Francisco Agramunt Lacruz

Arte en las alambradas


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valenciano Francisco Marco Chillet, en los que se mostraban escenas de la vida cotidiana protagonizadas por los prisioneros republicanos hacinados en este inhóspito lugar. Pero su aportación artística más importante fue cuando el alcalde de la población, conocedor de la existencia de numerosos artistas en el campo, les encargó la decoración del salón principal del ayuntamiento, donde se celebraban las bodas. Realizaron un gran fresco inspirado en la historia pasada de esta población cuando era un importante puerto del imperio romano. La figura central la ocupaba Mercurio, el dios latino protector de los viajeros, que amparaba a los navegantes y a todos aquellos que recorrían los caminos huyendo de la barbarie. En otro destacaba la presencia de Neptuno saliendo de las ondas y el resto de los murales se encontraban decorados con hermosas campesinas y valientes navegantes.

      Con las obras realizadas por los artistas en los campos se organizaron exposiciones de dibujos en sus barracones de la cultura y se editaron libros como colecciones de caricaturas y de poemas, incluyendo una edición manuscrita, de un ejemplar, del Romancero Gitano de Federico García Lorca. En muchos casos las pinturas, dibujos, grabados y fotografías realizadas por estos artistas, procedentes del campo de la pintura de caballete, de la publicidad comercial, del cartelismo y hasta de la decoración y la escenografía, describían con bastante crudeza y realismo la huida a pie o en carros y camiones a Francia, el paso de la frontera, el cacheo de los gendarmes, la vida cotidiana y agobiante en los campos de concentración, el rancho, la limpieza, la retirada de los cadáveres, la higiene y los momentos de ocio. Imágenes crudas, al mismo tiempo que tiernas y líricas, que permitían a los artistas testimoniar sobre el drama concentracionario que les afligía, donde crecía la frustración, la desesperanza y el odio. Así lo atestiguan entre otros los extraordinarios dibujos de distintos tamaños y naturaleza del pintor catalán Josep Bartolí recogidos en su conocido libro Campos de concentración 1939-194… y que eran un verdadero documento vivo, doloroso y brutal; la serie de dibujos de guerra y de los campos de concentración que ejecutó el pintor cordobés Antonio Rodríguez Luna que destacaba por su concepto surrealista y expresionista y en la que se mostró especialmente interesado por los horrores de la guerra civil, expuestos en la Casa de la Cultura de París; los intrigantes retratos de refugiados que realizó el dibujante y pintor valenciano Enrique Climent Palahí; los dibujos surrealistas del dibujante ilicitano Antonio Bernad Gonzálvez; los apuntes claros y detallistas, en los que apenas había concesiones estilísticas, que realizó el dibujante y maestro alicantino Manuel Crespillo Rendo en los campos de Barcarès y Saint Cyprien; los retratos satíricos del pintor y dibujante murciano Ramón Gaya Pomés; los dibujos esquemáticos que ilustraban el Boletín de la FUE realizados por el maestro alicantino Miguel Orts Sánchez; las imágenes de los bombardeos de los aviones alemanes constituían los temas de los dibujos del dibujante valenciano Francisco Marco Chillet; los dibujos y bocetos desgarradores del pintor y dibujante Joseph Franch Clapers, en los que aparecían riadas de gente con maletas, hatillos de ropa o niños a cuestas; los planos en picado de individuos y grupos de personas del fotógrafo valenciano Agustín Centelles; las largas filas de refugiados se recogían en los cuadros expresionistas repletos de dolor y amargura del pintor valenciano Eduardo Muñoz Orts “Lalo”; los retratos expresionistas del pintor Salvador Soria Zapater; y las excelentes estatuillas y bustos tallados en jabón que hizo el escultor Manuel Pascual.

      Los artistas dejaron un ácido alegato artístico íntimamente ligado al drama del exilio que se nos ofrece como un documento histórico de gran relevancia, como cuando levantamos una losa enorme en medio de un campo desértico y surgen de pronto gran cantidad de gusanos e insectos de toda clase que se ocultaban debajo. Porque una de sus grandes preocupaciones era su deseo de recrear, por medio de la observación directa, de la imaginación y lo onírico, el drama de unos refugiados sometidos a toda clase de vejámenes físicos y psicológicos, y que a pesar de este ambiente cerrado y claustrofóbico, podían ser ennoblecidos a través de la creación artística. Tuvieron la sensibilidad y la astucia de dejar traslucir, a través de sus dibujos, sus opiniones contrarias a los regímenes fascistas. La temática de la guerra, de las columnas de refugiados y de los campos de concentración se prestó además para dirigir la crítica contra el gobierno francés que no quiso darse cuenta del peligro nazi que le amenazaba.

