Rosa Castilla Díaz-Maroto

El despertar de Volvoreta


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una sonrisa.

      —Ha sido un placer. ¿Si necesita algo más?

      —Por favor, no me trates de “usted” que tengo tu edad.

      —Son las normas señorita.

      —Vale —le sonrío mientras asiento moviendo levemente la cabeza. La verdad es que el chico es atractivo, de eso no me cabe duda, y cumple con su cometido.

      —Adiós.

      Y sin más, me dirijo al portal mientras observo que otro chico algo más mayor con el mismo uniforme nos observa desde la acera de enfrente. Seguramente regresarán a la empresa juntos en otro vehículo.

      CAPÍTULO 5

      Ya son las ocho y media. Carlos vendrá a las nueve y media a cenar. Andrea está preparando los últimos detalles.

      Ha pedido un catering para tres: delicatessen, vino, champán e incluso postre.

      No quiere que la ayude. Se conforma con que me arregle, ya que después iremos a tomar unas copas y a bailar. Me he puesto unos pantalones pitillo color negro, con una blusa blanca pegadita al cuerpo resaltando discretamente mi figura. Me he marcado con la plancha unas ondulaciones en el pelo, rímel en las pestañas, un poco de color en las mejillas y brillo en los labios… y ¡listo!

      Cuando me ve Andrea se queda sorprendida.

      —¡Qué guapa te has puesto! Estás muy atractiva.

      —No es para tanto.

      —¿Si quieres se lo preguntamos luego a Carlos? —dice con una sonrisita pícara y burlona.

      Andrea tiene preparada hasta la música para amenizar la cena. Al igual que a mí, le gusta la música house y la música comercial: Enrique Iglesias, Jennifer López, Lady Gaga, Madonna, etc. Ya está todo preparado cuando llaman a la puerta. Abro y allí está él. Verle… me provoca palpitaciones, el corazón se me desboca sin control. Casi no puedo respirar. Está guapísimo, tiene un brillo especial en los ojos. Me da dos besos suaves e intencionados cerca de mi boca. ¿Por qué lo hace? Me quedo por unos instantes extasiada aguantando la puerta tras entrar Carlos en casa. Finalmente la cierro. Me doy la vuelta despacio, extrañada. El otro día me besó en la mejilla y hoy… al recordar la suavidad con la que me ha besado… estimula por unos instantes mis recuerdos.

      —Esto es para ti. Me entrega un regalo. Por su forma cuadrada y plana, parece un CD de música.

      —Gracias Carlos.

      —No hay de qué. Estás preciosa.

      —Gracias. Tú también estás muy guapo—sonrío pletórica.

      Carlos está increíblemente atractivo. Morenazo de ojos negros y almendrados, labios carnosos, nariz recta, rostro ligeramente ovalado y barba de dos días. Me gusta más verle vestido con ropa de sport que con el traje; aunque para nada le hace desmerecer.

      Abro el regalo. Es un CD de Chill out saxofón. Me encantan las baladas tocadas con saxo. Me gusta lo sensual y relajante que es la melodía que emana de ese prodigioso instrumento musical.

      Cenamos los tres sentados en los sofás. Andrea ha preparado todo sobre la mesa de centro, nos parecía más informal ya que se trata de picar un poco.

      Está todo riquísimo. Andrea ha acertado con el menú.

      Cuento a Carlos los pormenores de la entrevista de trabajo mientras disfrutamos de la cena. Se muestra muy interesado en lo que le estoy contando.

      —¡Espero que tengas mucha suerte! —dice contento— y que este cumpla tus expectativas.

      —Gracias.

      Tomamos vino durante la cena. Yo solo tomo una copa ya que enseguida se me sube a la cabeza.

      La velada transcurre amena y divertida. Hacía tiempo que no estábamos así de a gusto. La música suena de fondo.

      —Vamos a brindar por Marian —dice Andrea mientras va a coger las copas y el champán a la cocina.

      Carlos aprovecha para sentarse a mi lado en el sofá. Andrea enseguida regresa de la cocina. Carlos descorcha la botella y nos sirve las copas. Brindamos por mi nuevo y eminente futuro. Me tomo dos copas no muy llenas, quiero reservarme porque si no… pronto voy a sentirme mal y no voy a poder salir para continuar la noche.

