Rosa Castilla Díaz-Maroto

El despertar de Volvoreta


Скачать книгу

vez aprieta más su cuerpo contra el mío. De repente, pasa de besar mi seno a recorrer este con su lengua, a rodear la aureola —ya no puedo más, tengo que soltar la presa que me retiene o me voy a desmayar—su lengua juguetea con mi pezón. Nuestros cuerpos se mueven al mismo ritmo. Aprieta con sus labios el pezón varias veces, no puedo respirar, siento una extraña sensación en mi vientre, algo va a suceder, noto como esa sensación va bajando por mi cuerpo inundándolo todo. Él sigue mordisqueando el pezón, lo succiona a la vez que frota su sexo contra mi cuerpo, esa es la última gota de placer que desborda la presa. El placer por fin recorre como un torrente todo mi cuerpo, agitando, arrasando todo a su paso. Me mira con una sonrisa en sus labios. Sus ojos arden, me observan, se recrea viéndome disfrutar del placer que ha provocado en mí; se siente tremendamente satisfecho por lo conseguido. Tengo la sensación de que mi sexo palpita. Se incorpora lentamente acariciando mi cuerpo con su mirada. Me observa por un momento mordiéndose el labio mientras menea su cabeza suavemente de un lado a otro, me coge en brazos y me lleva a la habitación.

      Me tiende sobre la cama y termina de quitarme la poca ropa que me cubre. Se quita lentamente le boxer; es la única prenda que cubre su cuerpo. Ver su virilidad… me desconcierta, agita mi cuerpo; quiero que lo posea.

      —¿Quieres más, Marian? —su pregunta me ruboriza y me vuelve a provocar. Se tumba sobre mí. El calor de su cuerpo y el contacto de su piel… su sexo… convulsiona el mío—. ¿Marian, quieres más?

      Mi cabeza me grita: ¡sí, sí, sí quiero más!

      —¡Carlos… quiero más! —no sé de donde saco la suficiente cordura como para contestar.

      —¿Sigues tomando la píldora? —me pregunta mirándome a los ojos mientras sus dedos recorren mi rostro con suaves caricias.

      —Sí —susurro.

      Su boca se posa sobre la mía. Su excitación es bárbara. Me duele el cuerpo, hay demasiada tensión en él. Su sexo… busca el mío, se rozan una y otra vez piel contra piel... estoy a punto de… ¡oh no, aún no, un poco más! —grita mi mente—. Recorre mi cuerpo con su boca, desciende hacia la parte más húmeda sin prisa. Los músculos de mi sexo no paran de contraerse, su lengua roza la parte más sensible de mi cuerpo, percibo la humedad de su boca, me retuerzo de placer. Ya no puede aguantar más. Abandona mi asediado sexo y me abraza fuerte mientras me besa de nuevo en los labios. Su sexo busca la entrada del mío y, por fin… suavemente fusionamos nuestros cuerpos en busca del placer más codiciado. Comienza a moverse, primero suavemente y después… ¡Dios mío! Entra y sale de mí sin tregua, atrayendo poco a poco el ansiado orgasmo a nuestros cuerpos. Los movimientos de sus caderas me vuelven loca, delicado, temeroso y prudente, sus movimientos son sensuales y rítmicos. Me desmorono, los dos estallamos a la vez en un orgasmo salvaje e intenso.

      Abro los ojos despacio, perezosa. El sol entra por la ventana, me ciega, estoy muy relajada como flotando en una nube, me viene a la memoria lo sucedido anoche. Carlos. ¡Qué noche! La rememoro por un momento, hacía tiempo que no me sentía tan pletórica, me siento como una diosa, me siento muy viva. Me vuelvo hacia el lado opuesto de la cama, allí está Carlos, su rostro se muestra relajado y duerme tranquilo, está guapísimo. Me resulta extraño verle de nuevo en mi cama, junto a mí. He llegado a pensar en ocasiones que este momento no se repetiría.

      De repente entreabre los ojos, parpadea varias veces y los deja entreabiertos; me observa desde la tranquilidad de saber que he vuelto a ser “suya”.

      —Buenos días Marian. —susurra.

      Me lo quedo mirando en silencio.

