Rosa Castilla Díaz-Maroto

El despertar de Volvoreta


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juntos?

      ¡Con la de chicas que deben ir tras él!… Es un hombre diez, por lo menos para mí, y es todo mío. Antes que la compañía de Andrea… le prefiero a él. No soportaría la ironía y las tonterías de mi amiga en estos momentos... así que acepto.

      Lo pasamos bien. No hablamos más del tema. Comimos en un restaurante del centro y después fuimos a ver la película Lo imposible. Lloramos los dos como magdalenas. A continuación dimos una vuelta por Sol, Plaza Mayor… Terminamos la noche cenando tapas y después tomando una copa en el Café de Oriente. Entablamos una conversación llena de recuerdos, en la que la pandilla fue la protagonista. Estuvimos allí hablando y riendo muy animados durante hora y media, disfrutando de nuestra mutua compañía.

      —Lo he pasado de maravilla —me comenta muy contento cuando llegamos al portal.

      —Yo también —sonrío

      —Puede que esto sea el comienzo de algo.

      Le vuelvo a sonreír con timidez.

      —Puede ser —asiento con la cabeza—. Pero, tiempo al tiempo.

      —Bueno. Te llamaré el lunes para ver qué tal te ha ido el primer día de trabajo.

      Me cuesta despedirme de él y veo que a él también le cuesta. Tiene los ojos vidriosos y está inquieto.

      —No quisiera hacerte daño. Ni que te hicieras falsas ilusiones. No podría soportarlo, Carlos.

      Se escapa de entre sus labios un suspiro mientras su cabeza se mueve de un lado a otro preso de la desesperación.

      —Cuando quieras verme, llámame y no te preocupes por mí —en su voz se nota decepción.

      Me duele en el alma mi indecisión. Debo estar segura y no darle falsas esperanzas ni dármelas a mí misma.

      Cojo su cara entre mis manos. Le beso en los labios con toda la ternura que puedo, noto… que se derrite entre mis labios, se muere por mis besos.

      —Marian. Eres única… para desconcertarme —sus ojos me miran serios.

      Cojo las llaves y abro la puerta del portal. Le tengo justo detrás. Me vuelvo de repente hacia él y le abrazo.

      —Haces que me sienta tan bien... —susurro.

      Me aparta suavemente. Sus ojos se clavan en los míos como dagas.

      —A mí también me gustaría que me hicieras sentir bien —su tono es de súplica.

      —Necesito tiempo… Perdóname.

      Sonríe tierno.

      —No hay nada que perdonar —su cara se torna seria con un ápice de amargura.

      Coge con sus dedos mi mentón. Su mirada es muy tierna.

      —Nos vemos.

      —Sí —murmuro pensativa.

      CAPÍTULO 6

      Es domingo. Hace un sol espléndido y eso que está avanzado el otoño.

      Estoy algo nerviosa y agobiada. Entre Carlos y que el lunes es el primer día de mi nuevo trabajo… tengo las neuronas fritas. ¡Maldita sea…! ¿Por qué soy tan indecisa y tan insegura? —me desespero al pensar.

      Andrea está dormida todavía… menos mal —suspiro—. No me apetece un nuevo interrogatorio. Ya he tenido bastante.

      Me pongo el equipo para correr, cojo mi MP3 y me dispongo a quemar la adrenalina que bulle por mi cuerpo, a ver si así cuando me quede agotadita me relajo.

      Cuando salgo a la calle veo el utilitario que me ha proporcionado la empresa: un Volkswagen Golf último modelo. ¡Me gusta!

      Me encamino a El Retiro a paso ligero para calentar las piernas. Cuando por fin llego respiro hondo y enciendo el MP3, necesito marcha de la buena. Llega a mis oídos Pitbull, rápidamente se me sube la adrenalina y me pongo a correr animada por su música.

