por el contraste que con ellos formen ventajas del orden actual» (p. 225). Este argumento se apoya, a su vez, en la exacerbación extrema de los sentimientos antihispanos como se consigna en su testimonio de «defensa» («Sobre los principios políticos que seguí en la Administración del Perú, y acontecimientos posteriores a mi separación», 1823): «he aquí el primer principio de mi conducta pública. Yo empleé todos los medios que estaban a mi alcance para inflamar el odio contra los españoles: sugerí medidas de severidad, y siempre estuve pronto a apoyar las que tenían por objeto disminuir su número y debilitar su influjo público y privado. Este era mi sistema y no pasión» (p. 44). Monteagudo mismo consigna que al ingresar el Ejército Libertador a las costas del Perú residían en Lima más de diez mil españoles. En 1823 no llegaban a seiscientos. Algunas medidas que implicaron de una u otra forma decisiones de repercusiones en términos de arquitectura (adecuación, remodelación o construcción nueva) fueron tres iniciativas a las que Monteagudo le dedica particular interés, tal como se consigna en su memoria: la creación de la Sociedad Patriótica de Lima, la Biblioteca Nacional y la Escuela Normal de Enseñanza Mutua: «[...] son las primeras empresas que ha realizado el gobierno en medio de las escaseces del Erario y casi al frente del enemigo» (p. 26). Su plan de constituir un «Ateneo en el Colegio de San Pedro, y concentrar allí la enseñanza de todas las ciencias y bellas artes» (p. 53) nunca pudo concretarse. Por contraste a este interés estratégico de fomentar una nueva educación ciudadana, la abolición del coliseo de gallos y prohibición de los «juegos de vicio», así como de otras actividades públicas insanas a la moral, no solo pretendían instalar con severidad un nuevo orden en la ciudad, sino que estas acciones le granjearon la fama de autoritario y personaje incómodo.
21 Si bien no se trata de una actitud contradictoria con el espíritu de cancelar y desaparecer cualquier símbolo del poder virreinal, San Martín y Monteagudo ordenaron, por un decreto del 29 de diciembre de 1821, el lucimiento de los nuevos símbolos republicanos en la fachada de las casas de los altos funcionarios (escudo nacional y el rango correspondiente), en el caso de los miembros de la nobleza criolla (los títulos adjudicados por España), así como en la casa de aquellos que habían recibido el distintivo de la Orden del Sol, creada por el propio San Martín. Lo que aquí se observa es la pervivencia de toda la parafernalia y visualidad cortesana dispuesta para reforzar el sentido clasista y monárquico profesado por el Libertador y Monteagudo, quienes no ocultaban el proyecto de convertir el Perú en una monarquía constitucional.
22 En el decreto de marras se especifica que: «Art. 2. En su centro se levantará una columna por el modelo de la columna Trajana, y con las modificaciones del diseño que se le dé, restableciéndose cerca de su base la fuente pública que ántes existió allí. Art. 3. La columna será coronada por una estatua pedestre que represente al Protector del Perú, señalando el día en que proclamó su libertad, realzado en el pedestal con caracteres de oro [...]. Art. 5. Se sobrepondrá á la comuna en cada año un anillo de bronce dorado en que se inscriban los acontecimientos más memorables de él» [sic] (Oviedo, 1861, VI, p. 184). Como parte de este proyecto, se dispuso, el 19 de junio de 1822, la clausura definitiva del mercado que funcionaba en la Plaza de la Inquisición y su desconcentración en cinco pequeños mercados ubicados en un número igual de plazuelas, hasta la construcción de un nuevo gran Abasto Público, hecho que ocurrió casi dos décadas después.
23 Como parte de la serie de decretos dirigidos a honrar la gesta emancipadora, el Congreso de la República acordó, el 18 de enero de 1823, el levantamiento en la playa de Arica de un obelisco «Deseando perpetuar la memoria de los gloriosos esfuerzos del ejército del Sur por la libertad del territorio de la República, que gime aún bajo el yugo opresor». El decreto estipula que, sobre el obelisco, «tocará su cúspide un Cóndor con el pié izquierdo, las alas extendidas y el pico abierto, mirando hacia el camino por donde ha marchado el ejército en busca del enemigo, y que denote la celeridad y bravura conque le persigue y hace presa» [sic] (Oviedo, 1861, VI, pp. 184-185). Durante la década de 1830 se decretaron numerosas iniciativas para erigir columnas u obeliscos conmemorativos por cada caudillo militar triunfante, como la columna en Maquinhuayo o la otra columna ubicada en Socabaya, ambas de 1834.