      Un pensamiento frío recorre mi mente a gran velocidad:

      Carlos ha dejado de ser ese chico tibio, nervioso, temeroso y prudente que conocí durante nuestra primera relación a… todo un hombre ardiente, seguro y atrevido. Sus caricias… sus besos… estaban llenos de pasión.

      —¿Cómo estás Carlos? —esbozo una suave sonrisa.

      —Muy bien.

      Me coge por la cintura acercándome a su cuerpo, su calor traspasa mi piel y provoca que me acurruque en él; tan cerca que… noto que cierta zona de su cuerpo está tensa.

      Sus labios rozan mi mejilla. Me dejo llevar con los ojos cerrados hacia las adormiladas sensaciones que mi cuerpo descubre.

      Es fantástico despertar junto a él; sentir su calor, sus caricias…

      Sus besos paulatinamente dejan de ser inocentes para convertirse en apasionados.

      No. No puedo.

      Comienza la peregrinación de sus manos por mi cuerpo. Quiere más.

      —Carlos… por favor —freno su mano antes de que pueda alojarse entre mis muslos y le miro con ternura—. Su mirada… me deja sin alma. ¿Es que a caso no la tengo? —me pregunto a mí misma—. Comparto su anhelo… pero necesito ir más despacio. Necesito asimilar lo que sucedió anoche.

      Retiro su mano entrelazando mis dedos con los suyos y la llevo hacia su espalda.

      —Necesito asimilar… no esperaba esto… —le digo emocionada, casi en un hilo de voz.

      Sus ojos parpadean y me miran perdidos.

      —Dejémoslo de momento aquí, por favor.

      Agacha la cabeza pensativo; unos instantes después asiente mudo a mi petición.

      Le cojo con suavidad de la barbilla para levantar su cabeza y… le doy un beso apasionado y sincero.

      —Gracias.

      Él acepta mi agradecimiento con una tímida sonrisa.

      —Necesito una buena ducha, te dejaré toallas limpias —le guiño un ojo.

      Me levanto de la cama y me coloco rápidamente la bata que está sobre la silla. Me da vergüenza, me siento acomplejada después de ver y disfrutar su perfecto cuerpo. Un cuerpo cuidado, mimado. Yo me he cuidado bastante poco durante todo este tiempo; y no quiero que vea esas imperfecciones que a todas nos llevan por el camino de la amargura.

      Él se queda un rato más relajado en la cama.

      Mientras me ducho, doy repaso a lo sucedido. Cierro los ojos, dejo que el agua acaricie mi cuerpo; ni siquiera el agua es más suave que el tacto de su piel… recordar me pone… ha sido delicioso, diferente. Hacía tanto tiempo…

      Andrea está en la cocina preparándose el desayuno. Cuando me ve entrar su cara esbozaba una traviesa sonrisa.

      —Buenos días Marian. Te veo muy diferente esta mañana, ¿ha pasado algo en especial? —pone esa cara pícara que solo ella sabe poner y que, en ocasiones, me saca de quicio.

      La miro con los ojos entreabiertos con una alta dosis de ironía en ellos.

      —Ya ves Andrea, algo ocurrió anoche —contesto con sarcasmo.

      —Ya decía yo... ¿Qué?, ¿un buen polvo? —me guiña el ojo.

      —Andrea no seas ordinaria —mascullo apretando los dientes.

      —No claro, tú… no follas; tú haces el amor.

      Ya me está sacando de mis casillas a la primera de cambio, ¿es necesario utilizar un lenguaje tan ordinario? No puedo con ella.

      —¿La idea ha partido de los dos, Andrea, cena y pol…? —quiero evitar pronunciar esa palabra.

      —Solo mía. He hecho de celestina y me ha funcionado —dice riéndose orgullosa de sí misma—. Vamos Marian, necesitabais los dos un empujón para que os reencontrarais, dirás… —me mira a los ojos como queriendo saber qué es lo que voy a responder— ¿qué no le has dado un gustazo al cuerpo? ¡Falta te hacía!

      —Si me hacía falta o no, es solo cosa mía —me siento molesta por su confesión.

      —Ya hubiera querido darme yo anoche… el gustazo que te has dado tú —me sonríe—. ¿Quieres un café?

      —Sí,