Cao Xueqin

Sueño En El Pabellón Rojo


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      Capítulo XXVII

      Yang, la favorita del emperador [1] , llega hasta

      el quiosco de las Lágrimas de Esmeralda

      persiguiendo una mariposa.

      Zhao, la Golondrina Voladora [2] , llora las flores caídas

      mientras las entierra en una tumba de fragancias.

      Lloraba Daiyu desconsolada cuando, con un chirrido, se abrió la puerta y salieron Baochai y Baoyu acompañados de Xiren y las demás doncellas. Daiyu estuvo tentada de salir de su escondite y enfrentarse a Baoyu, pero no quiso afrentarlo en público y decidió mantenerse apartada de su camino. Partió Baochai y volvieron a entrar Baoyu y las doncellas. Entonces ella fue ante la puerta cerrada y siguió derramando lágrimas. Luego regresó afligida a su cuarto y, muy fatigada, se dispuso a acostarse.

      Zijuan y Xueyan conocían bien a su señora, que a menudo se pasaba las horas con el ceño fruncido o suspirando sin motivo; a veces, sin razón aparente, se echaba a llorar durante mucho tiempo. Al principio habían intentado consolarla suponiendo que echaba de menos a sus padres y su hogar, o que alguien la había tratado desconsideradamente; pero cuando con el correr del tiempo descubrieron que ésos eran sus hábitos dejaron de prestarle atención. Esa noche se retiraron a dormir dejándola sumida en sus amargas cavilaciones.

      Abrazando sus rodillas, Daiyu se apoyó contra el cabezal de la cama con los ojos anegados. Allí se quedó inmóvil, como tallada en madera o modelada en arcilla, y sólo al oír la segunda vigilia cambió de postura y se tendió. El resto de la noche transcurrió sin que sé produjera acontecimiento digno de ser contado.

      El siguiente era el vigesimosexto día del cuarto mes, la fiesta de la Espiga [3] , y era costumbre ofrendar toda clase de presentes y un banquete de despedida al dios de las Flores, puesto que ese día marcaba el comienzo del verano, cuando todas las flores se marchitan y el dios que las preside debe abdicar durante un año y marcharse. Dado que se trataba de una costumbre fielmente observada por las mujeres, aquel día los moradores del jardín de la Vista Sublime se levantaron muy temprano. Con flores y mimbre las muchachas trenzaron pequeñas sillas de manos y caballitos, o hicieron gallardetes y banderas de seda y de gasa que prendieron con vistosos cordeles en cada árbol o flor hasta convertir el jardín entero en una llamarada de color. Luego se ataviaron tan bella y vistosamente que incluso las flores y las aves quedaron eclipsadas. Pero no tenemos tiempo para demoramos en esta espléndida escena.

      Baochai, las tres Primaveras, Li Wan y Xifeng estaban en el jardín jugando con la hijita de Xifeng, con Xiangling y las demás doncellas. Sólo faltaba Daiyu.

      —¿Por qué no ha venido la prima Lin? —preguntó Yingchun—. ¡Qué perezosa! ¿Será posible que siga durmiendo?

      —Iré a llamarla —se ofreció Baochai—. Esperadme aquí y la traeré.

      Dicho lo cual, se encaminó inmediatamente hacia el refugio de Bambú.

      En el camino se topó con las doce jóvenes actrices a cuya cabeza marchaba Wenguan, que la saludó y conversó con ella un momento. Baochai les dijo que se reunieran con las demás y, después de explicar su propio encargo, echó a andar por el sinuoso sendero que conducía a los aposentos de Daiyu. Al acercarse al refugio de Bambú vio a Baoyu entrando en el patio. Eso la hizo detenerse y cavilar un rato.

      «Baoyu y Daiyu han crecido bajo el mismo techo —pensó—. Su familiaridad es tanta que no les importa cuánto se hieran o cómo se demuestren sus sentimientos; por otra parte, Daiyu es muy celosa y suspicaz. Si ahora me presento en el refugio de Bambú corro el riesgo de refrenar a Baoyu y de provocar el resentimiento de Daiyu. Mejor será que regrese.»