24 Previa a esta intervención la calle y el espacio de la plazuela, abandonados desde 1822, se habían convertido en un mercado callejero de ambulantes con la consiguiente preocupación de los frailes del convento, cuya edificación había quedado cercenada y sin protección. Los cambios de nombre (de Plazuela de Comedias a Plazuela del Coliseo, Plaza 7 de setiembre o Plazuela del Teatro) y la serie de personajes que serían homenajeados con bustos o estatuas que nunca se concretaron (desde las estatuas a San Martín a Pedro Antonio de Olavide) convierten a este espacio en un reflejo de la polarización permanente, y las marchas y contramarchas de la naciente República (Gálvez, 1943). Para un recorrido más detallado sobre la historia de la plazuela desde los archivos de los frailes del convento de San Agustín véase Amorós, 2015.
25 Los argumentos del decreto que dispone este reconocimiento suscrito por José de la Torre Tagle por orden de Bernardo Monteagudo señalan lo siguiente: «Los únicos monumentos que han quedado en el Perú y en Chile capaces de honrar alguna época de la antigua administración, son debidos á un gobernante extranjero cuya actividad y celo probaban bien, que él no habia nacido en la tierra de Pizarro. El virey que fue del Perú D. Ambrosio O’Higgins después de haber acreditado su beneficencia en Chile, mientras fue allí presidente, continuó desplegando aquí como virey el mismo interés por la prosperidad pública y decoro del país. El madó construir el camino del callao, siendo este y el de Valparaiso los únicos que se han formado en la América meridional desde su descubrimiento» [sic] (decreto del 10 de abril de 1822, citado en Oviedo, 1861, VI). Debido a la destrucción de la referencia del virrey se dispuso, vía el decreto, la ubicación de una lámina de bronce en el segundo ático de la portada con vista al Callao con la siguiente inscripción: «Se fabricó siendo virey del Perú D. Ambrosio O’Higgins. Ningún español siguió su ejemplo» [sic] (decreto del 10 de abril de 1822, citado en Oviedo, 1861, VI).
26 El decreto del 25 de octubre de 1821 publicado en la Gaceta del Gobierno estipula entre otros considerandos: «1. Todos los edificios y barracas que se hallan bajo los fuegos del Callao, exceptuando solo el arsenal, la casa del capitán del puerto, la aduana y algún otro que se juzgue indispensable para el servicio público con previo conocimiento de su objeto y circunstancias, será destruido antes del primero de diciembre inmediato. 2. El estado satisfará por su justa tasación el precio de las puertas, ventanas y demás útiles del edificio ó edificios que se apliquen al servicio público. [...] 3. Los propietarios podrán remover al pueblo de Bellavista ó á cualquier otro punto, las maderas y demás útiles que les pertenezcan en los edificios destruidos, podrán allí edificar otros nuevos, comprando el terreno del estado ó de los particulares á quienes corresponda, sugetandose al plan dado para esta población, el cual se ha remitido al gobernador de la plaza del Callao» [sic] (Santos de Quirós, 1831-1842, pp. 65-66).
27 Francisco de Miranda (1750-1816) fue un típico hombre de la ilustración con intereses en diversas ramas del conocimiento, desde la política hasta la botánica, pasando por el arte, la jardinería, el trabajo industrial, la salud o la economía. Además de un viajero impenitente, fue un acucioso observador de su tiempo y del entorno que le rodeaba en cada aventura. Sus diarios de viaje parecen en realidad escritos por un arquitecto, urbanista o paisajista. Cuando sus comentarios no están dirigidos específicamente a describir y valorar alguna edificación o escena urbana, la evocación de algún evento social, político o doméstico estará siempre acompañado de una descripción precisa de la arquitectura o la atmósfera espacial que rodeaba dicho evento o circunstancia. Sus referencias de la ciudad, la arquitectura o la jardinería no solo consisten en la descripción llana de la obra, sino en una valoración segura de lo que él cree bello,