Francisco Agramunt Lacruz

Arte en las alambradas


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del primero una serie de tétricas y oscuras telas en las que mostraba el ruinoso aspecto de la calle Mouffetard de París y Vives recreaba los paisajes idílicos de almendros en flor de la huerta que rodeaba Perpiñán.

      Gradualmente comenzaron a llegarles a los artistas los primeros encargos formales, bien por parte de particulares o por instituciones oficiales. Los ya citados pintores Antoni Clavé y Carles Fontseré aceptaron el encargo de un amigo de pintar un telón para el cuadro final, apoteósico, de una revista que el grupo Les Tretaux representaba cada noche en el Nouveau Théâtre de Perpiñán. El material para pintar se los proporcionó el pintor decorador Marcel Subirana, quien también les ofreció como improvisado estudio la planta superior de un garaje, edificado hacia poco por la firma automovilística Citroën, en la calle Mariscal Foch. Poco después, y tras la marcha de Clavé a París, Fonseré recibió el encargo de Subirana de pintar un nuevo mural de seis metros cuadrados en la entrada del cabaret “L’Aquarium”, cuya inauguración estaba prevista para el verano siguiente en el casino de Canet-Plage, la playa más popular de la capital del Rosellón. Más tarde le propusieron hacer diversos paneles interiores para el citado casino que ejecutó con una técnica escenográfica italiana que le permitía preparar grandes superficies con papel de embalar que, una vez pintado, adquiría la consistencia suficiente para ser cortado y perfilado como si fuera cartulina. También proyectó la decoración de una tienda de legumbres cocidas cuyo propietario era un potentado comerciante de la ciudad.

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      Jordá. “La retirada”. Bronce y mármol, 1939.

      Al pintor valenciano Salvador Soria, que había celebrado con éxito una exposición de aguadas en uno de los barracones del campo de concentración de Septfonds, el alcalde de esta localidad, M. Solomic, le encargó poco después la realización de varios murales decorativos de temática histórica y patriótica en el salón de actos del Ayuntamiento. Aquel mural pasaría a ser su primera gran obra personal, auténticamente creativa, emancipada de influencias ocasionales y, desde luego, integrada en la dimensión hondamente socio-cultural a que tan propicia resultaba la pintura mural.

      A lo largo del verano de 1939 se produjeron algunas exposiciones colectivas aisladas para recaudar fondos para los niños refugiados españoles como la que se celebró en julio en la galería Jeanne Bucher Maybor, que reunió obras de Picasso, Miró, Matisse, Kandinsky, Chagall, Braque, Arp, Dufy, Leger, Masson, Ernst, Man Ray, Vieira, Lipchitz, Torres, García, Domínguez, Bores, Viñes y otros hasta alcanzar los 74 artistas.

      Pero lo más sorprendente que aconteció en los campos de concentración fue la actividad desplegada por historiadores de arte, topógrafos y arqueólogos refugiados, que aprovecharon su paso para realizar en diversos yacimientos catas y excavaciones arqueológicas, donde pusieron al descubierto importantes restos como ánforas, estatuillas, armas, huesos humanos, instrumentos cotidianos y otros objetos de gran valor histórico, que permitieron bucear en la antigüedad romana. El caso más importante lo protagonizaron los arqueólogos republicanos que se encontraban en el ya citado campo de Agde, que colaboraron con sus colegas franceses, e hicieron importantes descubrimientos en diversas zonas de esta localidad, y que en la actualidad se encuentran expuestas al público en su museo. Para ejecutar su trabajo contaron con la colaboración de las autoridades locales y con el apoyo de otros profesionales, como dibujantes, arquitectos, topógrafos, delineantes, fotógrafos y la mano de obra de otros prisioneros.

      La mayor parte de los artistas republicanos que abandonaron los campos de refugiados, las residencias, los hogares de acogida, y se repartieron por la geografía francesa, de pronto se vieron involucrados los meses siguientes en un conflicto bélico no esperado, como fue el inicio de la guerra contra Alemania y la posterior derrota y ocupación nazi que suponía una verdadera amenaza para su seguridad e integridad física debido a su condición de rojos españoles.