      Quiero dejar de ¡pensar, pensar y pensar! Tienes que centrarte en lo que estás haciendo —me digo—no consigo activar lo suficiente los músculos de mis piernas para correr y me reprocho la falta de concentración. Pero no ceso de darle vueltas a lo sucedido la noche del viernes. Pese a mi suave embriaguez, ¡Dios! pude disfrutar intensamente de su sensualidad y virilidad. Le sentí más hombre, más maduro. ¡A ti te falta un hervor! —me reprocha mi conciencia—. He de confesar que me siento fatal tras volver a darle largas. Finalmente, dejo de correr antes de tiempo, no puedo centrarme en lo que estoy haciendo. Más cansada de lo normal me voy caminando despacio hasta casa.

      —Hola Andrea.

      —¿Qué tal, Marian? —me mira extrañada.

      —He salido a correr, pero la cabeza no para de darme vueltas pensando en Carlos y en el trabajo.

      —Marian. Mira, no te agobies… ni por una cosa ni por la otra. Ya verás como todo sale bien. No te presiones más. Como tú dices, todo se irá arreglando.

      —Sí, eso espero —digo resignada.

      —Si quieres salimos de compras. Necesito algunas cosillas y comemos por ahí. Así se te hará el domingo más corto ¿vale?

      —De acuerdo —sonrío.

      —No he hablado con Carlos todavía, voy a llamarle y me visto. Puede que quiera tomar algo con nosotras más tarde.

      —Me parece bien.

      Suena el despertador.

      —¡Oh, Dios mío! —me asusto al oírlo.

      Ya es la hora de levantarme. Son las seis y media. Tengo el sueño tan pegajoso que no me deja abrir los ojos.

      —¡Madre mía! ¡Es la hora! —suspiro.

      Mi cuerpo tarda en reaccionar. Me incorporo hasta quedar sentada en la cama. Me froto los ojos tratando con ello de despejarlos con poco éxito. No puedo llegar tarde el primer día —me digo a mí misma con apremio—. Me dirijo a una cálida ducha que me ayudará a despejar la cabeza.

      A las siete y cuarto ya estoy sentada en el coche conduciendo hacia el trabajo. Cruzo los dedos y me deseo suerte. El utilitario está casi nuevo. Parece que lo han usado poco. Ni siquiera huele a tabaco ¡qué bien!, odio el tabaco. Se conduce de maravilla, va muy suave, creo que nos entenderemos a la perfección. Enciendo la radio y busco mi emisora favorita: Máxima FM, me pone las pilas por las mañanas.

      Al llegar al aparcamiento del edificio Carson Project Spain, comienzo a sentir una oleada de inseguridad. Cierro los ojos y los aprieto con fuerza. ¡Vamos Marian, a por ello!, ¡no te acobardes, esto es lo que querías! Bajo del coche y me dirijo al edificio con paso firme y decidido. No estoy dispuesta a amedrentarme.

      Al entrar al enorme hall, veo a las tres recepcionistas perfectamente vestidas, peinadas y maquilladas.

      Un tipo con pinta de agente de seguridad, sin uniforme, se me acerca con paso firme.

      —¿Señorita Álvarez?

      —Sí, soy yo —digo sorprendida.

      —Tiene usted que acompañarme.

      —Desde luego.

      Nos dirigimos a los ascensores interiores que se accionan con una llave especial. Subimos a la última planta. Le sigo por el pasillo hacia la oficina que me han asignado. Al entrar en el primer despacho que hace de recepción, veo a Isabel, ordenando unos papeles en su mesa que está a la derecha del despacho y en la mesa de la izquierda a una chica rubia más o menos de mi edad con el pelo corto, rostro angelical y unos grandes ojos azules que me miran.

      —Buenos días, señorita Álvarez —me saluda con satisfacción Isabel.

      —Hola, buenos días —sonrío tímidamente.

      —Antonio, ya puede marcharse. Gracias —este asiente.