       Empieza el reconocimiento público

      El reconocimiento del talento y de las habilidades artísticas de los creadores plásticos republicanos se produjo casi de manera inmediata, cuando abandonaron los campos de concentración, los marchantes se interesaron, los galeristas comerciales y los museos les abrieron de par en par las puertas de sus salas para exhibir sus obras, algunas de ellas realizadas durante su cautiverio. La acogida por parte de la crítica de arte y del público no se hizo esperar y muchas de las obras exhibidas fueron adquiridas por los coleccionistas y marchantes. Se conocía la destreza de los artistas españoles y su máximo representante Pablo Picasso, residente en París desde su juventud, era el máximo paladín de la renovación y se le consideraba como un maestro y figura emblemática de la Escuela de París.

      Desde el inicio del drama exílico la calidad artística de muchos de los creadores españoles no pasó desapercibida por parte de avezados periodistas, críticos de arte, coleccionistas, marchantes, galeristas e, incluso, autoridades municipales y departamentales francesas, que descubieron en ellos un valioso filón. Así, la pequeña galería de arte Maison Vivant, situada en pleno casco histórico de Perpiñán, no solo celebró exposiciones de artistas republicanos recién salidos de los campos de concentración, sino que en su piso principal albergó a diversos artistas, entre ellos Antoni Clavé, Carles Fontserè, Miguel Paredes y Ferrán Callicó, entre otros. Su directora Marie Martín, una mujer de estatura elevada al filo de los cuarenta, gestionó la liberación de los campos de numerosos artistas, a quienes abrió de par en par las puertas de su galería, les albergó, les organizaba fiestas, les proporcionó dinero, alimentos y diversos materiales, lápices, cuadernos, lienzos, pinceles y pinturas para poder pintar. Convirtió su sala además en una tertulia de artistas en la que se desarrollaban apasionadas discusiones sobre arte en las que participaban con su rica verborrea el apasionado y consumado dialéctico Martí Vives, el elegante Ferrán Callicó, el nervioso Antoni Clavé y el irascible Carles Fontserè, mientras que el bonachón Miguel Paredes trataba por todos los medios de apaciguar la disputa. Pero tal vez lo más importante que hizo para ayudarlos fue cederles su pequeña galería para poder exponer sus obras.

      Así, el 28 de febrero de 1939 los artistas catalanes Antoni Clavé y Carles Fontseré inauguraban una exposición en la Maison Vivant, situada en el barrio histórico de Perpiñán, en la que reunieron varias decenas de dibujos a la pluma y acuarelas realizadas cuando se encontraban internados en el campo de concentración de Prats de Molló y los Haras, que abandonaron gracias a las gestiones del también pintor rosellonés Martí Vives. Su temática giraba en torno a la vida cotidiana de los refugiados republicanos en el campo y fueron destacadas en una elogiosa crítica titulada “En la galería Vivant. Escenas vividas del éxodo español, por grandes artistas: Antoni Clave y Carles Fontserè” publicada en L’Independant, el periódico de mayor tirada del Rosellón. Su autor, el poeta y periodista François Francis, les calificó en su escrito de “excelentes dibujante”. Al referirse a Carles Fontserè el crítico aseguraba: “Los mismos personajes, las mismas miserias han inspirado a Fontserè, pero la atmósfera es completamente diferente, el trazo más vigoroso, la impresión de angustia todavía mayor. La silueta de los refugiados es viril, el trazo fuerte, le gustan los contrastes, los juegos de luces y sombras. Dos heridos que marchan el uno junto al otro, dos soldados que se duermen en el campo ateridamente reclinados, tristes compañeros de fatiga, todos estos croquis son de un relieve y de una sinceridad que nos emocionan”. El periodista francés terminaba su escrito afirmando que “Son páginas escritas por dos maestros que las han vivido intensamente, dos verdaderos artistas que añaden el dinamismo de su juventud ardiente la fe de su arte. Y por su talento, que se sobrepone a las tristezas del momento, merecen que se les rinda homenaje; nuestros compatriotas sin duda no faltarán”.

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      Salvador Soria. “Confesión”, 1940. Óleo sobre tela.

      En el 6 de abril de 1939 la Maison Vivant, dirigida por Marie Martín,