Cao Xueqin

Sueño En El Pabellón Rojo


Скачать книгу

medio oculta por un manzano silvestre, una figura inclinada sobre la balaustrada, en el rincón sudoeste del paseo techado. Dio la vuelta al árbol: sí, era la muchacha del día anterior, que aparentemente se encontraba sumida en sus pensamientos. Todavía estaba decidiendo si acercarse a ella o no, cuando llegó Bihen para llevarlo a asearse y no tuvo más remedio que volver.

      A Xiaohong la sacó de sus cavilaciones la presencia de Xiren, que la llamaba con gestos. Fue a ver qué quería.

      —Nuestra regadera se ha roto y no la han arreglado todavía. Quiero que vayas a pedir una prestada a casa de la señorita Lin.

      La chica se encaminó al refugio de Bambú a cumplir el encargo y, al cruzar el puente de la Niebla Verde, la vista de las colinas artificiales le recordó que ése era el día señalado para la plantación de árboles. A cierta distancia, un grupo de hombres cavaba bajo la supervisión de Jia Yun, que se encontraba sentado sobre una roca cercana. La muchacha no tuvo valor para acercarse a él, y siguió su camino. En el refugio de Bambú pidió una regadera prestada y la llevó de vuelta; luego fue a tumbarse, abatida, en su cuarto. Las demás consideraron que no se sentía bien y no le dieron mayor importancia. Y el día transcurrió sin pena ni gloria…

      El día siguiente era el del aniversario de la esposa de Wang Ziteng, y tanto la Anciana Dama como la dama Wang habían sido invitadas a los festejos, pero como su suegra se excusó, tampoco la dama Wang hizo acto de presencia; sí acudieron, en cambio, la tía Xue, Xifeng, las tres muchachas Primavera, Baochai y Baoyu, que no regresaron hasta la caída del sol.

      Resultó que cuando Jia Huan llegó de la escuela, la dama Wang le encargó que copiara para ella ciertos ensalmos del Sutra del Diamante [1] . El muchacho se sentó sobre el kang y se puso a escribir con grandes aspavientos. Ya le pedía a Caiyun que le sirviera té, ya ordenaba a Yuchuan que recortase las mechas de sus velas o se quejaba de que Jinchuan le tapaba la luz… Como las doncellas lo detestaban, ninguna le prestó atención salvo Caixia, que aún le tenía afecto. Ella le sirvió té, y aprovechando que la dama Wang charlaba con otra gente le susurró al oído: «No haga tanto ruido. No sea tan molesto. Lo único que conseguirá será hacerse odioso».

      —No trates de engañarme —le contestó—. Ya entiendo lo que está sucediendo. Ahora que mantienes buenas relaciones con Baoyu no quieres hacerme caso.

      Mordiéndose los labios, Caixia le dio con el dedo un golpecito en la frente.

      —¡Bicho ingrato! Es usted como el perro de Lü Dongbin [2] , mordiendo la mano que lo alimenta.

      En ese momento entró Xifeng a presentar sus respetos, y la dama Wang le pidió un relato detallado de la fiesta, de los invitados, de las óperas que habían sido representadas y del banquete. Al poco rato entró también Baoyu, que tras saludar a su madre y mantener una conversación de compromiso, pidió a las doncellas que le ayudasen a quitarse la guirnalda, la túnica y las botas; luego, se acurrucó junto a su madre. Mientras ella lo acariciaba, él le echó los brazos al cuello y se puso a parlotear.

      —Otra vez has bebido demasiado, hijo mío —le riñó la dama Wang—. ¡Tienes la cara ardiendo! Y si sigues revolcándote así, el vino se te subirá a la cabeza. Échate un rato y descansa.

      Pidió una almohada y Baoyu, reclinado detrás de su madre, pidió a Caixia que fuera a darle masaje. Pero cuando le gastó un par de bromas ella no le hizo caso y mantuvo los ojos clavados en Jia Huan. Baoyu le tomó la mano.

      —¡Sé buena conmigo, hermanita! —suplicó.

      Caixia le retiró la mano de un tirón.

      —Como vuelva a hacer eso, gritaré —le dijo con tono de advertencia.

