Cao Xueqin

Sueño En El Pabellón Rojo


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antepuerta.

      Para saber lo que sigue, escuchen el siguiente capítulo.

      Capítulo XXVI

      Sobre el puente de la Cintura de Avispa,

      Xiaohong desvela sus sentimientos.

      En el sopor primaveral del refugio de Bambú,

      Daiyu abre su corazón.

      Al cumplirse los treinta y tres días de convalecencia, Baoyu había recobrado todo su vigor, y como también habían desaparecido las quemaduras de su rostro pudo volver al jardín.

      Mientras estuvo postrado, Jia Yun se encargó de los pajes que, día y noche, montaron guardia a la vera del enfermo. Durante ese tiempo, Yun se encontró tantas veces con Xiaohong y las otras doncellas que acabaron manteniendo un trato muy cercano. Xiaohong, por su parte, había observado que Jia Yun llevaba un pañuelo muy parecido al que ella había perdido, y varias veces estuvo a punto de preguntarle dónde lo había encontrado, pero su timidez se lo impidió. Sin embargo, después de la visita del bonzo y el taoísta ya no hubo necesidad de asistentes masculinos, de modo que Jia Yun volvió a la plantación de árboles. Xiaohong no quería dejar pasar el asunto del pañuelo, pero tampoco quería despertar las sospechas de las demás doncellas interrogando al joven señor Yun. Estaba preguntándose qué hacer cuando oyó una voz que la llamaba desde la ventana.

      —¡Hermana! ¿Estás ahí?

      Al mirar vio que se trataba de Jiahui, otra doncella del mismo patio, y la invitó a pasar. Jiahui entró y se sentó sobre la cama.

      —¡Estoy de enhorabuena! —gorjeó—. Estaba hace un rato lavando ropa en el patio cuando el señor Baoyu decidió enviar un poco de té a la señorita Lin, y Xiren me hizo el encargo. Resulta que la Anciana Dama había enviado a la señorita algún dinero, y ésta lo estaba repartiendo entre las doncellas. Al verme me dio dos puñados de monedas. No sé cuánto habrá en total. ¿Podrías guardármelo?

      Y desatando las cuatro esquinas de su pañuelo dejó caer las monedas. Xiaohong fue contándolas:

      —Cinco, diez, quince…

      Y luego las guardó.

      —¿Cómo te has sentido estos últimos días? —preguntó Jiahui.

      Y luego añadió:

      —Sigue mi consejo y vete a tu casa un par de días. Que te vea un médico y te recete alguna medicina; seguro que te sentirás mejor.

      —¡Vaya idea! —replicó Xiaohong—. Estoy perfectamente. ¿Por qué tendría que irme a mi casa?

      —Bueno, entonces, como la señorita Lin es tan delicada que siempre está tomando medicinas, pídele a ella algún remedio. Eso también serviría. Has perdido el apetito, ¿qué te pasa?

      —¡Tonterías! ¿Cómo se pueden tomar las medicinas de esa manera?

      —¡Pero no puedes seguir así!

      —¿Y qué más da? Cuanto antes muera, mejor.

      —Pero ¿cómo puedes decir esas cosas?

      —¡Y tú, ¿cómo puedes saber lo mal que me siento?!

      Jiahui asintió con un gesto de comprensión y dijo pensativamente:

      —No me extraña. Aquí las cosas son difíciles. Ayer mismo, sin ir más lejos, la Anciana Dama dijo que todas habíamos trabajado muy bien durante la enfermedad del señor Baoyu, y que, como ya había sanado, cada una de nosotras sería recompensada según su grado. No me quejo de que las jóvenes como yo hayamos quedado excluidas del reparto, pero ¿por qué tú? No es justo. Yo no le hubiera envidiado a Xiren ni diez veces más de lo que ha recibido, pues se lo merece. Hablando sinceramente, ¿cuál de nosotras se le puede comparar? Nunca deja de ser cuidadosa y consciente, e incluso si no lo fuera destacaría igual. Lo que me irrita es que gente como Qingwen y Yixian sean consideradas de rango superior sólo porque sus padres son antiguos criados de la casa. ¿No te parece indignante?