      Para ellos comenzaba a ser evidente que un nuevo precipicio de horror y de destrucción se cernía, y comprendieron que la guerra iba a ser larga, y de dimensiones hasta entonces desconocidas, y que debían afrontarlo con valentía, por lo que lo que los más débiles comenzaron a desmoronarse, mientras que los más decididos y osados trataron de hacer frente a la nueva situación integrándose en los grupos clandestinos de oposición y resistencia antinazi.

       La solidaridad internacional

      La oleada masiva de refugiados republicanos, entre los que se encontraban gran cantidad de artistas de todos los ámbitos, provocó en la sociedad, en el gobierno, los partidos políticos, los sindicatos y entre la intelectualidad francesa una gran conmoción, en la que no faltaron los enfrentamientos y la consiguiente adopción de posturas a favor o en contra. La deplorable conducta y el rechazo más sangrante, como no podía ser de otra manera, vino de los ámbitos conservadores que mostraron una clara oposición desde las tribunas políticas y los medios de comunicación lanzando encarnizados soflamas para denunciar esta llegada masiva de “peligrosos rojos”, anticlericales y antisociales, responsables de la quema de conventos, iglesias y asesinato de religiosos. Se hicieron graves acusaciones sin fundamentos para adaptarla a sus propios fines políticos. En contrapartida la izquierda se sintió solidaria con los vencidos y pusieron en marcha medidas encaminadas a darles cobijo, hospitalidad y ayuda, y muchas personas de manera anónima demostraron su solidaridad. Con anterioridad había expresado su solidaridad con la causa popular enviando brigadistas, apoyo económico, asistencia sanitaria, alimentos y armas.

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      Luis Cernuda, Antonio Deltoro, Ana Martínez, Juan Gil-Albert y Ramón Gaya, 1939.

      Superado el terrible drama que supuso para los artistas refugiados su reclusión en los campos de concentración franceses su preocupación fue salir de ellos lo más rápido posible por lo que para ello precisaron del apoyo y la ayuda del exterior, bien a través de organismos internacionales, instituciones religiosas, partidos políticos, sindicatos, asociaciones intelectuales o la complicidad de personalidades influyentes y relevantes de diversos ámbitos. Únicamente se podía salir con garantías si algún organismo, residente o ciudadano francés lo reclamaba o avalaba, o si este acreditaba contar con un trabajo que le permitiera sobrevivir. En lo referente a organismos se encontraban el Comité Nacional Británico de Ayuda a España, el Comité National Catholique d’Aide aux Refugiés de l’Espagne, la Association des Amis de la République Française, la Fundación Ramón Llul. Curiosamente la Cruz Roja Internacional no proporcionó ninguna ayuda a los refugiados españoles, como aseguraba el dibujante y cartelista catalán Carles Fontseré.

      De forma individual surgieron una serie de damas inglesas, francesas, norteamericanas y suizas que desde el comienzo de la guerra civil apoyaron sin reserva la causa republicana y que tras la gran oleada exílica de 1939, mostraron su solidaridad ayudando económicamente a miles de refugiados republicanos recluidos en los campos de concentración, hogares de acogida y residencias del sur de Francia. Destacó la presencia de Katherine Marjory Murray-Stewart, duquesa de Atholl, una diputada conservadora, como no podía ser de otra forma en alguien de su rango. Por nacimiento venía de una familia con señorío feudal desde 1232, y se había casado con uno de los más rancios aristócratas del Reino Unido, el duque de Atholl, que acumulaba diecisiete títulos de nobleza y era ayudante de campo del Rey.

      Igualmente se encontraba la enfermera suiza Elisabeth Eidenbenz que durante la II Guerra Mundial y la ocupación alemana salvó a 597 hijos de refugiados republicanos y a judíos que huían del nazismo en su Maternidad de Elna, en el sur de Francia. Su labor fue rescatada del olvido hace una década por la alcaldía de Elna, al sur de Francia. Israel, Francia, España y Cataluña la han distinguido por su labor humanitaria. En Suiza, sin embargo, es prácticamente desconocida. De 1939 a 1944, estableció, en un castillo abandonado, un centro de acogida para bebés y mujeres embarazadas procedentes de los campos de concentración de las playas de Argelès y otros lugares próximos en el sur de Francia. Esta joven enfermera de apenas 24 años, originaria de Wilda (cantón Zúrich), y su equipo lograron salvar de la muerte casi segura a cerca de 600 niños. En la Maternidad de Elna nacieron unos 400 bebés y se acogieron a cerca de mil internos. Eran en su mayoría