Cao Xueqin

Sueño En El Pabellón Rojo


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que Daiyu andaba delante, echó a correr dándole alcance.

      —¡Detente, por favor! —le suplicó—. Sé que no quieres verme, pero déjame decirte sólo una palabra. Cuando haya terminado podremos separarnos para siempre.

      Daiyu se volvió. De buena gana no le hubiera prestado atención, pero ya que sólo se trataba de una palabra…

      —Sólo escucharé una palabra.

      —¿Y me escucharías si en vez de una fuesen dos? —preguntó el muchacho.

      Por toda respuesta, Daiyu reemprendió su camino. Baoyu suspiró a sus espaldas.

      —¿Por qué han cambiado tanto las cosas entre nosotros? Ahora no es como antes.

      Las palabras de Baoyu consiguieron que Daiyu se detuviera de nuevo.

      —¿«Ahora»? ¿«Antes»? ¿Qué quieres decir?

      Baoyu suspiró de nuevo.

      —¿Acaso no fui tu compañero de juegos cuando llegaste aquí? —preguntó—. Cualquier cosa que fuera de mi agrado era también tuya con sólo pedirla. Si me enteraba de que te gustaba uno de mis platos favoritos, lo guardaba en un sitio limpio hasta tu llegada. Comíamos en la misma mesa y dormíamos en la misma cama. Yo me ocupaba de que las doncellas no hiciesen nada que pudiese molestarte, pues pensaba que los primos que crecen juntos tan estrechamente deben mostrarse más cariño que los demás. Nunca pude suponer que con el tiempo llegarías a ser tan arrogante que yo no valdría nada para ti, mientras prodigas tu cariño a extraños como Baochai y Xifeng. Hace ya tres o cuatro días que no me haces caso o me dejas de lado. No tengo hermanos o hermanas realmente míos; sólo dos, que son hijos de otra madre, como bien sabes. Soy un hijo único, como tú, y pensé que eso sería motivo de afinidad entre nosotros, pero al parecer mis deseos han sido inútiles. Y no puedo decirle a nadie lo desgraciado que me siento.

      Dicho lo cual, rompió a llorar.

      Las palabras del muchacho y el dolor que lo consumía derritieron el corazón de Daiyu, pero se mantuvo inflexible a pesar de sus lágrimas de pena, con la cabeza agachada y en silencio.

      Eso animó a Baoyu a continuar entre sollozos:

      —Conozco mis defectos, pero a pesar de mi maldad nunca me atrevería a hacer cualquier cosa que te pudiese herir. Si hago algo equivocado puedes advertirme de ello, reñirme o incluso golpearme, en la seguridad de que no me importará. Pero cuando te limitas a no prestarme atención, como si no existiera, sin que yo conozca el motivo, entonces creo que me voy a volver loco y no sé qué hacer. Si ahora muriera, sólo sería el fantasma de alguien muerto injustamente, y no podrían salvar mi alma los bonzos budistas ni los monjes taoístas más esclarecidos, a no ser que me expliques realmente las razones de tu actitud.

      A estas alturas el enojo de Daiyu se había disipado completamente.

      —Si es cierto lo que dices, ¿por qué diste instrucciones a tus doncellas para que no me abrieran anoche? —preguntó.

      —¿Qué dices? —exclamó Baoyu estupefacto—. ¡Que me muera aquí mismo si ordené tal cosa!

      —¡Calla! No hables más de morir bajo la pura luz del día. ¿Lo hiciste o no? Sólo tienes que contestar sí o no.

      —Te digo sinceramente que nada sabía de tu llegada. Baochai vino a charlar un rato, pero no se quedó mucho tiempo.

      —Sí —dijo Daiyu, de mejor humor, después de un momento de reflexión—, supongo que tus doncellas se sintieron demasiado perezosas y, como no se quisieron mover, contestaron a mi llamada con descortesía.

      —Seguro que eso fue lo que ocurrió. En cuanto vuelva le echaré una buena reprimenda a la responsable.

