes essentiels qu’ils soulèvent sont ceux de la dimension de domination sociale qu’intègrent ces redevances et des conditions de leur conversion en valeur monétaire.1 Il est vrai que la fréquence dans les définitions de rentes seigneuriales de prélèvements en nature additionnels aux paiements monétaires et souvent revêtus d’une forte charge symbolique a orienté la recherche dans une telle direction, mettant l’accent plutôt sur le contexte social de ces redevances que sur leur fonctionnement économique.2 Pour des raisons assez compréhensibles, en premier lieu à cause de la difficulté d’établir la valeur monétaire des produits versés, la recherche récente sur le crédit s’est peu intéressée au fonctionnement des contrats stipulés en subsistances, dont le fonctionnement reste obscur, même quand leur présence est établie.
PAYER DES RENTES EN GRAINS
La Normandie médiévale, dotée de sources abondantes et caractérisée par une monétarisation précoce des contrats, est un champ d’étude prometteur, en raison de l’abondance des mentions de paiements en grains, aussi bien de redevances seigneuriales que de versements liés à des contrats de crédit. Ces documents ont depuis longtemps été repérés et ils ont été utilisés dans des recherches sur l’histoire locale et les pratiques agraires.3 Récemment, Isabelle Theiller a pu mettre en lumière, à partir d’un dossier exceptionnel de chartes de l’abbaye Saint-Amand de Rouen et du prieuré conventuel de Bonne-Nouvelle, certains aspects juridiques et pratiques du fonctionnement de ce type de paiements.4 L’acte constituant une rente annuelle de 4 muids de froment, versée par les moines de Bonne-Nouvelle aux moniales de Saint-Amand, mettait fin au conflit qui opposait les deux communautés autour de la possession d’un domaine dans le pays de Caux. La renonciation des moniales à leurs prétentions sur le domaine était conditionnée au versement d’une rente à titre de dédommagement. Bien qu’il ne se soit pas agi à proprement parler d’un acte de crédit, l’accord recourait à un instrument essentiel dans ce secteur conclu et indiquait avec beaucoup de précision les modalités du paiement: celui-ci devait intervenir entre la Saint-Michel et l’octave de la Saint-André, sur le marché