      —No sirve de nada molestarse con ellas —replicó Xiaohong—. Como dice el proverbio, «Hasta el festín más largo se acaba». Ninguna de nosotras permanecerá aquí toda la vida. Dentro de unos cuantos años todas seguiremos nuestros propios caminos. Y cuando ese momento llegue, ¿quién se preocupará de su prójimo?

      Sus palabras llenaron de lágrimas los ojos de Jiahui, pero como no quería dar la impresión de que lloraba sin motivo esbozó una sonrisa.

      —Eso es cierto, claro está —coincidió—, pero ayer mismo el señor Baoyu hablaba de cómo iba a reordenar los cuartos y de la ropa nueva que piensa hacerse, como si nos quedaran cientos de años por delante en esta casa.

      Xiaohong se rió con sarcasmo. Antes de que pudiera empezar a hablar entró una pequeña doncella que todavía no se había dejado crecer el cabello. Traía dos hojas de papel y unos patrones de bordado.

      —Aquí tienes dos patrones para que los calques —dijo lanzándoselos a Xiaohong.

      —¿Quién los envía? —preguntó Xiaohong a la niña, que se marchaba corriendo—. ¿No puedes terminar lo que tienes que decir antes de salir corriendo? ¿Acaso se te va a enfriar él pan?

      —¡Los manda Yixian! —gritó la niña por la ventana, y continuó su galope.

      Xiaohong arrojó irritada los patrones y el papel a un lado y se puso a rebuscar un pincel en sus cajones, pero no encontró ninguno con la punta fina.

      —¿Dónde dejé el pincel nuevo que utilicé el otro día? —murmuró—. No recuerdo… Ah, claro. Anteanoche lo presté a Yinger.

      Y volviéndose a Jiahui le pidió que fuera por él.

      —Ve tú misma —le dijo Jiahui—. Xiren me espera para que la ayude a cambiar unas cajas de sitio.

      —¿Y si eso fuera verdad estarías aquí de cháchara? ¡Dices que te espera sólo porque te he pedido un favor, bestezuela!

      Y, diciendo esto, Xiaohong salió del patio Rojo y Alegre y se dirigió a los aposentos de Baochai, pero al ver a la nodriza de Baoyu en el pabellón de la Fragancia que Rezuma, se detuvo.

      —¿Dónde va, ama Li? —le dijo saludándola con una sonrisa—. ¿Qué la trae por aquí?

      La anciana se detuvo y dio una palmadita.

      —¿Por qué le habrá tomado tanto cariño a ese plantador de árboles, hermano Yun, o Yu [1] , o como se llame? —rezongó la nodriza—. No quiso otra cosa sino que le trajera a ese tipo. Habrá problemas cuando el señor se entere.

      —¿Pero es que tiene usted que concederle todos sus caprichos?

      —¿Y qué otra cosa puedo hacer?

      —Si ese joven tiene algún sentido común no vendrá.

      —¿Acaso está loco, para negarse?

      —Pues si viene hágalo entrar con usted y no lo deje por ahí vagando a su aire.

      —No tengo tiempo para cuidar de él. Me he limitado a hacerle llegar el mensaje. Mandaré a una de las chicas o a alguna matrona para que lo acompañe y le enseñe el camino.

      Dicho lo cual, el ama partió tambaleándose sobre su bastón.

      En lugar de partir en busca de su pincel, Xiaohong se quedó allí, perdida en sus cavilaciones, hasta que llegó una doncella a preguntarle qué hacía. Era Zhuier, y Xiaohong le devolvió la pregunta:

      —¿Dónde vas?

      —Me han encargado que traiga al señor Yun —contestó Zhuier, y salió corriendo.

      Cuando regresó con Yun, Xiaohong ya estaba en el puente de la Cintura de Avispa. Él la miró de soslayo, y también ella, so pretexto de hablar con Zhuier,