      Las palabras de Caixia las oyó Jia Huan, que siempre había odiado a Baoyu, y se sintió a punto de estallar de celos. No se atrevió a protestar abiertamente, pero había ido madurando un plan y la proximidad de Baoyu le daba una oportunidad de poder llevarlo a cabo. ¡Cegaría a Baoyu con cera hirviente! Deliberadamente derribó el candelabro y salpicó la cera derretida sobre el rostro de su hermanastro. El grito de dolor de Baoyu sacudió a todas las presentes, que acercaron apresuradamente una lámpara, así como otras de los demás cuartos. Con la nueva luz descubrieron consternadas que Baoyu tenía el rostro cubierto de cera. Furiosa, la dama Wang ordenó a las criadas que se la limpiaran, y luego se encaró con Jia Huan.

      —¡Pollo de patas torpes! —gruñó Xifeng mientras se encaramaba en el kang para atender a Baoyu—. Huan no está capacitado para relacionarse con gente decente. Su madre debería educarlo mejor.

      El objetivo del comentario era que la dama Wang dejara de insultar a Huan y mandara llamar a la concubina Zhao.

      —¿Por qué no enseñas a comportarse a ese maligno truhán que tienes por hijo? —dijo furiosa la dama Wang a la concubina cuando ésta apareció—. Una y otra vez he ido dejando pasar este tipo de incidentes, pero lo único que he conseguido ha sido darle más vuelos. ¡Engreído del diablo!

      Aunque a la concubina la devorasen los celos que sentía por Xifeng y Baoyu, tampoco se atrevió a rechistar. Ahora que Jia Huan había vuelto a crear problemas no le quedaba sino aceptar humillada los chillidos y mostrarse preocupada por Baoyu. La mejilla izquierda del muchacho estaba cubierta completamente por una ampolla, pero por suerte la cera no había llegado a los ojos. A la dama Wang le dolía el corazón de verlo, y se preguntaba qué le diría a su suegra al día siguiente. Volvió a descargar su furia sobre la concubina, y luego siguió curando a Baoyu aplicándole un ungüento en las mejillas.

      —Quema un poco, pero no es nada serio —le aseguró Baoyu—. Si la abuela preguntara mañana, le diría que me he quemado sin querer.

      —Nos reprochará nuestro descuido exactamente igual —dijo Xifeng con una sonrisa—. Nos amonestará de cualquier manera, sin importar lo que tú digas.

      La dama Wang hizo que acompañasen a Baoyu a su cuarto, donde Xiren y las demás, al verlo, se horrorizaron.

      Ausente Baoyu, Daiyu había pasado el día sola, y al anochecer envió a varias mensajeras a preguntar si ya había regresado. Al enterarse del accidente corrió a verlo. Lo encontró frente a un espejo con la mejilla izquierda cubierta de ungüento. Pensando que la quemadura era seria se acercó a mirarla, pero Baoyu, sabiendo lo delicada que era, se cubrió con una mano mientras la apartaba con la otra. Daiyu conocía su propia debilidad, y sabía también que Baoyu temía que ella sintiera repulsión al ver su herida.

      —Sólo quería ver dónde estaba la quemadura —le dijo con suavidad—. ¿Por qué la ocultas?

      Y se acercó más, girándole la cabeza para ver mejor su mejilla quemada.

      —¿Duele mucho? —preguntó.

      —No. En un par de días estaré bien.

      Estuvo con él un rato y luego, entristecida, se marchó.

      Al día siguiente, a pesar de que Baoyu asumió toda la responsabilidad de la quemadura, la Anciana Dama no dejó de reprender a todas las mujeres que asistían al muchacho.

      Dos días después visitó la mansión Rong una sirvienta llamada Ma, del templo de la Monja, que era madrina de Baoyu. La vieja Ma se sorprendió mucho cuando vio a Baoyu con el rostro quemado y, muy preocupada, preguntó qué había sucedido. Al enterarse de lo ocurrido hizo con la cabeza un gesto de comprensión, luego suspiró y finalmente pasó sus dedos por el rostro del muchacho mientras musitaba ensalmos.

      —Se pondrá bien —declaró—. Esta desgracia no ha sido una casualidad. ¡Si supiera usted, anciana antepasada, la cantidad de solemnes advertencias que se encuentran en los sutras acerca de los hijos de familias nobles! Y es que en torno a estos jóvenes siempre merodean espíritus malignos que les pellizcan, mordisquean, ponen zancadillas o arrancan de sus manos los tazones de arroz. Por eso mueren en plena juventud tantos hijos de grandes casas.

      —¿No