Por fin íbamos a ser felices, pues era nuestro sueño, tener una casa propia.
Nuestra casa estaba al oriente de la ciudad de Cali, en un barrio llamado Remansos de Comfandi y allí emprendimos nuestro gran sueño, aunque bastante lejos como lugar para vivir.
Nos fuimos a allí, a nuestra casa sin ventanas, ni puertas, ni energía, ni agua, absolutamente en la nada, pero la ilusión de realizar nuestros sueños era más grande, aparte de nuestra necesidad.
Fuimos los primeros del barrio, eso significaba que conocíamos a cada uno que llegaba nuevo y además aún seguían construyendo más casas, así que eso trajo bastante movimiento de personas. Un día mi mamá al verse sin trabajo, tomó la decisión de poner un puesto de venta de arepas, en la esquina de nuestra cuadra. Desde el principio nos fue muy bien, cada día teníamos que aumentar la producción porque no dábamos abasto.
El barrio cada vez se fue llenando más y más de vecinos, todos nos conocían y nos querían, e incluso empezaron a poner diferentes negocios y empezó a coger vida el barrio. Mi madre había tomado confianza con un matrimonio, que en su momento ayudó en un problema con el constructor de la casa, que era el mismo de la suya. Fue tanta la amistad, que mi madre les ofreció que fueran mis padrinos.
Recuerdo que mi primer gran amigo se llamaba Harry, con él aprendí lo que era la amistad desinteresada. Era un buen chico, de mí misma edad (siete años, casi para cumplir los ocho). Siempre jugamos juntos, sus padres me querían mucho, porque él era hijo único y yo me había convertido en su hermanito, con lo cual siempre compartíamos la mayoría del tiempo. Así fue hasta que empezaron a llegar otros chicos y cada uno empezó a seguir por su lado con sus nuevas amistades, un nuevo chico, Michael, se vino a vivir a la casa de al lado, en ocasiones hacíamos nuestros morbos juntos, cuando no había nadie, ya fuera en su casa o en la mía.
Se había convertido en mi chica, le encantaba que le follara, me decía que estaríamos juntos para siempre y hoy puedo decir “¡Qué inocente!”. Él era un chico delgado, bastante afeminado, una cara angelical y me parecía el niño más guapo, tenía frenillo en la lengua, así que tenía gran dificultad para pronunciar algunas frases. Como de costumbre algunos del barrio se aprovechaban de ello para molestarle e incluso burlarse de él. Pero yo siempre fui un chico con carácter y cuando veía aquello, por la relación que nos unía, siempre salía en su defensa, con lo cual los demás chicos salían llorando, porque yo era bastante cruel en las cosas que les decía. Pero nunca me importó, eso me satisfacía porque sentía que así protegía a mi chico.
Michael estudiaba en un colegio distinto al que iba yo, pues sus padres tenían posibilidades para un colegio privado y yo iba al público, con lo cual poco a poco nos fuimos alejando, él tenía un padre bastante machista y se había percatado de que Michael tenía tendencias homosexuales, así que hacía lo posible para que él y yo nos mantuviésemos alejados, cosa que logró, pues poco después Michael y su familia alquilaron su casa y se fueron a vivir a España.
Me sentí mal, pero Michael y yo logramos despedirnos como dos buenos amigos, recuerdo que fue una tarde gris, había muerto una vecina y todos los del barrio fueron al entierro. Él se hizo el enfermo y yo por prescripción médica no podía ir a los cementerios. Así que esa tarde, él se pasó por el patio que unían nuestras casas y allí en mi casa en medio de la lluvia nos besamos y nos decíamos cuánto nos queríamos y que algún día volveríamos a juntarnos, mientras nos acariciábamos y nos quitábamos la ropa.
Ese día me dio una buena mamada de polla y yo se la di a él, le encantaba chuparme los dedos de mis pies y eso me ponía muy cachondo, luego se tiró en la cama de mi madre boca abajo y me pedía que le hiciera el amor, naturalmente se lo hice. Él gritaba, pero le gustaba tanto que me pedía que le hiciera más duro, hasta que terminamos y nos quedamos dormidos desnudos en la cama de mi madre. Cuando nos dimos cuenta y llegaron todos, mi madre me despertó muy enfadada, dándose cuenta de lo que había pasado.
