Cao Xueqin

Sueño En El Pabellón Rojo


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[4] . ¿Quién iba a pensar que de ellos saldría una hija tan inteligente? ¿Qué edad tienes?

      —Diecisiete —respondió la doncella.

      —¿Y cuál es tu nombre?

      —Primero me llamaba Hongyu —contestó la muchacha—, pero a causa del yu, que está en el nombre del señor Bao, ahora me llaman Xiaohong.

      Xifeng frunció el ceño y sacudió la cabeza.

      —¡Qué desagradable! —dijo—. Por la forma que tienen todos de perseguir ese nombre se diría que tiene algo especial. Pues bien, en ese caso puedes trabajar para mí. ¿Sabes, cuñada? Yo le dije a su madre: «La esposa de Lai Da tiene mucho trabajo y ya ignora quién es quién en esta casa. Elígeme un buen par de doncellas». Y me prometió que lo haría, pero en vez de eso envía a su hija a trabajar a otro lugar. ¿Quizás pensó que la trataría mal?

      —¡Qué suspicaz eres! —respondió Li Wan—. Cuando tú le dijiste eso a su madre, la niña ya trabajaba aquí.

      —Le diré a Baoyu que pida otra persona y me envíe a esta chica. Si ella lo desea, claro.

      Xiaohong sonrió.

      —¿Desear? —dijo—. ¡Como si desear fuese cosa nuestra! Si yo pudiera trabajar con Su Señoría, aprendería modales y adquiriría experiencia.

      En ese momento llegó una doncella de la dama Wang para llamar a Xifeng, que se despidió de Li Wan. Xiaohong regresó exultante al patio Rojo y Alegre, donde la dejaremos.

      Volvamos ahora a Daiyu, que después de la noche de insomnio se había levantado tarde. Cuando oyó a las otras muchachas despidiendo al dios de las Flores en el jardín, se vistió apresuradamente y salió, temerosa de que se burlaran de ella por su holgazanería. Cruzaba el patio cuando llegó Baoyu, que la saludó entre risas.

      —Querida prima —le dijo—, ¿me delataste ayer? He estado preocupado toda la noche.

      Retirándole la mirada, Daiyu se dirigió a Zijuan.

      —Cuando hayas ordenado los cuartos cierra las ventanas —ordenó a la doncella mientras echaba a andar hacia la salida—. Baja las cortinas y sujétalas con los leones [5] en cuanto haya llegado la madre golondrina. Y cubre el trípode cuando hayas prendido el incienso.

      Baoyu atribuyó la fría recepción a los versos de mal gusto que había recitado el día anterior, puesto que ignoraba por completo el incidente de la noche. Hizo un saludo juntando las manos y alzándolas, pero Daiyu no le hizo caso, de manera que, perplejo, se fue sin decir una palabra más a reunirse con las demás muchachas.

      «No creo que su actitud se explique por lo sucedido ayer —pensó—. Y por la noche llegué muy tarde y no volví a verla. ¿De qué otro modo puedo haberla ofendido?»

      Todo esto pensaba mientras la seguía.

      Daiyu se unió a Baochai y Tanchun, que estaban admirando el baile de las cigüeñas. Cuando llegó Baoyu, las tres muchachas conversaban.

      —¿Cómo estás, hermano? —preguntó Tanchun—. Hace ya tres días que no te veo.

      —¿Cómo estás, hermana? —contestó El otro día pregunté por ti a nuestra cuñada mayor.

      —Ven. Quiero hablar contigo.

      Baoyu la siguió dócilmente hasta un granado, donde ambos iniciaron una discreta conversación.

      —¿Te ha mandado llamar nuestro padre en los últimos días? —preguntó Tanchun.

      —No —contestó Baoyu sonriendo.

      —Sin embargo, he oído decir que ayer mismo te mandó llamar.

      —Quien te haya informado debe andar mal del oído, pues no lo hizo.

      Tanchun soltó una risita.

      —En estos últimos meses he podido ahorrar varias docenas de sartas de monedas y quiero que las tomes. La próxima vez que salgas puedes comprarme unas buenas caligrafías, pinturas o algunos juguetes divertidos.