      Y ya volvía a reunirse con las otras muchachas cuando aparecieron ante ella dos mariposas del color del jade y del tamaño de un abanico circular. Aleteaban, encantadoras, dejándose llevar por la brisa. ¡Qué divertido sería capturarlas! Y, dicho y hecho, Baochai extrajo el abanico de la manga y empezó a perseguirlas entre la hierba. Revoloteando ahora alto, ahora bajo, ahora por aquí y ahora por allá, las dos mariposas fueron conduciendo a la muchacha entre flores y sauces hasta el borde mismo del agua. A punto ya de llegar al quiosco de las Lágrimas de Esmeralda, Baochai, cansada, agitada y sudorosa, abandonó la persecución y emprendió el camino de regreso. En ese momento oyó unas voces que llegaban desde el quiosco.

      Este lugar, situado en medio del estanque, estaba rodeado de una galería con balaustradas y se comunicaba con las orillas mediante puentes en zigzag. Ventanas de filigrana de papel cerraban sus cuatro costados. Baochai se detuvo ante una de ellas para escuchar atentamente.

      —Mira este pañuelo —decía una voz—. Si es el que has perdido, tómalo. Si no lo es, lo devolveré al señor Yun.

      —Claro que es el mío. Dámelo.

      —¿Y cómo me lo agradecerás? ¿O acaso esperas que te haga este favor a cambio de nada?

      —No te preocupes. Te prometí algo, y lo cumpliré.

      —Eso espero, después de que te haya devuelto el pañuelo. ¿Pero cómo vas a agradecérselo al hombre que lo encontró?

      —No seas tonta. Es un joven caballero y no es sino correcto que devuelva lo que encuentre. ¿Cómo voy a recompensarlo?

      —¿Y qué le diré yo si no lo haces? Además, insistió en que no te lo devolviera si no le ofrecías alguna recompensa.

      Siguió un largo silencio.

      —Está bien —fue finalmente la respuesta—. Entrégale el mío como agradecimiento, pero júrame que no se lo contarás a nadie.

      —Que se me reviente una ampolla en la boca y muera yo de muerte miserable si dejo escapar una palabra.

      En ese momento se produjo una nota de alarma.

      —¡Cielos! Nosotras aquí, tan embebidas en la charla, ¿y qué pasaría si hay alguien escuchando fuera? Abramos las ventanas, así podremos cambiar de conversación en caso de que alguien se acerque.

      Baochai no podía dar crédito a sus oídos. «¡Con razón se ha dicho siempre que la gente perversa es astuta! —pensó—. ¡Vaya cara pondrán cuando abran la ventana y me vean! Diría que una de ellas es esa escurridiza y presumida Xiaohong, que trabaja para Baoyu. Es una criatura taimada donde las haya. Como dice el proverbio, “La desesperación lleva a los hombres a rebelarse y a los perros a saltar un muro”. Si ella llega a pensar que conozco su secreto puede haber problemas, lo que me resultaría incómodo. Pero ya es demasiado tarde para esconderme. Debo tratar de evitar sospechas lanzándolas tras una pista falsa…»

      Y en el mismo instante en que oyó el sordo sonido de una ventana abriéndose, corrió hacia delante haciendo todo el ruido que pudo y exclamando entre risas:

      —¡Daiyu! ¿Dónde te escondes?

      Xiaohong y Zhuier se quedaron pasmadas al abrir la ventana y verla allí.

      —¿Dónde habéis escondido a la señorita Lin? —les preguntó Baochai alegremente.

      —¿La señorita Lin? No la hemos visto —contestó Zhuier.

      —¡Pero si la vi desde la orilla! Estaba aquí agachada chapoteando junto al agua. Quise llegar hasta donde ella estaba sin hacer ruido, pero me vio llegar, echó a correr hacia el este y ahora ha desaparecido. ¿Seguro que no está escondida ahí?

      Y entró en el quiosco, rebuscando antes de continuar.

      —Seguro que se ha metido en alguna cueva rocosa —murmuró—. Lo tendrá bien merecido si le pica una serpiente.

      Dicho lo cual se alejó, riéndose para sus adentros de como había burlado a las dos doncellas y preguntándose qué estarían pensando.