      —Sí, sin duda todas tus doncellas lo merecen, aunque no es a mí a quien toca decidir esos asuntos. No importa si me ofenden a mí, ¡pero imagina los problemas que acarrearía su conducta si la próxima vez ofenden a la muchacha preciosa Bao o Bei, o como se llame [1] !

      Y diciendo esto, apretó los labios para sonreír. Baoyu no supo si rechinar los dientes o reír.

      En ese momento fueron llamados a comer y emprendieron juntos el camino hacia los aposentos de la dama Wang, que al ver a Daiyu le preguntó:

      —¿Te sientes mejor, después de haber tomado la medicina del doctor Bao?

      —Quizás no lo sabe, señora —intervino Baoyu—. La prima Lin sufre una debilidad congénita y es de constitución tan delicada que no soporta el más pequeño enfriamiento. Pero eso lo arregla con un par de dosis. Lo mejor que puede hacer es tomar unas píldoras.

      —El médico nos dio el otro día el nombre de una de esas píldoras —dijo la dama Wang—, pero ahora no lo recuerdo.

      —Creo que yo sí lo sé —exclamó Baoyu—. Me parece que son simples píldoras de ginseng. —No, no eran píldoras de ginseng.

      —Entonces serían píldoras de Leonuro de los Ocho Tesoros, o Reconstituyente Izquierdo, o quizás Reconstituyente Derecho. ¿O serían píldoras de los Ocho Sabores?

      —No, no, no era ninguna de ésas. Sólo recuerdo que contenían las palabras Sutra Diamante.

      Baoyu aplaudió y se echó a reír.

      —¡Nunca he oído hablar de píldoras Sutra del Diamante, pero si existen, entonces también deben existir polvos Bodhisattva!

      Las palabras de Baoyu provocaron en el cuarto una carcajada general.

      Intentando reprimir una sonrisa, Baochai sugirió:

      —¿No serían píldoras Fortalece el Corazón del Rey de los Cielos?

      —¡Así se llamaban! —exclamó la dama Wang—. Decididamente, me estoy volviendo boba.

      —No diga eso, señora —protestó su hijo—. Lo que ocurre es que tanto sutra y tanto bodhisattva le están revolviendo la cabeza.

      —¿No te da vergüenza? —le riñó ella—. Si tu padre estuviera aquí te daría una paliza.

      —Mi padre no me pegaría por una cosa así.

      —Bueno —atajó la dama Wang—, puesto que sabemos el nombre de las píldoras, mañana mismo enviaremos a que compren.

      —Todos esos remedios no sirven para nada —protestó Baoyu—. Si me da trescientos sesenta taeles de plata yo mismo fabricaré unas píldoras para mi prima, y garantizo que estará curada antes de tomarlas.

      —¡Pero qué barbaridad! —exclamó la dama Wang—. ¿Qué píldoras pueden costar tanto?

      Baoyu se rió.

      —Por supuesto, es una receta única. No detallaré los extraños ingredientes que la componen, pero uno de ellos es placenta de un primogénito y otro raíces de ginseng de forma humana con hojas [2] . Sólo estos dos cuestan más de trescientos sesenta taeles. También hay una poligonácea del tamaño de una tortuga, la raíz de un pino de mil años y otros componentes parecidos. Y todas éstas no dejan de ser cosas comunes si las comparamos con el ingrediente principal. El primo Xue me estuvo persiguiendo más de un año para que le diera esta receta, y a él le costó más de dos años y unos mil taeles de plata conseguir que se la preparasen. Si no me cree, madre, pregúntele a Baochai.

      Baochai sonrió y levantó una mano en señal de protesta.

      —No sé nada y nunca he oído hablar de un asunto parecido, de manera que no mandes a tu madre a que hable conmigo.

      —Baochai es una buena chica —dijo la dama Wang—. Nunca diría una mentira.

      Baoyu se puso a girar sobre sí mismo batiendo palmas.

      —Lo que he dicho es cierto, y sin embargo