      —Después de tantos paseos por las plazas y mercados de dentro y fuera de la ciudad no he encontrado nada original ni realmente bien hecho —dijo Baoyu—. Todo son curiosidades de oro, jade, bronce o porcelana que no tienen lugar aquí. Fuera de eso sólo se encuentran sedas, ropas o alimentos.

      —No me refiero a ese tipo de cosas, sino a objetos como los que me compraste la última vez: cestitas de mimbre, cajas de incienso talladas en raíces de bambú y pequeñas estufas de arcilla. ¡Todas las cosas que me trajiste eran preciosas y me gustaron mucho! Pero hubo otras personas que se prendaron de ellas y se las apropiaron como si fuesen tesoros.

      Baoyu se rió.

      —Si es ése el tipo de objetos que quieres, no tienes más que darle quinientas monedas a cualquiera de los pajes y te traerá dos carretas llenas. Esas cosas son muy baratas.

      —¿Qué saben los pajes? Elígeme tú algunos objetos que sean sencillos sin ser vulgares, y genuinos sin ser artificiales. Consígueme una buena cantidad y te haré un par de pantuflas esmerándome más que cuando te hice las últimas. ¿Qué te parece?

      —Por cierto —dijo Baoyu sonriendo—, eso me recuerda que llevaba puestas tus pantuflas un día que me encontré con nuestro padre. Me preguntó muy disgustado quién las había hecho. Naturalmente no le dije que habías sido tú. Le respondí que eran un regalo de la tía Wang por mi último cumpleaños. Como se trataba de ella no se atrevió a decir nada, pero hubo un silencio terrible y después dijo: «Qué desperdicio de tiempo, energía y buena seda». Cuando se lo conté a Xiren ella me comentó: «Eso no tiene importancia. En cambio la concubina Zhao se ha estado quejando amargamente; dice que los zapatos y las medias de su hermano menor Huan están agujereados y a ella no le importa; sin embargó, le borda pantuflas a Baoyu».

      Tanchun frunció el ceño.

      —¡Qué tontería! —exclamó—. ¿Acaso soy zapatera? ¿No tiene Huan su cuota de ropa, zapatos y medias, sin contar un montón de doncellas y criadas? ¿De qué se queja su madre? ¿A quién pretende impresionar? Si hago un par de pantuflas en mis rato libres se las puedo dar al hermano que quiera, y nadie tiene derecho a inmiscuirse. Está loca, no debería meterse en estos asuntos.

      Baoyu asintió y sonrió.

      —De todos modos es natural que ella vea las cosas de otro modo.

      El comentario del muchacho no hizo sino enfurecer aún más a Tanchun, que sacudió la cabeza.

      —Ahora eres tú el que dice disparates. ¡Pues claro que su mente ladina, baja y rastrera ve las cosas de otro modo! ¿Pero a quién le importa lo que ella piense? Yo no debo nada a nadie, sino a nuestro padre y a la Anciana Dama. Si mis hermanas, hermanos y primos me tratan bien es justo que yo haga lo propio sin detenerme a pensar si son hijos de una esposa o de una concubina. ¡No debería decir estas cosas, pero es que esa mujer es el colmo! ¿Sabes otra de sus ridiculeces? Dos días después de entregarte ese dinero para que me compraras baratijas en el mercado, vino llorándome miserias. Por supuesto, no le hice ningún caso, pero en cuanto las doncellas dejaron el cuarto empezó a reprenderme por haberte dado el dinero a ti en lugar de a Huan. No supe si reír o enfurecerme, de modo que la dejé y me fui a ver a Su Señoría…

      En ese momento la conversación fue interrumpida por Baochai, que los llamó alegremente:

      —¿Todavía no habéis hablado bastante? Se nota que sois hermanos, según abandonáis a los demás para discutir asuntos privados. ¿Es que no podemos oír una sola palabra?

      Ambos sonrieron mientras se reintegraban al grupo.

      Entretanto, Daiyu había desaparecido, y Baoyu intuyó que estaba evitando encontrarse con él. Decidió aguardar un par de días a que sé le pasara el mal humor antes de volver a acercarse a la muchacha.