Mi madre me dejó de hablar por mucho tiempo, pero no le presté atención ni me importaba su opinión. Michael se marchó a los pocos días y recuerdo que lloré mucho con su partida, pues era evidente que se marchaba mi primer amor de niño. Éramos niños y todo lo superábamos o lo olvidábamos pronto, pero yo siempre recordaré ese rostro dulce, angelical y sobre todo travieso que adoraba de él.
Un día mi madre, después de nuestro trabajo en la venta de arepas, me presentó a los que iban a ser mis padrinos, me puse muy feliz pues era una ilusión que tuve siempre, tener unos padrinos y ser bautizado, ese mismo día me invitaron a su casa para presentarme a sus hijas y también celebrar el baby shower* de su primer nieto que estaba por nacer.
Pronto hice nuevas compañías con los que jugaba a diario, pero nunca volví a tener un buen cómplice como lo fue Michael.
Recuerdo también que en casa no teníamos TV, ni radio, ni mucho menos teléfono, así que acudíamos a las casas de nuestros vecinos para poder ver algún programa de TV. En muchas ocasiones las humillaciones eran crueles, nos regresábamos a casa llorando, porque era triste no poder tener algo para entretenernos, mamá con mucho esfuerzo logró comprarse un radio que tenía TV incluida, era muy pequeña pero suficiente para alegrar nuestros días.
En las madrugadas de diciembre de 1999, nos levantábamos todos felices, ya que escuchábamos los villancicos en el programa de la radio, sin saber que nuestras vidas iban a cambiar para todos. Nuestra cena de fin de año fue un hot dog especial. ¿Qué le hacía especial?: ¡Que tenía tocineta*! Lo partimos en tres partes y una Coca-Cola para los tres, oramos y le pedimos a Dios que el próximo año fuese mejor que el anterior y nos fuimos todos a dormir hasta las cinco de la mañana que mamá despertó vomitando sangre.
Era absurdo, nadie pudo dormir ese día, pero todo volvió a su cauce, hasta tres meses después, cuando nos dimos cuenta de que mamá estaba embarazada, porque su barriga empezó a crecer, como era natural en su estado. Un día mamá fue al médico y nos llevó a mi hermana y a mí a la consulta, sin duda le confirmó que era positivo, que tenía seis meses de embarazo y que eran dos bebés.
Ese día fue sin duda imborrable para todos, esa misma noche mi madre quedó hospitalizada, la confirmación del embarazo y que en vez de uno iban a ser dos, le había superado. Me di cuenta de que mi hermana y yo éramos bastante vulnerables y eso me dolió mucho, sentí que no era capaz de protegerme y muchos menos a mi hermana y a mi madre. Al no tener ningún familiar a quien llamar, debían avisar a Bienestar Familiar, para que se hiciera cargo de nosotros, como pude, pedí una moneda a una persona y llamé a una vecina, porque mis padrinos no le hablaban a mi madre desde que sabían que estaba embarazada.
A esta vecina que vivía cerca de nuestra casa, le pedí que nos ayudara, gracias a ella que vino a por nosotros y nos llevó a casa, no se pasó a mayores. Ese día también lloré mucho, porque había dejado a mi madre sola y fueron unos días de mucha incertidumbre porque no sabíamos nada de ella, nuestro negocio llevaba mucho sin abrir y la competencia afloro al ver tal oportunidad. Un día caminando hacia casa, veo que mi madre se está bajando de un autobús, pálida, ojerosa, delgada, pero con su panza grande.
Mi madre lo único que hacía era comer y podía hacerlo porque mi hermana y yo nos encargábamos de pedir a los vecinos que nos dieran lo que pudiesen. Un día me senté al lado de mi madre y le dije que ya era suficiente, que debía seguir adelante y superarlo, porque debíamos luchar por esos dos bebés que venían en camino y no era tiempo de parar. Esas palabras, mi madre las escuchó, se puso de pie y nos reorganizamos para poder seguir trabajando con la venta de las arepas hasta que no pudiese más.
Desde entonces trabajamos duramente, algo cambió en nosotros, mi madre era una mujer amargada, mi hermana se había alejado, quizás porque estaba cansada y yo queriendo comprender cómo poder ayudar en casa, pero todo estaba fuera de mi alcance, porque era apenas un chico de nueve años.
Mi madre estaba programada para el mes de julio de 2000, así que Debíamos tener todo listo, ya que, en junio mi hermana y yo teníamos exámenes en el colegio público que estaban abriendo en nuestro barrio y teníamos que examinarnos para así saber si éramos aptos para un puesto en el colegio.
El dieciocho