      Yo estoy especialmente divertida, Carlos y Andrea no paran de reír muy animados. Les miro a los dos. En este momento me noto especialmente feliz al mirarlos. Siempre están ahí para mí; para lo bueno y para lo malo, siempre apoyándome. Les debo mucho a los dos.

      —Ahora vengo —dice mi amiga desapareciendo por el pasillo camino de las habitaciones.

      Carlos y yo continuamos hablando, bromeamos sobre Andrea y su manera de hacer las cosas perfectas, le encanta preparar fiestas y cualquier motivo es suficiente para calentar los motores de su imaginación y preparar una velada de lo más ocurrente. Este no es el caso, se trata de algo más sencillo y ha cumplido a la perfección con su cometido. Comienzo a sentirme un poco embriagada con el último trago de mi copa. Me tumbo sobre el apoyabrazos del sofá. Por unos segundos parecen diluirse las palabras de Carlos en mi mente, él continúa hablando… pero no soy capaz de seguir con atención la conversación. Es como si mi mente se quisiera evadir por un instante de la realidad y no entiendo porqué, pero necesito hacerlo. Se escucha en el equipo de música las primeras notas de un nuevo tema; las primeras notas de Saxofón inundan mis sentidos. Se trata del disco que Carlos me ha regalado y... poco a poco comienzo a sentir algo más profundo, los efectos del champán y me abandono en brazos de esa dulce sensación de ligero mareo. Es como si me estuviera meciendo en una de esas hamacas que se ponen de árbol a árbol y en la que tantas veces me he tumbado en uno de los viajes que hicimos a México toda la pandilla.

      Dejo mi mente en blanco unos segundos. Pero un presentimiento repentino lo ocupa sin pedir permiso, sin esperarlo. Mis sentidos se ponen en alerta. Carlos está muy cerca de mí, más de lo que me podía imaginar. No me he percatado de que había abandonado su sitio en el sofá. Noto su presencia muy cerca, su aroma le delata, un ligero toque de Polo de Ralph Lauren.

      Entreabro los ojos… y ahí está, arrodillado; mirándome. ¡Dios, que arrebatadamente guapo está!

      Me falta el aire al sentir que mi intimidad, mi espacio vital… está siendo invadido por su proximidad, por su mirada.

      Su rostro está casi pegado al mío. Me mira con dulzura mientras sus dedos acarician mi pelo con mimo. No soy capaz de moverme. Pestañeo varias veces, cierro los ojos y me digo a mí misma: ¡Qué sea lo que Dios quiera! No tengo fuerzas ni ganas de resistirme a él. Curiosamente mis sentidos me dicen que me relaje y me deje llevar por una vez. No sé lo que es dejarme llevar desde hace tiempo por los sentimientos o por las necesidades básicas que todos y todas tenemos. Hace algo más de un año que no he vivido más que para estudiar.

      Oigo su respiración calmada pegada a mi oído. Instintivamente giro levemente mi rostro hacia él. Casi no puedo respirar, los nervios y la incertidumbre hacen posesión de todos mis sentidos, es un latir constante y turbador el que se apodera de mí. Sus ojos me suplican una oportunidad. No puedo creer lo que veo en ellos. Si tuviera que hablar en este momento no me saldrían las palabras ni para decir “no”. ¡Dios! ¿Hacia dónde he estado mirando todo este tiempo? Su mirada es la de un hombre seguro, que sabe lo que quiere y que sabe hacia dónde quiere ir. Y sí… sabe a dónde quiere llegar cuando sus labios rozan el lóbulo de mi oreja. Me estremezco ligeramente. Noto una suave descarga eléctrica recorrer mi cuerpo. Sus labios siguen su camino rozándome las mejillas… despacio. No puedo evitar cerrar de nuevo los ojos. Besa la comisura de mis labios varias veces y, sin encontrar resistencia, mis labios se entreabren. Sus labios son suaves, dulces. Introduce la punta de su lengua en mi boca, busca acariciar la mía y acariciar también con ella mis labios. El corazón me late deprisa. Todo mi cuerpo parece despertar bajo su embrujo.

      ¡Y yo que pensaba que estaba muerta! Baja por mi cuello. Todo un despliegue de suaves y pequeños