Rosa Castilla Díaz-Maroto

El despertar de Volvoreta


Скачать книгу

los buenos polvos siempre hay que rememorarlos. No hay nada mejor que una noche de buen sexo con un tío… por cierto yo ya empiezo a echar de menos uno… hace dos semanas que no… y ya me lo pide el cuerpo.

      —Andrea, dañas mis oídos castos y puros.

      —Mira niña, de castos ya nada y de puros menos aún. Venga anda, cuéntame —me da un codazo y vuelve a guiñarme un ojo—. Hace casi un año que no le das una alegría al cuerpo y hay que rememorarlo.

      La miro sonriendo girando la cabeza de un lado a otro.

      —Maravilloso. ¿Con eso te basta?

      —¡Qué le vamos a hacer! ¡Si no quieres entrar en detalles…!

      —No. —contesto tajante.

      Carlos hace entrada en la cocina con los vaqueros puestos y la camisa desabrochada. Está encantador. Lleva impresa una sonrisa de oreja a oreja. Está para comérselo. El pelo lo tiene mojado, se ha peinado con los dedos y le queda genial.

      —Buenos días Andrea.

      —Hola Carlos ¿cómo has dormido esta noche? —suelta una risita en plan jocoso.

      Carlos se ruboriza y mira hacia el suelo mientras se balancea sobre sus pies. Levanta la vista y le dirige una mirada cómplice.

      —La verdad, de maravilla —me mira de reojo con una sonrisa en los labios.

      —Vaya, parece que esta noche ha habido fiesta para todos menos para mí —dice arqueando las cejas y perdiendo la mirada en el suelo. ¡Qué envidia me dais!

      —¡Andrea...! —protesto.

      —Podíamos haber hecho un trío —bromea.

      Carlos sonríe a la vez que se muerde su carnoso labio.

      —Andrea, creo que ya basta. Ya comienzo a enfadarme.

      — Está bien, está bien… yo solo decía que lo podíamos compartir un poco —le guiña un ojo a Carlos.

      —Marian, no la hagas caso. Solo quiere picarte —me dice Carlos susurrándome al oído mientras se ríe.

      Me molesta que Andrea sea tan descarada.

      —Bueno, me iré a mi habitación —dice levantando las cejas—y os dejaré un ratito solos… para que rememoréis lo de anoche —le pone “tonito” a la despedida.

      —¡Andrea, basta!

      Me siento incómoda. Soy bastante reservada y me molestan los comentarios jocosos de Andrea. El tema del sexo para mí es materia reservada y espero que para la otra persona sea igual. Carlos, para eso, es también reservado. Creo que no podría estar con otra persona que no fuera él, me hace sentir a gusto y confiada. No como Andrea.

      —¡Uf…! ¡Cómo te has puesto...!

      —Carlos, siento haberme puesto así, pero es que… desde que he entrado en la cocina no ha parado.

      —A mí tampoco me hace mucha gracia pero es que es única —ríe divertido.

      Le miro con los ojos entornados cargados de ironía.

      —¿Podríamos, por favor, hablar de otra cosa? —noto que me ruborizo.

      Carlos me mira con deseo, mordiéndose el labio. Se acerca despacio, como una pantera. Yo estoy apoyada de espaldas a la encimera de la cocina. Se pone frente a mí. Se apoya con ambas manos en ella y se inclina sobre mí acorralándome. Me mira a los ojos y sonríe con picardía. Me tiene bloqueada. Me ruborizo y aparto la mirada.

      —¡Eh… mírame! No te ruborices.

      Se acerca despacio a mis labios, los roza con los suyos hasta poseerlos. El beso es tan intenso que casi me deja sin respiración. Logro zafarme de él con dificultad. Carlos no está dispuesto a dejarme escapar. Toma mi cintura con sus brazos a la vez que los míos rodean su cuello. Echo hacia atrás la cabeza para mirarle.

      —Carlos, lo de anoche es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo —veo que reacciona a mis palabras, me mira intrigado por saber qué es lo que quiero decir—. No se trata del acto en sí, se trata de ti. Tú eres lo mejor que me ha pasado desde hace… —no podía recordar cuanto, mis ojos se llenan de ligera tristeza.

      —¡ Shhhh… calla! —me besa de nuevo mientras sus manos recorren mi espalda.

      Consigo volver a escaparme de sus exigentes labios y aproximarme a su oído. Quiero evitar su mirada penetrante. Sus ojos negros me intimidan.

      Le murmuro al oído:

      —Siento haberme portado así todo este año… ¡Dios! ¡No tengo perdón! Tú… tú siempre estás ahí… esperando paciente. Siempre has estado cuando te he necesitado.

      —Creo que deberíamos hablar, Marian —dice con ternura.

      —No sé si… —sigo susurrando.

      —Calla. —murmura.

      Me estrecha fuerte entre sus brazos a la vez que besa mi pelo. Cierra los ojos como si estuviera rememorando todo lo sucedido anoche entre los dos. Da un paso hacia atrás y me vuelve a mirar.

      —¿Qué quieres hacer ahora con tu vida? —en sus ojos aparece un halo de tristeza.

      —No lo sé. Ahora que tengo trabajo, ponerme las pilas. Aprender todo lo que pueda. Supongo que lo demás irá viniendo poco a poco.

      —¿Yo entro en tus planes? —su mirada sigue expresando tristeza.

      —Lo de anoche… No lo tengo claro.

      —¿Qué es lo que tienes claro, Marian? —su rostro refleja dolor.

      Comienzo a sentirme incómoda con la conversación. He de resignarme y hablar… es necesario para los dos, no puedo estar excusándome; debo darle una respuesta a sus dudas. Me duele la cabeza.

      —Dame tiempo, es lo único que te puedo decir.

      —¿Estás predispuesta a retomar lo nuestro? —su rostro se tensa.

      —Puede ser... —susurro mientras bajo la cabeza.

      Me coge de la barbilla y me levanta la cabeza. Busca mis ojos.

      —¿Quieres tomarte tiempo? —susurra

      —Sé que es mucho pedir, pero… sí. Quisiera que me dieras algo de tiempo —siento un profundo dolor en el pecho que me ahoga al oír mis propias palabras

      ¡¡Dios!! Es el único hombre con el que yo compartiría mi vida, y sí, siento un cosquilleo en el estómago pero aún no estoy preparada; necesito algo más de tiempo. He de reconocer que lo que pasó anoche fue maravilloso, me ha hecho revivir… de eso no me cabe duda pero…

      Puede que con mi actitud le pierda para siempre.

      —No quiero que te sientas obligado hacia mí.

      —No me siento obligado. Eres especial para mí y lo sabes —sonríe.

      —No quiero que esperes por mí si tú… no quieres —le miro con ternura.

      Sus ojos me piden compresión.

      —Marian, no conozco a ninguna otra mujer por la que merezca la pena esperar, puedes estar segura. —Sus ojos se clavan en los míos—. Te conozco bien.

      —Vamos Carlos, necesito espacio. Muévete —bromeo.

      Ya me empiezo a poner nerviosa, no puedo seguir por más tiempo la conversación, necesito respirar.

      —Está bien —me suelta y se separa varios pasos de mí.

      —¿Qué quieres desayunar? —pregunto tratando de cambiar de tema.

      —Lo mismo que tú.

      —Bien —me muerdo el labio mientras trato de respirar hondo, los nervios me matan.

      Desayunamos